Desde que ha empezado julio los días son, si cabe, más serenos. Es ramadán, la luna del ayuno. Aunque los musulmanes piadosos rezan todos los días cinco veces, en este tiempo la llamada de los minaretes convoca a todos los hijos de Alá, el Clemente y el Compasivo, para la oración, especialmente antes de la salida del sol, en Suhur, y antes de su caída, en Iftar. Se romperá el ayuno un poco después, en esa hora de luz en que el hilo negro se confunde con el hilo blanco. Hasta aquellos que no son muy asiduos a la mezquita visten el anzun largo hasta los pies y cubren la cabeza con el ozió, un pequeño y bonito gorro bordado.
"Su principio es misericordia, su medio es perdón y su final es la liberación del Fuego", dijo el Mensajero sobre la luna de julio. Los musulmanes saben que lo que importa en el ayuno es la vivencia de la misericordia, porque Alá es compasivo, pues sólo es posible ser un buen musulmán cuando “el principio, tu principio, es misericordia”. Pero si el comienzo es así no es menos importante el camino: “su medio es perdón”. Hay que enfrentar aquello que nos divide y separa, los odios y las violencias, los resentimientos y las querellas. Porque este camino conduce a la liberación del fuego, de todo lo que es malo y destruye. Pero es que, claro, apenas puede perdonar aquel que antes se ha sentido perdonado.
Seguramente habrá musulmanes, otras escuelas, que entenderán a Alá como un Dios violento o vengativo… Lo que yo puedo decir es que no son estos de aquí, y que no me separan tantas cosas de ellos.
Por toda la ciudad y sus barrios, niños, hombres y mujeres se visten para celebrar el mes en que el Libro Santo les fue entregado. Y todo en él se resume en misericordia. No sé si será muy popular esta visión del Islam, lo cierto es que es la que aquí se nos impone. Al parecer asoman por Pemba algunos líderes de un islam más integrista, o eso es lo que dicen. Quizás en un futuro todo esto cambie y el ambiente se vuelva menos tranquilo. Pero los makuas son un pueblo pacífico, como por lo general los africanos, amigos de la vida, de la naturaleza y de la convivencia. Del mismo modo que este carácter acogedor y sereno tan suyo me confirma el evangelio, también el ramadán lo hace. Yo necesito de ellos, como ellos necesitan de mí.
Pero los problemas, el hambre y la enfermedad, no parecen disminuir. Cuanta más gente conozco más son las necesidades que se me presentan y mayor la impotencia, la conciencia de saber que no tengo las soluciones, que lo único que tengo es la voluntad de luchar, de intentar encontrar algún camino. Vivo intentando trabajar en mí la mirada del samaritano y la escucha de María, la hermana, para que se haga posible ese encuentro con el mismo Dios, en él y en cada uno de estos hermanos de Mahate.
Cada día es una nueva oportunidad para aprender a vivir: que no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, que hasta en lo más doloroso tiene que haber un camino para volver, para renovar la vida. Y esto, lo confieso, me cuesta mucho creerlo.
A Faruk, un muchacho que hace escasamente un mes se desposó, le ha dejado la mujer. Dice que con él no tiene futuro y ha vuelto a la aldea de sus padres. Su pequeña casa, muy cerca de la misión, se cae a pedazos, pero él arregla algún que otro coche cuando aparece y así gana para comer. Este mes no ha tenido coches… Me pregunto de dónde sacan la fuerza para resistir…
A Emilda acaba de abandonarla el marido, el que la sustentaba a ella y a sus dos hijas pequeñas, por una llamada desconocida en el celular, un número de alguien que se equivocó pero que desató unos celos absurdos o simplemente sirvió de excusa. Ella sabe que tiene otra mujer, o quizás dos, pero no le importa. Ayer me mostró la violencia de su marido, las contusiones, las heridas… yo pensaba para mí que lo mejor era olvidarlo, dejarle ir, pero ella no quiere.
Nelson es un joven musulmán de 18 años, hace unos meses apareció en mi casa y me dijo que él quería ser cristiano. Su historia me recuerda cada día esta realidad en toda su dureza. Perdió a sus padres hace cinco años y a excepción de un hermano de su madre, que vive demasiado lejos para ayudarle, a nadie parece importarle. Ha pasado casi todos los años de su infancia vendiendo pescado por las calles de Pemba, sin poder ir a la escuela, sin ningún otro horizonte que el de sobrevivir. Después de estos meses y hasta que he encontrado una familia de la comunidad que se ha dispuesto a acogerlo ha vivido aquí conmigo. Hace una semana la policía lo sorprendió sin el documento de identidad. Dos días sin saber nada de él… le había dado 200 meticales para la escuela y se los quitaron, tuvo que llenar el depósito de agua de la escuadra, diez bidones de 20 litros, y sólo después de eso le soltaron y le dijeron que se diese por perdonado. Volvió extenuado, sin haber comido en días…
Tiene que haber una justicia para Faruk, para Emilda, para Nelson, para cada uno de ellos… “Su final es la liberación del fuego”: de lo que atormenta y destruye, de lo que es malo, de lo que mata el alma. Es la luna de julio y me uno totalmente al deseo de los hijos de Ismael, nuestros hermanos, y espero con ellos que después de haber andado el camino del perdón llegue el día de la libertad y la justicia, el día en que reine el amor en todos los corazones.
