Paradojas…
El velo de la lluvia cubre la bahía, no es posible distinguir la orilla del continente. En una hora ha caído mucha lluvia… otra vez la desmesura de África. Vivir en desmesura, una consigna para el año que comienza, unirse al ritmo de todo lo que nos rodea, esa intensidad desmedida que sólo se siente porque ya no hay protecciones o simplemente porque son muy pocas. Es ese listón de libertad que sólo alcanzan los pobres. No es posible evitar las comparaciones ahora. Nuestras construcciones seguras, defectuosas sí, pero resistentes, y las suyas, barro y bambú que difícilmente soportarán la temporada de las lluvias. Cada año tendrán que construir la casa, de nuevo.
menos uniforme de la bahía: Ingonáni, Natite, Jingone. Otros, más pobres todavía, se agrupan aprovechando la escarpada orografía de la península, descensos y declives a veces casi impracticables, salvando aquí y allá construcciones demasiado frágiles para resistir, donde familias enteras se hacinan e intentan sobrevivir: Paquitequete, Chuíba, Mahate y Muxara. Los repechos montañosos poblados de pequeñas casas alrededor de la bahía, azotados por la lluvia, al azar de una riada poderosa que arrastre todo consigo, me provocan el sentimiento más profundo de impotencia que nada agudiza tanto… sé que yo no podría, y también sé que es la única manera de vivir una total confianza. Más tarde o más pronto esta es la misión de la vida, despojarnos de todo, para que podamos vivir en la total confianza. No me resulta difícil ver en esta realidad la que tiene que ser nuestra propia meta.
Quiere el corazón lanzarse y vivir este desafío, esta intemperie de la vida, pero hay algo natural que se niega, la justificadora razón que a todo pone condiciones. Ellos mismos lo dicen: no es inculturación eso que dices… abrazar esta miseria no es humano. Y, entonces, pienso que les hemos convencido de la triste libertad con que vivimos nuestra vida. Es posible que no haya solución para esto, y que esa diferencia en la que no creo se convierta una vez más en el peso de todos los días, y que en algún momento tenga que volver a pagar el precio de ser un blanco.
Y esto, sencillamente, parece cambiarlo todo. Pues no sé situarme como hasta ahora me resultaba tan fácil hacerlo, me veo lanzado a vivir en la incertidumbre y no sólo en el presente, atraído sin cesar por todas las vivencias, las personas y los acontecimientos, fascinado por la inmensidad de la belleza virgen, de la humanidad que parece haberse detenido en el origen, en lo más genuino de ser. Y es esta humanidad genuina, virgen y realizada, la que se revela a mis ojos como el Cristo de mis deseos. Si las posibilidades nos han envejecido y anquilosado quizás sea porque hemos creído que el camino es hacia delante, inventando la quimera del progreso, cuando en realidad es hacia atrás y hacia adentro, hacia el origen y lo genuino, hacia la virginidad de Aquel que, totalmente desnudo, es la fuente pura de la vida que la muerte no puede alcanzar.
Sí, África tiene el sabor del Paraíso perdido…
Hoy me desconcierta la tensión de un hacer que sólo se ocupa por el mañana, por el progreso, por lo que hay delante. Me resisto a seguir este camino, el que tantos quieren continuar, me provoca incluso una extraña violencia. Pero el viaje hacia el origen y hacia dentro, y el camino hacia Cristo se confunden. Aunque el precio a veces me parezca caro, no puedo dejar de quererlo. Todo lo que pueda pagar, todo lo que me hagan pagar, nunca será suficiente si posibilita vivir en la total confianza, despojado, sin protecciones, al azar de la desmesura de África.

Posos de café en Pemba 19, 3 de enero de 2013.
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