domingo, 14 de abril de 2013

Ajuari y Wahicha



Ajuari y Wahicha





Son la imagen de la inocencia y la alegría, tienen 4 años más o menos, y todos los días me visitan a cualquier hora del día. Ajuari vive con la abuela y sólo habla makúa. Se sienta a mi lado, en la baranda, muy cerca, y con unos ojos negros y profundos, limpios y tiernos, dice lo único que sabe decir en portugués: ¡Padre! Wahicha es algo más menuda, tampoco entiende ni una sola palabra de portugués, pero esto es lo normal en la gran mayoría de los niños del barrio, sin embargo creo que nunca he visto la expresión de la alegría tan nítidamente como en su rostro: de todas las personas, grandes y pequeñas, que conozco, Wahicha es la que mayor fascinación me provoca. Es como si se apoderase de ella la misma alegría de Dios hasta hacerla vivir en un éxtasis permanente.

 
Cuando llego de la ciudad estos maestros de la vida que son los niños salen siempre a recibirme, cada día hay más: ¡Tata! Gritan… no he llegado a saber qué significa pero sé que es un grito de alegría.

No sé si es la magia de los niños o qué es, si es verdad como cuenta aquella vieja historia judía que al nacer todos recibimos lo que realmente se necesita en la vida, lo que realmente importa, pero un ángel sopla en nuestros oídos y por eso lo hemos olvidado. Creo que es hermoso pensar que la vida consiste en recordarlo. Tantos problemas, tanto dolor… debe ser que tenemos mala memoria. Lo cierto es que ellos viven plenamente, sonríen por todo, disfrutan de las pequeñas cosas y no se hacen las preguntas que nos preocupan a los mayores. Para mí son una especie de termómetro evangélico, cada día, cuando llego y los veo de lejos amontonados en el suelo, empiezan a gritar y corren hacia el coche, entonces pienso que estoy en el buen camino. Me lo dicen sin hablar. Sucios hasta la coronilla, pues habría que darles varios baños seguidos para dejarlos limpios, se cogen de mis manos, a dedo por niño, y alguna vez más de uno en algún dedo, me regalan lo mejor que puede darse: la felicidad.

 
“Dejad que se acerquen a mi”… porque acercarse al Maestro sólo es posible cuando somos como uno de ellos. No me sorprende en absoluto tanta distancia, tanta dificultad para ver y encontrar al Maestro, nosotros los que hemos envejecido y quizás nos estamos preguntando cómo nacer de nuevo, a estas edades… Un viejo profesor decía siempre que Jesús tenía ojos de niño, que así se los había pintado el Greco, grandes, transparentes, inocentes. Desde luego no podía ser menos, porque sólo algo que él ha sido podemos ser también nosotros.

Cuando se han cansado o atardece, sencillamente desaparecen, me doy cuenta que no se despiden, igual que ellos ya forman parte de mi vida, soy alguien con el que cuentan en las suyas. Por la mañana, si no he salido, rondarán cerca de casa, esperando ese gesto por el que saben que pueden entrar y sentarse en la baranda, y entonces esperar un poco de pan o alguna galleta. Alguna vez tengo que oírme en makúa: padre, usted niega mucho… y entonces me recuerdo que mientras tenga algo de mi propiedad estaré en deuda con ellos.

Sí, es posible que esto de ser niño sea solamente esto, desapropiarse, aprender la libertad de ser pobre, eso que vivimos de niños y vamos olvidando mientras crecemos. Porque las cosas, aquello que tenemos, acaba por convertirse en lo que más nos preocupa. Si algo enseña África es a recuperar lo importante, a ti mismo y lo que eres, porque lo has olvidado, y después, a los demás y lo que son. Lo que tenemos unos y otros sencillamente no importa. Como casi cada domingo hemos ido a bañarnos al mar, porque todavía es de todos. Sumido en mis cavilaciones me he alejado para entrar solo unas decenas de metros sin darme cuenta de que mis amigos esperaban que entrase con ellos. Algo tan simple como ser con los demás se me ha olvidado… he tenido que aguantar la reprimenda, pero más que eso he tenido que recordar que para acercarse al Maestro hay que ser “como uno de estos”… 


