Esos muros invisibles…


Seguramente que otros también lo habrán dicho, es el muro que, por vergüenza, nadie reconoce, si exceptuamos a quienes lo justifican porque ya no tienen remedio, y que se levanta como una fortaleza cada vez que algún africano dice "este color no sirve para nada". Su color, su raza. A veces, cuando nos toca enfrentar algún problema y más de uno se sale de sus cabales, siempre hay alguien a quien se le escapa esa expresión o alguna parecida. Es la superioridad de la raza blanca. Si alguien piensa que la humanidad ha madurado lo suficiente y que esto es algo más que superado debería vivir un tiempo en África. Hay una reconciliación que este pueblo, y quizás todos los pueblos, ha de vivir consigo mismo y que sigue pendiente. Me pregunto cuántos años de desprecio acumulado, cuánta exclusión y cuánta negación de la dignidad humana, habrá hecho falta para que el color de la piel hable estas cosas. Si lo más sensible, aquello que nos pone en contacto con toda la realidad, siente así, como una maldición, el ser lo que es, ha tenido que haber sufrido una humillación que no soy capaz de imaginar.
Cuando quiero explicarme muchas actitudes que veo cada día, distancias más o menos conscientes, palabras y expresiones de tantas personas que se dirigen a mí, no me resulta difícil reconocer este muro, inconsciente las mas de las veces, pero haciendo mella en el interior de estas vidas, como si algo les fuese convenciendo que realmente su color no sirve para nada. Solo el miedo puede entonces abrirse camino, el miedo y la amenaza, haciéndose imposible cada uno a sí mismo la experiencia de la libertad y del amor.
Cuando quiero explicarme muchas actitudes que veo cada día, distancias más o menos conscientes, palabras y expresiones de tantas personas que se dirigen a mí, no me resulta difícil reconocer este muro, inconsciente las mas de las veces, pero haciendo mella en el interior de estas vidas, como si algo les fuese convenciendo que realmente su color no sirve para nada. Solo el miedo puede entonces abrirse camino, el miedo y la amenaza, haciéndose imposible cada uno a sí mismo la experiencia de la libertad y del amor.

Las lluvias inundan Mozambique, grandes lodazales obstaculizan los caminos. Las barriadas de las ciudades, sin ningún tipo de desagües, sufren especialmente. Las imágenes de muebles, camas y sofás, puestos al sol porque el agua ha inundado la casa, son cotidianas. Pero así es la vida, una oración a la clemencia del tiempo que aquí, en África, tiene la capacidad de destruirlo todo, porque todo es demasiado frágil para soportarlo. Pero las lluvias bendicen los campos y traen alimento, a pesar de todo son una cura, a la peor de las enfermedades, el hambre.
Esta noche he cenado con Remigio y he podido abrir mi corazón a este hombre. Me recordaba un libro que leí hace tiempo, el pastor herido, por su manera de mirar a las personas y a la misma vida. La luna encendía de luz plateada las crestas de las olas mientras compartíamos esperanzas y temores. Ha dicho algo con lo que todavía sigo meditando: somos servidores de la palabra, la palabra nos curará. Como la lluvia cura la sequedad de los campos, la palabra lo inundará todo, socavará los cimientos de todos los muros, por muy invisibles que sean. Sólo es necesario paciencia, humilde plegaria y escucha de la palabra.

Posos de café en Pemba 23, 23 de enero de 2013.