El otro mar
He sentido vergüenza
otra vez y me he resistido a tirar una foto... En la explanada del centro de
salud de mi barrio de Mahate... Cincuenta, sesenta, setenta madres y sus niños,
algunos, los más, de pocos meses, esperando en el suelo, entre quejidos y
lloros, casi sin fuerza algunos... Esperando a ser atendidos por un par de
enfermeros...
Llevan una semana
entera sin antimaláricos. No hay, dicen. El mes de lluvias y más calor... Y no
se comprende.
A las 3 de la tarde
mandarán a casa a los que no hayan podido atender, hasta mañana. Y los pobres
callan, obedecen, y así poco a poco se hunden más y se ahogan, y mueren. A
nadie parece importarle.
No hay medicinas y
hay cientos de enfermos. Las personas dicen que el país está en crisis porque
algunos de sus gobernantes se enriquecieron con el dinero que era del pueblo.
Un escándalo más de tantos que hacen los ricos y lo llaman deudas escondidas.
Sólo importa el dinero. Se cobrará algunos chivos, pero seguirán igual, los
mismos, creyéndose superiores y herederos del poder de humillar que les dejaron
los colonos.
Yo no sé si es una
relación de causa efecto. Sé que en el barrio había una situación mejor hace
cinco años. Hoy todo ha empeorado... la basura llena las calles y el
hacinamiento de personas es un problema enorme de saneamiento básico. Las
lluvias hacen el trabajo. Casi todos caemos enfermos...
Pero quizás yo estoy
más abajo, más dentro de la vida de los de abajo, y me doy más cuenta de lo que
ocurre... También esto debe ser cierto.
Hoy ha sido Abudo,
tiene solo cinco años. Su cuerpo menudo está reaccionando a una infección como
no es normal en un niño tan pequeño. Una semana y la fiebre no le deja. Su
padre dice que sólo le queda Dios.
Un niño no debería
sufrir así. No debería sufrir de ninguna forma. Cuando me atrevo a mirar de
cara y desafío mi propia impotencia, hay algo muy profundo que se rompe, algo
de lo que siempre busqué escabullirme, para no sentir ese dolor... Siempre
quise quedarme arriba, atrás de la barrera, y sólo poco a poco he ido entrando
a la arena, despojándose de más seguridades y miedos...
También estaba
Dorita. Ardiendo de fiebre de nuevo. El lunes corrimos al hospital a urgencias.
El médico no la miró. Tiene seis meses, un deseo infinito de vida... La tos y
el llanto no la dejan, pero a veces se olvida y quiere jugar... Y yo no
quisiera quererla tanto, para no sufrir así. No la miró, no la tocó, no le
importaba nada, se limitó a escribir una receta y salimos de allí. Y entonces
comprendes qué significa ser pobre, no ser ni significar nada... Y entonces
entiendes la indignación de aquellos que han buscado el último lugar y gritan
tanta injusticia. Entiendes porqué Jesús nunca bendijo a los ricos, sino solo
cuando en su conversión se deciden a repartir su riqueza...
Desde hace unas
semanas, me da vueltas por el pensamiento todo esto, y es como si estuviera
hirviendo dentro de mí algo que no logro adivinar. Desde hace unos meses aquí
en el barrio nos hemos convertido en una socorrida ambulancia. La puerta que
aún les queda abierta a quienes han visto cerrarse muchas.
No existe la pobreza,
en verdad no existe, existe la ambición y la codicia, el egoísmo que encierra
el corazón y lo vuelve ciego. Existe el desprecio y la incapacidad de sentir el
dolor del prójimo y de reconocerlo. Existe la fobia hacia los pobres... Y es
como un mar, un otro mar, donde millares de personas mueren. Millares de niños
caen en los pozos profundos de la injusticia, millares de mujeres no aguantan,
no resisten más y se dejan hundir y ni siquiera una memoria ha de recordarles.
No hay un problema de
medios, de recursos materiales, de dinero, en primer lugar, hay un problema de
humanidad, de reconocimiento, de amor y compasión.