 

Ajuari parece empezar a olvidarse… ahora piensa que tiene más derechos que los demás para sentarse en la baranda o para comerse una galleta. No es el mundo que yo quisiera, pero es el mundo inevitable. Tendrá que empezar a recordar de nuevo. Sólo espero que encuentre amigos que, de algún modo, se lo digan, y que sea capaz de aceptarlo. Mientras, quizás la caricia del mar y del viento seguirán insistiendo en dejar el poso de la ternura en su vida, y entonces la posibilidad de nacer de nuevo se abra paso en su vida…


Me temo que Wahicha ha emprendido el vuelo de las libélulas. Hace días que no la veo, llevará esa eterna sonrisa, esa felicidad con la que se duerme y se despierta, allí donde vaya. Rezo para que ellas la acompañen y nunca se sienta sola, y para que la luz de sus ojos jamás se apague.  






Mientras rezo en la capilla, se sientan, muy serios, en las esteras del suelo. Saben que es tiempo de silencio, sólo les importa acompañar la luz, como hacen las libélulas… danzan a su música, la del Dios de los niños, la que sólo ellos escuchan… 
 

Posos de café en Pemba 31, 25 de marzo de 2013.




1 comentario:

  1. Ajuari y Wahicha: “ojos negros y profundos, limpios y tiernos... nunca he visto la expresión de la alegría tan nítidamente como en su rostro... como si se apoderase de ella la misma alegría de Dios hasta hacerla vivir en un éxtasis permanente... Maestros de la Vida... viven plenamente, sonríen por todo, disfrutan de las pequeñas cosas... se cogen de mis manos, a dedo por niño... me regalan lo mejor que puede darse “la Felicidad”... ”.

    Hermano, como bien dijo Jesús “Dejad que los niños se acerquen a mi”... y como tú dices: “acercarse al Maestro, sólo es posible cuando somos como uno de ellos... Jesús tenía ojos de niño, grandes, transparentes, inocentes... sólo algo que él ha sido podemos ser también nosotros.”.

    Y simplemente yo te puedo decir, que cuando alguien es capaz de captar con tanta precisión esa sensación de la ternura de los Niños tal como tú la describes... es porque tu parte interna de Niño ¡Está Viva y Latente!. Porque eres capaz de ver con ojos de Niño, como lo hacía Jesús.

    Te recuerdo tus últimas palabras en la homilía de la última misa con nosotros, dijiste: “Gracias, el que acoge a un Niño como este en mi nombre, me acoge a mí. Y a mí “Me acogisteis como a un Niño”.... además me lo decíais ¡hay va que joven! ese cura que ha venido, que joven, si es un chico ¡no!... No tan chico, pero me lo decíais así. Me acogisteis como a un Niño, por eso me he sentido siempre entre vosotros, de Verdad Acogido, haciendo Verdadera la Vida, haciendo Verdad el Evangelio que tantas veces he compartido con vosotros a lo largo de este corto año, pero tan Intenso, Intenso como este Café tan Bueno. El café tan Intenso, que huele bien, que deja posos, . Gracias de Verdad a Todos”

    Gandhi decía: “No existe el adiós, pues siempre os llevo en mi corazón”. Eduardo, por esto entiendo perfectamente cuando dices “que cuando desaparecen no se despiden, ellos forman parte de mi vida, soy alguien con el que cuentan en las suyas”.
    Está claro, porque ambos (tú y los niños) os lleváis mutuamente en el corazón y de esta manera el adiós no existe. Te Felicito por tan hermosa Vivencia.
    Un Abrazo. Maite

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