Amigos de la paz…
Y si allí hay un amigo de la paz, vuestra paz reposará sobre él…
Nunca lo había pensado, y sin embargo Él ya lo sabía. Esto del Evangelio tiene que ver con los amigos de la paz. Jesús cuenta con ellos, son el terreno abonado para que su semilla pueda germinar y crecer. Claro, ¿Cómo creer que algo como el evangelio cae del cielo sin más y es acogido? No, la ternura que hoy he visto en Said con sus hijos, esa dignidad que él no tiene que defender ante nadie porque le precede en todo lo que hace, la hospitalidad de esa familia que me ha acogido en su casa de barro, sin distancias ni respetos, encogiéndose ellos para que yo pudiera entrar y sentirme cómodo, la amable confianza haciéndome participe de sus pequeños proyectos, la ofrenda cariñosa de los que ellos llaman sus “suertes”, el primero de los cuales murió con cinco años, y que orgullosos de tenerme cerca no me han soltado de sus manos… esto es el lenguaje universal de todas las personas. Lo experimentas, lo compartes y lo vives, y sabes que ahí está todo lo que puede saberse en la vida, que todo lo demás sólo son accesorios. Y es aquí donde encaja perfectamente el evangelio.
Said es un amigo de la paz, Marian, su mujer, no ha dudado en acompañarnos de camino a su casa dejando con alguna amiga su tenderete del mercado. Adán, su última suerte, tiene solo tres meses y como los recién nacidos en África prolonga su gestación envuelto en una tela que lo mantiene unido a la madre, por lo menos hasta que cumpla los dos años.
A los makúas la cultura les prohíbe las relaciones sexuales desde que una vida es concebida y hasta que el recién nacido ha cumplido dos años. Esta es lamentablemente una de las causas de la alta promiscuidad y de la pandemia del Sida que azota a este pueblo. Han entendido con el tiempo que la prohibición afecta solamente a la pareja aunque la cultura no lo diga expresamente.
Said es un amigo de la paz, Marian, su mujer, no ha dudado en acompañarnos de camino a su casa dejando con alguna amiga su tenderete del mercado. Adán, su última suerte, tiene solo tres meses y como los recién nacidos en África prolonga su gestación envuelto en una tela que lo mantiene unido a la madre, por lo menos hasta que cumpla los dos años.
A los makúas la cultura les prohíbe las relaciones sexuales desde que una vida es concebida y hasta que el recién nacido ha cumplido dos años. Esta es lamentablemente una de las causas de la alta promiscuidad y de la pandemia del Sida que azota a este pueblo. Han entendido con el tiempo que la prohibición afecta solamente a la pareja aunque la cultura no lo diga expresamente.
No sé cómo vivirá Said esta abstinencia, lo único que he visto en él es una preocupación por su familia, por sus “suertes”, un dolor callado por el que se fue con sólo cinco años, y al mismo tiempo una sonrisa sincera, una necesidad de explicarme con su mal portugués lo que es su vida, la casa que está construyendo, las personas a las que está instruyendo en el oficio de albañil que él domina perfectamente. En su casa a medio levantar una enorme ventana se abre a la bahía y más allá al continente, y una belleza extraordinaria ya al atardecer nos ha dejado parados. En unos minutos la casa se ha llenado de niños, curiosos, expectantes, todos ellos necesitados de una vida que Said y Marian pueden ofrecerles, aunque eso les cueste sufrir tantos días de duro trabajo. Cuando ya me iba, me ha dicho que sentía no haberme presentado a su madre…
Me he preguntado qué ha querido Said al invitarme a su casa. En el poco tiempo que llevo en Pemba he sabido que eso significa mucho, mucho más de lo que podamos imaginar los europeos. Al intentar decirme a mí mismo qué es lo que he sentido casi no puedo expresarlo. Es como si, de repente, hubiese sido adoptado. Y aunque no es una experiencia nueva para mí, sé que lo cambia todo, que mi soledad es menos soledad, y aquí con esta familia de musulmanes, Said y Marian, experimento aquello del recibir multiplicado, familia, padres, hermanos, bienes y amigos… todo aquello que has dejado por seguirle.
Pero Jesús ya lo sabía. Es la paz que se encuentra con la paz. Son los amigos de la paz, en ellos encuentras reposo.
Desde aquella ventana abierta al horizonte de África voy a dejar volar la imaginación y llenar de colores ese paisaje, nuestro como el tesoro más preciado, como la misma bahía, pero a diferencia de ella, tan imponente, tan inmensa, un tesoro que hasta ahora se ha mantenido escondido, susurrado al oído, sin alzar la voz, para que nada pudiera mancillar su blancura. Como si una sabiduría secreta advirtiese que hay cosas que no deben decirse. Pero yo voy a correr el riesgo, cogeré el pincel aún a sabiendas de estropear este tapiz que los años han conservado, me atreveré a seguir la trama de los colores que tan prodigiosamente lo embellecen porque quisiera mostrar al mundo que no todo es como se dice, que hay caminos de verdad ocultos a las miradas de los que enjuician y hacen los análisis, creyendo que la sola realidad que ven es la única que existe.
