Hace poco más de una
semana que he vuelto a Pemba. Con el calor, algo menos fuerte de lo que un mes
atrás dicen haber pasado, también he reencontrado tantos rostros amigos,
hermanos, familiares ya todos ellos, y siempre alguno nuevo, en esta
espectacular e inagotable cascada de vidas humanas que caracteriza a África.
Sí, la vida se
prodiga en África, o no la hay o es de una abundancia desbordante… y donde hay
mucha vida, también hay mucha muerte. Es como si todo en África tuviese aquel
carácter de la demasía, de lo que sucede para dejarte muy claro que eres muy
pequeño, y sin embargo es también este exceso de todo el que se impone al
corazón y la conciencia y te hace aunque no lo quieras, contemplativo. Una y
otra cosa están sin duda conectadas: ser pequeño y ser contemplativo.
Es víspera del
domingo de Ramos y otra vez aquello que vivimos en nuestro día a día se nos
impone y esta vez nos da ese tono de pasión y semana santa que ya estamos
empezando, un tono que en tantas otras realidades se acoge apenas
rutinariamente, sin que haya demasiada relación entre el altar y la calle… Pero
para mí este año es más intensa esta celebración del dolor y la muerte que
otros años.
Ya van cinco días
desde que uno de los jóvenes de la comunidad me mostró un video corto que, al
parecer, se está compartiendo por los teléfonos de musulmanes y cristianos de
aquí y, me supongo, por tantos y tantos lugares que no somos capaces de prever.
Muchas personas en África saben escasamente leer, pero eso no les impide saber
hacer funcionar un teléfono y descargar un video. Los teléfonos son a la vez
más complejos y más intuitivos, y personas muy sencillas, personas que pueden
ser muy manipulables y a las que juzgar la realidad se les hace muy difícil, tienen
un fácil acceso a contenidos de muy diversa índole y entre estos no faltan
algunos de extrema violencia. Desde que intenté ver ese video y desde que me
negué a seguir mirando, y hasta hoy, intento asimilar algo nuevo en la vivencia
de la semana santa. Como si una experiencia del imaginario de repente se
hubiese hecho real, como si una distancia que nunca creíste que algún día has
de recorrer, te hubieses visto, sin querer, obligado a cruzar. Ese video ha
sido para mí una especie de fuerza que me ha arrancado de un lugar en el que me
sentía tranquilo, a un lugar de desconcierto y desazón, un lugar donde no es
posible serenarse.
Hombres de blanco con
barbas largas arrastran a más de una decena quizás de otros hombres vestidos de
naranja, en una especie de cobertizo, mientras se oye canturrear en árabe (en
una cantinela muy parecida a las recitaciones del Corán de las mezquitas, pero
no puedo entenderlo…), uno a uno son como presentados a todos los que asistirán
a estas imágenes, y uno a uno se les degüella, en una especie de sacrificio al
que parecen estar invitando los hombres de blanco, ofrendas de sangre a un dios
de muerte… no conseguí ver más allá de la primera escena, levanté mi mano para
cubrir lo que me parecía demasiada violencia, demasiada crueldad, quizás
demasiado sagrado. Porque si alguien puede hacer algo con esto, tiene que ser
un Dios al que le hayan sacrificado de este modo.
Y de repente, me
sentí lejos, muy lejos, de entender siquiera un poco el sacrificio de la
pascua… comprendí que he sido puesto al pie de la cruz de estas vidas, y de
todas las vidas que están siendo sacrificadas… y tengo que decidir si
permanezco de pie, si supero esta prueba y me entrego a la consolación de
cuantos se mantienen allí en la brecha de todas las heridas de este mundo, o me
escondo para no ver, ni sentir, ni responder… y de repente también vi toda mi
indiferencia, esa mirada que se aparta, que no quiere ver, y esas manos que se
esconden, y ese rechazo del dolor, y mi amor, tan vacío y pobre.
Hoy, mientras escribo,
no me asusta tanto lo que pueda desencadenar este tipo de mensajes, me asusta
mucho más el pensar que pueda malograr mi vida, que todo esto suceda sin que me
entere, escondido en mis agujeros, mientras muero. Entiendo un poco más qué
significa que la muerte hay que escogerla. Aquellas palabras: nadie me quita la
vida, yo la doy.
Antes de Ramos,
cuando preparo las palabras de la pasión, ya no consigo leer de otro modo. Miro
a mis vecinos y a casi todos los habitantes musulmanes de mi barrio y
alrededores, la mayoría, y no puedo evitar conectar algunos mensajes, pero no
quiero dejarme ir por ahí. Hay otros, entre ellos, que hacen buena su religión…
porque así es, somos sólo nosotros quienes hacemos que una fe sea buena y
merecedora de confianza. Sé que, a otros niveles, donde se juegan los destinos
de las naciones, las tensiones se agudizan, las convicciones se manipulan y
oscurecen. En medio de esta desazón y de tantas preguntas calladas, en medio
del ruido interior, esta tarde nos hemos encontrado para celebrar el perdón.
Tal vez unos cincuenta o sesenta cristianos nos hemos rendido ante la
misericordia y hemos pedido al Espíritu que sople dentro de cada uno ese perdón
para poder ofrecerlo a los otros. Mientras se acercaban, uno a uno, para
recibir la bendición, muchos de ellos postrados en la humildad de la tierra, he
sentido como se levantaba una ola, una ola callada, de redención y
misericordia… y el viento soplaba. Y entonces, algo desde muy dentro y desde
más allá me ha confirmado que este es el camino que está salvando al mundo.
Creo que nada puede
parar esa fuerza de resurrección que palpita en las venas de la tierra, aunque
no la sintamos, o sólo algunas veces. Y que de lo más hondo, poco a poco, en la
medida de la ternura, todo se va transfigurando… hasta que su brillo y el
nuestro ya no puedan distinguirse.
Os deseo una intensa
Semana Santa de todo corazón
Eduardo A. Roca
Oliver
Pemba, 7 de abril de
2017
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