viernes, 5 de julio de 2013

Doce



Doce



Ya son doce… por doce… y un ‘por’ con puntos suspensivos. Hoy me gustaría que pudieseis verlos a todos y a cada uno, pero sobre todo, que pudieseis sentir lo que yo siento cuando están a mi lado, y cómo vale la pena el amor. O quizás, mejor dicho, cómo es lo único que vale la pena: amar, aunque ello conlleve siempre sufrir. Entiendo lo de la nueva creación, lo entiendo muy bien, la estoy viendo ante mí, cuando el amor toma las riendas y nuestras relaciones se hacen posibles. Mucho sufrimiento se mitiga, con el bálsamo del aceite y del vino, y se venda, y hasta se cura.

Los doce lo empezaron todo, una historia de amor y libertad, nuestra historia. En cada comienzo siempre hay doce, por doce, por… y esta Iglesia llamada a ser pobre y humilde seguidora, mientras da testimonio de la Vida verdadera, se abre paso, poco a poco… Cada vez creo más en eso de que nos sobran los miles y nos faltan los doces. Doce, aunque titubeen y huyan muchas veces de lo que se les viene encima, con el alma de los que viven para superarse, para ir siempre más allá y más arriba, dejando brotar en ellos, en su pobreza, las posibilidades de ser y vivir desafiando el presente, llenos de la esperanza del futuro.


Estos son los nombres de los Doce con puntos suspensivos: Melchior, Angelita, Paulo, los hermanos Rajid y Said, Richard, Horace, Manuel, Mauricio, Silvio, Nito, Lembra y Filomena, Verónica, Joao, Miva, Nelson, Hassan, Fernando y Filomena, los hermanos Mario y Helena, Joaquim, los hermanos Amidinho y Nsafir, Farruq, Benedicta, Eduardo, Sebastián, Antonio, Victor, Anli, Faustino, Bertina y Teresa, Valeriano, Cristina, Judith, Emilda…

Y los reunió, y les confirió el poder de expulsar espíritus y de curar el mal y la enfermedad, y les dijo: id a las ovejas perdidas y anunciad el Reino, dad de gracia porque de gracia recibisteis…

No sé cuánto de Reino se extiende ya por Mahate, no soy propenso a los cómputos, pero sé que crece aquí y allí, y que las fronteras de las religiones o de las etnias no lo sofocan. Es su alegría la que me confirma cada día que algo está creciendo, aunque yo no lo vea. Es la certeza del corazón que sabe que no será defraudado y no necesita ver para creer en la promesa.


Cuando miro cada una de sus historias descubro casi siempre demasiado dolor y tristeza, injusticia de esa que nadie debería nunca haber sufrido. La presencia de Dios se ve en este día en el que en casa de Judith ha llegado algo de comida, después de dos o tres días sin tener nada, o en la recuperación del bebé de Emilda que ha pasado la semana con fiebre, vómitos y tos, o también en el hermano pequeño de Richard que después de un mes desaparecido ha vuelto a casa, o en el regreso a casa de la familia de Cristina tras estos meses de trabajo en el campo… Sólo Dios puede estar detrás de todas estas cosas, dicen ellos, porque escucha nuestras plegarias, porque confiamos en él, porque una y otra vez nos da fuerza para seguir adelante.

Quien tenga oídos para oír, oiga…

Lo que ha cambiado es la mirada, el poder descubrir un hilo que enhebra cada pedazo de la vida, aun los más dolorosos, concediéndoles un sentido. Es el poder ver aunque sea por poco tiempo más allá, hacia esa estrella que te dice que no morirás porque hay amor en tu vida. Aunque sea solo un instante, la confianza que allí nace ya no desaparece jamás. No hay más secreto que este, pero es todo y lo único necesario. Los doce… se han puesto en marcha porque esta estrella ya siempre iluminará sus vidas. De entre ellos, varios son musulmanes. Esta tarde Rajid decía, y yo no sé si sabía lo que decía: yo no soy cristiano, ni musulmán, yo soy persona. Venía al caso del ramadán que ya se acerca. Su presencia todos los días, su simpatía, su fidelidad y su preocupación por mí: ¿has dormido bien?, ¿tienes el corazón en paz?... me llevan a creer en la humanidad, como el único camino que de verdad importa. ¿Habrá sido el Espírito el que se lo ha revelado?

Hoy, mientras escribo estas líneas y miro a los doce… me vienen al corazón tantos doces que se quedaron atrás, por los caminos de mi vida. Y siento que todas esas vidas de algún modo también son mías. Es lo que te dan los años: amigos, hermanos… hasta el ciento por uno.




Hoy me sigo haciendo la pregunta del Evangelio: ¿quién dices que soy yo? No sé nada, sólo sé que eres el puro amor, y eso es lo mismo que no saber nada. Es la certeza de caminar confiando, sin ver, y la alegría que eso lleva consigo. Es el encuentro con cada uno de los doce, porque yo también soy uno de ellos, y quizás el más débil, pero soy el que no tiene otra cosa que dar, solo la confianza.

  
Posos de Café en Pemba 38, 25 de mayo de 2013.


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