J.A.
En estos días se me acumulan especialmente los sentimientos. Fue hace unos años, en estas fechas, cuando la noticia de la muerte de un ser querido me hizo tomar la decisión de volver a mi país y escribir un punto y final a una historia de una década de mi vida, tan intensa que todavía hoy sigue haciendo mella. Muchas de las experiencias que vivimos no terminan al vivirlas, permanecen en el tiempo y siguen moldeando lo que somos. Porque es el tiempo vivido, escogido, amado y sufrido, y no simplemente el tiempo que pasa. Aquella vez nunca pensé que volvería, aunque el dejar África fuese como abandonar el mismo aire que me permitía respirar y sentir la vida.
He vuelto a respirar. Ya no es como la primera vez, en la pasarela del avión que acababa de aterrizar en Luanda, al salir a cielo abierto en aquella tierra donde todo era nuevo, cuando al respirar aquel viento tuve la sensación de estar donde siempre había querido. Los años te cubren de personas, de historias, de esperanzas y sufrimientos, y el alma se va haciendo jirones, casi sin darte cuenta.
Me dijeron que en África era muy difícil relacionarse, amar, vivir sin protegerse. Y esta convicción la he visto reflejada en tantas personas, mientras en mi interior me resistía siempre a creerla. Siempre he pensado que nuestro propio miedo, y nada más, es lo que nos separa de los demás. Después de estos años tengo a mi lado amigos con los que he vivido una historia de reconocimiento, y sé que ya no se irán.
Ayer uno de los jóvenes de la misión, Paulo, me confiaba su vida. Solemos comentar juntos el evangelio y esta vez se preguntaba qué sería eso de la puerta estrecha. ¿Cómo saberlo? Está claro que una puerta estrecha protege mejor una casa habitada, y esto es algo que aquí puede entenderse mejor que en nuestras construcciones modernas. Pero la cuestión no es la puerta sino aquello que ella deja fuera, el mal. ¿Cómo distinguirlo? Nuestras sabidas lecciones quizás no duden de aquello que juzgan evidente. Pero aquí lo evidente no es lo mismo aunque sí lo sean las personas. Raíces culturales se interponen y no es tan fácil juzgar, no desde fuera. Tiene que haber un camino que no nos separe tanto y yo creo que ese camino es la puerta estrecha. Le dije a Paulo que su conciencia era la llave que abre la puerta, que yo no podía decirle si estaba bien o mal algo en lo que su libertad y su amor están comprometidos, pero que estaba convencido que él lo sabía, ahí en su conciencia. Le dije que no debía temerla, porque Dios es mayor que ella, y que aquello que desde si mismo decidiese estaría bien.
Pensé en lo arriesgado que es Dios con nosotros, en el respeto a la libertad de cada uno, a la propia conciencia, aunque la vida la haya maltratado, aunque quizás nadie la haya reconocido nunca. Me dijeron que en África la conciencia no es algo demasiado patente, por eso del espíritu tribal y las culturas, pero después de estos años puedo decir que algunas de las conciencias más libres y personales que he conocido están aquí (y no dejan que me vaya de su lado).
He vuelto a respirar. Ya no es como la primera vez, en la pasarela del avión que acababa de aterrizar en Luanda, al salir a cielo abierto en aquella tierra donde todo era nuevo, cuando al respirar aquel viento tuve la sensación de estar donde siempre había querido. Los años te cubren de personas, de historias, de esperanzas y sufrimientos, y el alma se va haciendo jirones, casi sin darte cuenta.
Me dijeron que en África era muy difícil relacionarse, amar, vivir sin protegerse. Y esta convicción la he visto reflejada en tantas personas, mientras en mi interior me resistía siempre a creerla. Siempre he pensado que nuestro propio miedo, y nada más, es lo que nos separa de los demás. Después de estos años tengo a mi lado amigos con los que he vivido una historia de reconocimiento, y sé que ya no se irán.
Ayer uno de los jóvenes de la misión, Paulo, me confiaba su vida. Solemos comentar juntos el evangelio y esta vez se preguntaba qué sería eso de la puerta estrecha. ¿Cómo saberlo? Está claro que una puerta estrecha protege mejor una casa habitada, y esto es algo que aquí puede entenderse mejor que en nuestras construcciones modernas. Pero la cuestión no es la puerta sino aquello que ella deja fuera, el mal. ¿Cómo distinguirlo? Nuestras sabidas lecciones quizás no duden de aquello que juzgan evidente. Pero aquí lo evidente no es lo mismo aunque sí lo sean las personas. Raíces culturales se interponen y no es tan fácil juzgar, no desde fuera. Tiene que haber un camino que no nos separe tanto y yo creo que ese camino es la puerta estrecha. Le dije a Paulo que su conciencia era la llave que abre la puerta, que yo no podía decirle si estaba bien o mal algo en lo que su libertad y su amor están comprometidos, pero que estaba convencido que él lo sabía, ahí en su conciencia. Le dije que no debía temerla, porque Dios es mayor que ella, y que aquello que desde si mismo decidiese estaría bien.
Pensé en lo arriesgado que es Dios con nosotros, en el respeto a la libertad de cada uno, a la propia conciencia, aunque la vida la haya maltratado, aunque quizás nadie la haya reconocido nunca. Me dijeron que en África la conciencia no es algo demasiado patente, por eso del espíritu tribal y las culturas, pero después de estos años puedo decir que algunas de las conciencias más libres y personales que he conocido están aquí (y no dejan que me vaya de su lado).
