A veces tengo mucho miedo, me asalta una angustia que no consigo controlar y me hundo en una desesperación que consigue oscurecerlo todo.
Sucede después de grandes tragedias que llegan a mis oídos o que acabo de leer en un mensaje de texto y es con todas las noticias, sin importar de dónde vengan.
Pero hay algo más intenso ahora, más difícil de explicar. El viernes aquellos hombres de rostro velado, como si un velo pudiese ocultar el mal que hacen sus manos, atacaron con crueldad las aldeas y la sede de Chiure, un puesto administrativo del sur de la provincia, paso natural con la vecina Nampula y se grabaron en un video que llama a todos a pasar a vivir de un país sin ley, a un país islámico con las leyes de Alá que garantizan la justicia.
Pero en su camino, estos hombres que se dicen justos, han degollado sin razón y han dejado una estela de fuego y sangre a su paso. Porque hay muertes infringidas que se consideran justas y el silencio atronador de quienes deberían condenar lo que sucede y responder a la tragedia se impone por todo lado... Y es así, con esta conspiración de silencio, que ningún drama tiene fuerza para sacudir las conciencias...
Y me pregunto porqué y no quiero saberlo, porque ya sé que hay personas que no importan a nadie, porque también hay un Dios, que no le importa a nadie.
Casi todos mis jóvenes, la mayoría aquí en Mozambique, junto con los niños, han adoptado una genuina alegría que tiene en la base la certeza de la Esperanza.
Yo no sé qué decir, cuando la oscuridad se cierne con insistencia y sólo puedo dejarme evangelizar por ellos.
Sí, mis dudas y mis sombras me asolan de vez en cuando, pero su esperanza les ilumina constantemente, sobre todo cuando la tragedia es mayor todavía.
Me doy cuenta de este tesoro que humilla sin cesar el cinismo de mis seguridades y mis palabras fáciles. Y pido a Dios que me convierta, que me esconda en sus llagas, estas llagas que son la fuente de la Esperanza y de la alegría.
También pienso en quiénes me dirán desde sus cómodos sofás, que los pobres viven la enfermiza ilusión de la fe, porque no tienen alternativa... Lo pienso porque también yo lo creí a veces, prefiriendo mi seguro bienestar a la inclemencia del mundo. Pero entonces yo no sabía lo que era la verdadera alegría.
Ahora lo sé y no quiero perderme de nuevo en tantas palabras vacías, aunque me cueste una angustia que parece oscurecerlo todo.
Pe. Eduardo A. Roca Oliver
29 de julio de 2025