Seguramente habrá musulmanes, otras escuelas, que entenderán a Alá como un Dios violento o vengativo… Lo que yo puedo decir es que no son estos de aquí, y que no me separan tantas cosas de ellos.
Por toda la ciudad y sus barrios, niños, hombres y mujeres se visten para celebrar el mes en que el Libro Santo les fue entregado. Y todo en él se resume en misericordia. No sé si será muy popular esta visión del Islam, lo cierto es que es la que aquí se nos impone. Al parecer asoman por Pemba algunos líderes de un islam más integrista, o eso es lo que dicen. Quizás en un futuro todo esto cambie y el ambiente se vuelva menos tranquilo. Pero los makuas son un pueblo pacífico, como por lo general los africanos, amigos de la vida, de la naturaleza y de la convivencia. Del mismo modo que este carácter acogedor y sereno tan suyo me confirma el evangelio, también el ramadán lo hace. Yo necesito de ellos, como ellos necesitan de mí.
Pero los problemas, el hambre y la enfermedad, no parecen disminuir. Cuanta más gente conozco más son las necesidades que se me presentan y mayor la impotencia, la conciencia de saber que no tengo las soluciones, que lo único que tengo es la voluntad de luchar, de intentar encontrar algún camino. Vivo intentando trabajar en mí la mirada del samaritano y la escucha de María, la hermana, para que se haga posible ese encuentro con el mismo Dios, en él y en cada uno de estos hermanos de Mahate.
Cada día es una nueva oportunidad para aprender a vivir: que no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, que hasta en lo más doloroso tiene que haber un camino para volver, para renovar la vida. Y esto, lo confieso, me cuesta mucho creerlo.
A Faruk, un muchacho que hace escasamente un mes se desposó, le ha dejado la mujer. Dice que con él no tiene futuro y ha vuelto a la aldea de sus padres. Su pequeña casa, muy cerca de la misión, se cae a pedazos, pero él arregla algún que otro coche cuando aparece y así gana para comer. Este mes no ha tenido coches… Me pregunto de dónde sacan la fuerza para resistir…
A Emilda acaba de abandonarla el marido, el que la sustentaba a ella y a sus dos hijas pequeñas, por una llamada desconocida en el celular, un número de alguien que se equivocó pero que desató unos celos absurdos o simplemente sirvió de excusa. Ella sabe que tiene otra mujer, o quizás dos, pero no le importa. Ayer me mostró la violencia de su marido, las contusiones, las heridas… yo pensaba para mí que lo mejor era olvidarlo, dejarle ir, pero ella no quiere.
Nelson es un joven musulmán de 18 años, hace unos meses apareció en mi casa y me dijo que él quería ser cristiano. Su historia me recuerda cada día esta realidad en toda su dureza. Perdió a sus padres hace cinco años y a excepción de un hermano de su madre, que vive demasiado lejos para ayudarle, a nadie parece importarle. Ha pasado casi todos los años de su infancia vendiendo pescado por las calles de Pemba, sin poder ir a la escuela, sin ningún otro horizonte que el de sobrevivir. Después de estos meses y hasta que he encontrado una familia de la comunidad que se ha dispuesto a acogerlo ha vivido aquí conmigo. Hace una semana la policía lo sorprendió sin el documento de identidad. Dos días sin saber nada de él… le había dado 200 meticales para la escuela y se los quitaron, tuvo que llenar el depósito de agua de la escuadra, diez bidones de 20 litros, y sólo después de eso le soltaron y le dijeron que se diese por perdonado. Volvió extenuado, sin haber comido en días…
Tiene que haber una justicia para Faruk, para Emilda, para Nelson, para cada uno de ellos… “Su final es la liberación del fuego”: de lo que atormenta y destruye, de lo que es malo, de lo que mata el alma. Es la luna de julio y me uno totalmente al deseo de los hijos de Ismael, nuestros hermanos, y espero con ellos que después de haber andado el camino del perdón llegue el día de la libertad y la justicia, el día en que reine el amor en todos los corazones.
Posos de Café en Pemba 41, 8 de Julio de 2013
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