Pero las serpientes
del poder y del dinero son enormes, hechizan hoy más que ayer, y sobretodo a
los más pobres que, confundidos, no saben hacia donde van.
Jaime es un amigo
pastor de una iglesia hermana. Ayer me contaba que no tenía que darles de comer
a sus tres hijos, que lo poco que había conseguido se lo gastó en la enfermedad
de su mujer y del más pequeño. Entonces me dijo que había ido a las minas y que
rezaba para encontrar oro, o algún rubí, y que Dios bendice con dinero. Pero
también me dijo que no consigue dormir bien, que su esposa le descubre
llorando, lleno de miedo... Y yo le dije que por favor dejase de ir a las
minas, que los dueños matan a los que encuentran, que Dios nunca nos bendecirá
con dinero, que a los ricos les será muy difícil entrar en el reino, más que a
un camello pasar por el ojo de una aguja. Le dije que aprenda a querer sólo el
pan de cada día, lo suficiente para vivir con dignidad... Le dije que yo sólo
quiero poder pagar la luz, el agua, la escuela, la comida de cada día... Que
Dios sabe lo que necesitamos y que debemos confiar.
Se fue a casa con un
poco de dinero que le di, con la esperanza de saber que buscaré algo para que
pueda trabajar... Aunque ni yo sé dónde... Pero el poder y el dinero son
serpientes muy grandes...
En Londres han
decidido dar seis millones de dólares para indemnizar a los familiares de los
que fueron a las minas y murieron perseguidos por la misma policía y por los
ingleses que se quedan con el rubí... Hace unos años escribí que algunas
excavaciones consideradas ilegales los dueños de la explotación habrían
ordenado cubrirlas de piedras y tierra con sus motopalas sepultando a todos los
que allí dentro estaban... Y muchas de esas tumbas rodean los kilómetros de
tierra expoliada.
El dinero no puede
hacer justicia...
Yo necesito otra
fuente de perdón, o me perderé en el abismo de la venganza... Y hay cosas que
sólo desde la cruz pueden perdonarse...
Sólo ahora empiezo a
darme cuenta un poco de lo que es la cruz. Sólo ahora que mi vida se está
vinculando a los pobres, que se están volviendo mi familia, y me duele lo que
les duele a ellos.
Algunos me dicen que
ahora parece que me está preocupando más el dinero, pero se equivocan. No vivo
preocupado por tener algo mejor que en verdad no necesito. Vivo preocupado por
pagar la luz, el agua, la comida de cada día, la escuela, la medicina, la ropa
... el pan, solo el pan de cada día... para los que son ahora mi familia.
Nada de esto sería un
problema sin ambiciones, sin codicia, sin acaparar lo que es de todos, sin
malgastar y sin el deseo egoísta de tener más.
Por eso no creo que
la miseria que nos rodea sea real, creo que lo real es la codicia y la
corrupción del corazón y por ello existe el hambre y la injusticia, por ello
hay personas que se ahogan y mueren en los mares de la indiferencia.
Abudo y Dorita son sólo
otros dos de los setenta, de los setecientos, de los millares... Y yo estoy
aquí por ellos... Y me duele pensar en los que no habrán encontrado a nadie, y
rezo para que todos encuentren a alguien, para que yo sea de nuevo el que
encuentren otros... Y que pueda salvar sólo uno más...
Sólo uno más,
arrancarlo a la muerte...
Hoy el doctor Muganga
nos ha encontrado en el pasillo lleno de gente de urgencias y me ha preguntado
y Abudo ha tenido esta gracia. Es un congoleño huido de la guerra que estudió
medicina y por primera vez, en todo este tiempo, he visto al médico, tocar al
pequeño y mirar preocupado, comprometerse con su pequeño paciente, y la
esperanza ha vuelto a encenderse...
Y si hay un justo no
la destruiré...
El fuego de mis
entrañas se ha ido apagando... Las llamas han dejado un corazón roto.
No me cansaré de
gritar el amor desde la azotea... Hasta que cambie algo de dentro, y se abra
aunque solo sea una rendija... Y la luz vuelva a entrar... Donde nunca debería
haber salido.
Posos..., 15 de febrero de 2019
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