miércoles, 10 de julio de 2013

Historias...




Historias…




Haijai no tiene luz en los ojos, desde hace dos años. Pero su sonrisa desdentada, a sus ochenta años, es la más luminosa de toda su familia.

Este domingo me dediqué a visitar a mis vecinos. Lo tenía pendiente. Solo al final del día me di cuenta que todas las casas por las que pasé eran casas musulmanas... la verdad, ni me lo pregunté... Debe ser lo mejor, no preguntarse ciertas cosas, para que no se nos acumulen demasiadas omisiones.

 
Visité la familia de Amidino y de Nsafir, dos hermanos de nuevo, como dos tesoros. Hay algo de misterioso en esto de los dos hermanos. No son los primeros dos que me fascinan... No sé si será por la parábola... que a Jesús también le llamaron la atención. Debía saberlo bien, llevaba algunos pares siempre consigo. La semana pasada nació el primer hijo de Amidino y Rosa, su primera suerte, como dicen ellos. Un hijo es una suerte, es bonito pensarlo, sobre todo cuando es tan difícil que muchos salgan adelante. Hace tiempo que Amidino y nsafir no saben de su padre. Su madre, una makúa alta y elegante, extraordinariamente hermosa, pasa casi todo el tiempo en el campo, les visita los fines de semana y trae todo lo que ha conseguido para comer el resto de los días, como casi todas las mujeres tiene que compartir a su marido con otras y por lo que me pareció ya ha renunciado a él. Ahora ellos, como pueden, cuidan del abuelo ciego y se cuidan el uno al otro, se tienen, y eso es lo que importa. Amidino tapiza sofás, Nsafir arregla tuberías. Aquí y allá donde les sale un trabajito, donde les llaman, consiguen salir adelante. Amidino tenía un interés especial en que yo le diese el nombre a su hijo y así lo hice... después de unos días me decidí por Ismael, un nombre nada ajeno al islam pero que no tengo oído por aquí. Les gustó, al parecer a toda la familia, y por supuesto ahora tenía que conocerla. 


No esperaba nada diferente, había una silla y tuve que ocuparla yo, todos se sentaron en la estera, en el suelo, cobijados por la vieja pared desvencijada de la casa de barro. El abuelo Haijai la construyó cuando todavía podían sus fuerzas y sus ojos se lo permitían. Sencilla, como todas las casas makuas, tres pequeñas estancias que sirven a la familia para refugiarse de la noche o albergar a los enfermos, porque la vida se hace siempre fuera, pero resistente a pesar de la ya oxidada chapa de zinc que la cubre.

Trajeron al abuelo y también otra silla. Se supone que éramos los más importantes. Entonces me explicaron que ya lo habían llevado a los médicos, a las iglesias, y que nada consiguieron, y me di cuenta de lo que esperaban de mí, ese milagro que no llegaba a los ojos de Haijai. Fue curioso, todos parecían esperarlo menos el abuelo. No es posible evitar esta sensación de ser alguien cargado de poder aquí en África. Recé en mi corazón mientras miraba sus ojos nevados y entonces Haijai me obsequió una inmensa y luminosa sonrisa, y como suelen hacer los ancianos empezó a contarme los años de su historia. Creo que esta es la luz que toda familia necesita: la luz de una historia, un hilo que conduce la vida y le concede sentido. Al final, siempre al final, el resultado es una luminosa sonrisa. 


Pensé que seguramente es buena esta ceguera, cuando hay más luz, cuando una historia ilumina y da sentido, porque la otra, la de los guías ciegos y los ayes de Jesús, es precisamente el no querer verla, esa historia del amor que ha venido a iluminar y dar sentido a la vida.

Pero claro, la historia te conduce y es un riesgo. Es el juego de la libertad y el abandono muchas veces a la voluntad del amor capaz de darse, sin esperar a cambio nada.

Tal vez en este tiempo que vivimos lo que más se esté destruyendo sean estos cimientos, los que permiten las historias de todas las personas y hacen que tenga sentido la vida, aunque para ello tengas que arriesgarlo todo. Y quizás el comprometerse por amor a vivir una historia y dejarse conducir por ella sea lo que permita la salvación.

 

Muchas son las historias que sigo pintando en mis iconos. Nadie ve en esa pared cremosa de mi oratorio todos los que contemplo, pero hay tantos y desprenden tanta luz que no me extraña que se queden ciegos.

Ha nacido el bebé de Cristina y Abene, después de un largo y duro esperar... se ha visto colmada su esperanza. Cristina sigue hospitalizada, ha necesitado transfusiones, ha necesitado vida. Aquí a nadie se las hacen si no se trae a los donantes, así que ha habido que buscarlos, pero no han faltado, y por eso he de volver a pintar ese icono, que ahora tiene mucha más luz que en Navidad, en pleno mes de Junio.

El suave invierno del trópico se cierne ya sobre nosotros, el viento se hace sentir, mas fuerte, más fresco, pero sopla a nuestras espaldas y nos empuja hacia adelante, siempre hacia adelante. 


Posos de café en Pemba 39, 10 de junio de 2013.


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