Quizás cuando llegué a África, ella me reconoció y por eso empecé a respirar la vida, así como yo veo respirar a cada persona cuando me dirijo a ella por su nombre. No sé el daño que la vida puede llegar a hacer dentro de una persona, aunque a veces pueda imaginarlo, no sé la mucha destrucción que puede haber ahí en lo más íntimo, pero sé que lo que importa y lo que hace vivir y seguir adelante es lo que reconstruimos, el don del amor que ofrecemos, el reconocimiento del otro en su persona. Y si eres capaz de creer en ello, aunque solo sea una semilla, incluso demasiado pequeña, crecerá y se convertirá en un árbol y dará frutos.
No se deberían podar las ramas jóvenes de los grandes árboles porque ellas están preñadas de futuro, pero a veces sucede, y entonces el dolor, en aquel vacío, deja sentir el eco de su presencia. Es inevitable, pero no es lo importante. Aunque la poda sea cruel se esperaría que en el árbol, cuando la estación vuelva, nuevas ramas broten con más fuerza todavía, porque sólo puede matarle algo que mate las raíces. En estas debe estar la puerta estrecha, la conciencia, la llave que abre el reino y deja fuera todo el mal de este mundo.
Hoy quiero dedicar estas líneas a la rama verde que fue cortada antes de que llegase su hora. Si esto hacen con el leño verde… para que no destruyamos el árbol y reconozcamos siempre la conciencia de cada persona. A todos los que han visto, sin poder hacer nada, cómo se cortaba una rama verde. Hoy en Muxara fallecía al llegar de un largo viaje un pequeño de pocos años, una familia de la comunidad que ha tenido que retener el aliento, que se ha visto impedida para respirar la vida. Lo más difícil es creer ahora, en tan sólo un punto blanco de luz, cuando todo se ha vuelto oscuro.
Hace tiempo me maravilló, y sigue haciéndolo, un cuadro de Eugène Burnand dedicado a la mañana de la resurrección. Las miradas de Pedro y Juan en aquella mañana, fijas en el único punto blanco de luz del oscuro sepulcro, me sigue invitando a creer, y a invitar a ello a cuantos son atravesados por el dolor y parece que en su interior un vacío se apodera. Y les digo: es una rama verde, que nadie debería haber cortado, pero hay un árbol que vive y, cuando la estación llegue, brotará nueva vida. Aun sin palabras, quisiera que mi vida y mi presencia, indicasen siempre a esa pequeña luz que ha llenado mi vida.
No se deberían podar las ramas jóvenes de los grandes árboles porque ellas están preñadas de futuro, pero a veces sucede, y entonces el dolor, en aquel vacío, deja sentir el eco de su presencia. Es inevitable, pero no es lo importante. Aunque la poda sea cruel se esperaría que en el árbol, cuando la estación vuelva, nuevas ramas broten con más fuerza todavía, porque sólo puede matarle algo que mate las raíces. En estas debe estar la puerta estrecha, la conciencia, la llave que abre el reino y deja fuera todo el mal de este mundo.
Hoy quiero dedicar estas líneas a la rama verde que fue cortada antes de que llegase su hora. Si esto hacen con el leño verde… para que no destruyamos el árbol y reconozcamos siempre la conciencia de cada persona. A todos los que han visto, sin poder hacer nada, cómo se cortaba una rama verde. Hoy en Muxara fallecía al llegar de un largo viaje un pequeño de pocos años, una familia de la comunidad que ha tenido que retener el aliento, que se ha visto impedida para respirar la vida. Lo más difícil es creer ahora, en tan sólo un punto blanco de luz, cuando todo se ha vuelto oscuro.
Hace tiempo me maravilló, y sigue haciéndolo, un cuadro de Eugène Burnand dedicado a la mañana de la resurrección. Las miradas de Pedro y Juan en aquella mañana, fijas en el único punto blanco de luz del oscuro sepulcro, me sigue invitando a creer, y a invitar a ello a cuantos son atravesados por el dolor y parece que en su interior un vacío se apodera. Y les digo: es una rama verde, que nadie debería haber cortado, pero hay un árbol que vive y, cuando la estación llegue, brotará nueva vida. Aun sin palabras, quisiera que mi vida y mi presencia, indicasen siempre a esa pequeña luz que ha llenado mi vida.
Posos de café en Pemba 43, 25 de Agosto de 2013.
No sé cuál es la puerta estrecha. Tal vez la de creer sin ver, la confianza. No conozco más puerta que se abra para ser luz.
ResponderEliminarReconocer es expandir el alma al pronto. Tú te reconoces en África, entonces ahí se expande tu alma.
Cuando la luz llena una vida, la luz atraviesa carne y hueso para ser presencia en el gesto, en la mirada, en la palabra, en el timbre de la voz, en el abrazo, en el beso... y lo es aún a pesar nuestro.
Sólo hay una llave y esa es la confianza. La confianza abre la confianza. Todo, absolutamente todo, pensamiento o/y obra queda retumbando en la misma eternidad con esencia creadora a un tiempo. Nada queda perdido por más que a veces nos lo pudiera parecer.
Victoria (amiga de Isabel y Benedicto)