Reabrimos la escueliña...
Sólo quien conozca un
poco África, y su rostro más pobre, puede comprender un poco el impacto que
tienen las escuelas infantiles, en este régimen que las misiones comenzaron en
sus orígenes y que garantiza la alimentación indispensable de los más pequeños,
además de su primera educación.
Hacía meses que las autoridades no nos dejaban abrir, por la pandemia fundamentalmente. Pero el decreto de presidencia de hace dos meses ya había autorizado la reabertura. Por una razón inextricable, los servicios sociales de infancia no cedían y nos han mantenido en un tira y afloja, dejando pasar el tiempo quizás hasta que el año termine. Pero yo no cedí, llevé el asunto a la procuraduría en un encuentro de violaciones de derechos humanos entre los refugiados. Y tuve resultados. Ayer recibimos el oficio de abertura. Otras provincias, sim embargo, llevan meses abiertas.
Cuál es la razón que hace que algo tan importante no interese... Qué tiene que haber en un ser humano para sentir aquello que falta en otro ser humano? Es una medida de humanidad, nada más...
Nuestra escueliña, como se las conoce aqui, acoge a niños de dos a cinco años, de famílias que no consiguen darles lo indispensable para su crecimiento saludable. En los ambientes más urbanos los centros infantiles son casi un lujo y sólo familias con recursos fuertes pueden frecuentarlos. Únicamente las escueliñas de las misiones siguen siendo un refugio para los pobres.
Esto que todo el
mundo puede comprender, es un problema para las autoridades locales, que siguen
la legislación que algunos han hecho para sus hijos, desde una perspectiva muy
lejana de la realidad africana. En teoría nuestras escueliñas no encajan en
ningún tipo de centro infantil, porque son instituciones de caridad y está
claro que lo referente a la educación infantil es una obligación del estado. Lo
entiendo, las escueliñas no deberían existir porque el Estado debe tener a
todos los niños protegidos en sus propias instituciones. Pero la realidad de
África está muy lejos de permitir esto. Mucho más en contextos de guerra o de
crisis de refugiados como el que vivimos.
En tiempos de
normalidad pedimos una contribución simbólica a las familias que traen a sus
niños que es suficiente para acercarnos a un funcionamiento sostenible, aunque
siempre necesitemos ayudas. Ahora el impacto de la pandemia y de la guerra se
deja sentir en todos los ámbitos. Casi al final del año, en el calendario
austral, que celebra las vacaciones de verano en diciembre y enero, son pocas
las familias que están trayendo a sus niños, otros de los que ya conocíamos han crecido y tienen que
empezar la primaria. Pero yo estoy pensando en los que no pueden porque no
tienen recursos y en los refugiados. La organización portuguesa Helpo que nos
ha estado apoyando desde comienzos de este año en la crisis de refugiados nos
ha dado diez becas para niños que provienen de estas familias. Los registros
que tenemos aqui en el barrio hablan de mas de 4.000 niños desplazados. Somos
la única escoliña en varios km hasta la ciudad y no hay otra en la periferia.
Es una gota de agua, una diferencia que permite vivir con dignidad a solo un
puñado de tantos. Cuando estamos a todo ritmo acogemos a 150 niños, lo consigo
gracias a las ayudas que cada año nos llegan con fidelidad. Este año tuvimos
que hacer reformas, canalizar agua y construir espacios abiertos, para
descongestionar otros... Cada niño nos sale a unos 15 euros por mes. Pero
desayunan, almuerzan y meriendan, antes de volver a sus casas. Y yo duermo un
poco mejor.
Al estar tan cerca el fin de año sé que no tendremos mucha respuesta de aquellos que confían sus niños a nuestra escueliña, pero llevamos desde el año pasado sin abrir, y los pequeños son los más vulnerables en los contextos de pobreza y guerra. El lunes empezamos con los que haya, intentaré poner otros diez con otras ayudas, y si llego a quince, ya serán 25, y si todo va bien, seguiremos aumentando. No cerraremos en Navidad. Vacaciones no tienen los pobres... aseguraremos que puedan tener lo necesario hasta finales de enero. En febrero abriremos para el nuevo curso con la esperanza de poder volver a los 150, y quién sabe, igual a los 200.
Ojalá podamos, porque para mí significa menos lágrimas, más esperanza, más Dios en todo esto.
Pe Eduardo. Mahate, Pemba
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