La ventaja que tengo es que no voy a pintar algo nuevo. Los colores están allí desde hace tanto, yo solo tengo que seguir su tesitura.
Se reunía el consejo de Pastoral, como se hace dos o tres veces al año. A él acuden los ancianos cristianos, animadores y representantes de las comunidades de la inmensa diócesis de Cabo Delgado. Los comienzos son onerosos, lecturas interminables de los informes de las actividades realizadas durante el año... Pero entonces alguien confió, como si susurrase el viento, palabras preñadas de esperanza, el secreto mejor guardado, el tesoro más valioso de la historia que ha dado forma a todas las civilizaciones. Los presentes callaron en un respetuoso silencio, y se hizo el instante de calma de la marea cuando anochece, y las olas serenan su ímpetu porque parecen haber aprendido también el descanso después de las horas del día. El color del silencio, el color de la paz y del descanso.
La ventaja que tengo es que no voy a pintar algo nuevo. Los colores están allí desde hace tanto, yo solo tengo que seguir su tesitura.
Se reunía el consejo de Pastoral, como se hace dos o tres veces al año. A él acuden los ancianos cristianos, animadores y representantes de las comunidades de la inmensa diócesis de Cabo Delgado. Los comienzos son onerosos, lecturas interminables de los informes de las actividades realizadas durante el año... Pero entonces alguien confió, como si susurrase el viento, palabras preñadas de esperanza, el secreto mejor guardado, el tesoro más valioso de la historia que ha dado forma a todas las civilizaciones. Los presentes callaron en un respetuoso silencio, y se hizo el instante de calma de la marea cuando anochece, y las olas serenan su ímpetu porque parecen haber aprendido también el descanso después de las horas del día. El color del silencio, el color de la paz y del descanso.
"Los hermanos musulmanes nos dieron la tierra, ellos vinieron a buscarnos, ayudaron a levantar las iglesias, cedieron los campos para el cultivo..."
Comunidades cristianas nacieron al amparo de los hermanos musulmanes y se establecieron hace poco tiempo en las tierras de cabo Delgado, porque los hermanos musulmanes los acogieron... Se remonta a muchos siglos atrás la presencia del pueblo sometido al libro sagrado en las costas norteñas de Mozambique. La fe cristiana tiene poco más de un siglo de vida en esta tierra. La tierra roja africana hermana a sus hijos, más allá de la fe y de las culturas. Y si una chispa prende el fuego con tanta facilidad, la lluvia intensa lo apaga con la misma insistencia. Que hoy alguien pueda decir del Islam lo que aquí se esconde es sin duda la posibilidad creadora que el mundo necesita.
Nunca he sido persona de juicio fácil, siempre me he resistido a encajar con mis prejuicios tantas realidades, a veces demasiado patentes por su violencia, pero ahora se me han abierto de verdad los ojos, ahora sé que juzgar me hace injusto más que aquello que mi sentencia pretende expiar o redimir. Más que nunca entiendo que El sólo es quien ha “justificado para siempre”.
Nunca he sido persona de juicio fácil, siempre me he resistido a encajar con mis prejuicios tantas realidades, a veces demasiado patentes por su violencia, pero ahora se me han abierto de verdad los ojos, ahora sé que juzgar me hace injusto más que aquello que mi sentencia pretende expiar o redimir. Más que nunca entiendo que El sólo es quien ha “justificado para siempre”.
Es curioso, pero alguien me ha mandado el testimonio de un monje del Monte Athos, y no me resisto a dejarlo pasar, precisamente en estos posos de café de este día:
« Tu es venu ici non pour changer le monde, m’enseignait le père Séraphim, mais pour te changer toi-même. Ton problème, ce n’est pas le frère qui commet une injustice, mais la réaction que cette injustice produit en toi. » (Gerard Gascuel, Frère Jean)
Posos de café en Pemba 24, 26 de enero de 2013.
Este pequeño gran poso vuestro es una joya. Tengo la impresión de que es una riqueza inmensa todo lo que estás viviendo en esa comunidad,y envidio la cercanía de su gente...Es precioso.
ResponderEliminarEl Islam es una religión de paz y su gente, nuestra familia. Desgraciadamente los prejuicios nos separan y tenemos que luchar contra ellos. Son sólo conjeturas que no son válidas si queremos tener una imagen real de esta religión.Para mí Islam es cercanía,amor,y luz,mucha luz.
Te felicito de corazón por todo lo que nos cuentas de tu vida allí,aunque sólo de vez en cuando nos atrevamos a hacer cometarios.
Un abrazo grande.