martes, 1 de febrero de 2022

La Incertidumbre

 

La incertidumbre

Muchas cosas se han movido en mí en las últimas semanas, desde que en las vísperas de año nuevo enfermé de covid, y desde que, después de haber pasado lo que debe ser un cuadro leve, empiezo a sentir que vuelvo a ser el de antes. Pero hasta ayer, tras dos semanas largas, en algunos momentos de cada dia me faltaba el aire...

Supongo que no será otra cosa que darse de bruces con esa indigencia y esa finitud que al acercarse el final de la vida se levantan cada día un poco más en el horizonte de la existencia.


Respirar o no, no es algo ante lo que puedas permanecer indiferente. Porque del soplo soy creado... Y hay quizás una memoria de esta certeza cada vez que respiramos.

Si algo puede tocar la hondura de nuestro ser y herirlo, es lo que ponga en riesgo respirar, lo que amenace este movimiento inconsciente que da por sentada la gracia de vivir una existencia.


Si el momento de morir es dejar de respirar, hay aquí algo que nos pone en juego radicalmente. Es el vacío, la nada, lo que parece poder describirlo. La terrible amenaza de la oscuridad que Teresa de Lisieux tanto temía en su tragedia mística.

La asfixia de no poder respirar también describe el infierno de relaciones que a veces creamos con el único objeto de destruir... Y quizás, este mundo tan herido, nos esté gritando también su angustia por no poder respirar.


En esta situación extrema acabo reconociendo el poder del mal, no tanto en su sentencia o condena sino mucho más en su incertidumbre. Y me parece que al final es una prueba de fe. Esa situación dramática que la escena de Pedro al caminar sobre las aguas, hacia Jesús, tan bien refleja. La duda que hunde en el abismo porque mina la confianza, porque consume la esperanza.

Es aquí, en este límite, donde experimentas el desamparo, la lejanía de quienes podrían encender confianza, y si te encuentras, como es mi caso, en una periferia del mundo, en un contexto de tanta vulnerabilidad, entonces creer es la única pobre opción que no te conduzca a la locura... Es la única posibilidad del náufrago en alta mar, que el brazo de Dios te salve.


En algunos momentos de la noche, con la opresión en el pecho, rezar, aún sin saberlo, fue mi única salida... Y me asusta pensar cómo pueden atravesar esos valles oscuros quienes no tienen fe.

Es bien posible que hayamos hecho un mundo que nos aleje de lo esencial, que nos esté manteniendo en la superfície de todo, y que nos esté haciendo olvidar lo que importa y está dentro... Debe ser cierto que el huir del sufrimiento nos está cobrando un alto precio.

Alguien me decía al empezar la pandemia, desde occidente, que ahora no hay otra que vivir lo que todos los días vivimos en África.

Esa amenaza de la finitud, del no poder respirar... Ese grito de la raza negra, tras los abusos racistas de los Estados Unidos... Ese gemido sofocado, por intranscendente, que es el pan del hambre de cada día... Encontrarse de repente sin poder ir a un hospital, sin medicina que cure, o sin que tus seres queridos te puedan acompañar, verte a ti mismo muriendo sin contar para nadie, sentirte un número más, un problema más, y perder cualquier razón para seguir esperando.

A mí, si algo ha hecho más leve esta carga, ha sido el pensar que vivo en la misma impotencia de los pobres, y que haberlo escogido llena de sentido mi vida.

Y sin embargo, cómo es posible entender mejor ahora, lo que tantas personas han tenido que pasar...

Este mes de enero hizo tres años que murió un amigo sacerdote, de cancer de pulmón. Le acompañé unos meses antes de volver a su tierra a morir. Me decía que la dificultad de respirar le hacía pensar a menudo en el sufrimiento de Jesús en la Cruz... Y eso le daba una comprensión más verdadera, más cercana a todos los que compartían su estado de salud. Sufrir es, al fin y al cabo, la oportunidad de una mayor solidaridad con la humanidad. Talvez sea el antídoto a una humanidad sin corazón.

El conocimiento que da el sufrir o el haber sufrido es la medida de nuestra humanidad, es la compasión, la razón por la que un Dios habría querido hacerse humano.

Hoy ya respiro mejor. Se ha ido aquella presión sobre mi pecho, siento como el aire me penetra hasta lo más hondo, y parece que reconozco cada trecho de su camino, hasta que toca el fondo y vuelve... Y sólo puedo admirarme por esta conciencia...

Porqué has dudado? Me parece oir, a veces, si la angustia me tienta... Mientras me saca del abismo. Pero sé que no es posible no dudar, sin renunciar a sentir el verdadero valor de uno mismo, sin quedarse en un maltrecho callejón con miedo a perderse.

Y esta experiencia leve, sin aquellas aristas del drama, en la caverna interior, ha resultado en  este otro juego de mi vida, y en la lección que ahora aprendo.

Me sentí apabullado y enfrentado a la experiencia de la vida, ante la que no puedes escatimar nada. En una especie de juego del todo o nada. Como el dia en que nos dijeron que los terroristas estaban muy cerca de Pemba, y era huir o ir a por todas... Aunque se trata de cosas bien diferentes. Decidir cómo vivir las experiencias límites de la enfermedad o el mal, se convierte en poner en juego tu humanidad y la medida que has alcanzado en ella, tu grandeza y tu miseria, tu integridad o tu corrupción. Y por eso es tan íntimo, de las cosas más sagradas que pueden vivirse, porque estás radicalmente solo ante Dios y ante la nada.

Y esta radicalidad sí que todo lo vuelve diferente.

Cuando llegamos a una realidad de misión que te desafía por los cuatro costados, al pasar los años acabas descubriendo que el secreto está en respirar el mismo aire, el mismo sol y sentir cada día un poco más los mismos sentimientos, el lenguaje que en verdad te ayuda a comprender a Dios... Necesitas permanecer abierto, sin máscaras, para respirar... Espero con toda mi alma que no nos acostumbremos a vivir con máscaras, sin respirar completamente, pero también sin tocarnos, sin abrazarnos o besarnos... Que no sea demasiado tarde para volver a vivir con pasión los encuentros y la amistad, que la distancia que el covid nos ha obligado a imponer no se vuelva la garantía de lo que preserva la vida... Que no nos hayamos habituado a lo muerto, sin remedio...

Al terminar estas lineas siento con profundidad el dolor de quienes han muerto en el aislamiento, sin poder respirar y sin que un ser querido haya podido estar al lado, abrazarlo, llenarlo de amor...

No es posible un Dios sin respirarlo... Siento que hay una muerte de Dios, en todo esto, que la sombra del mal se extiende, y parece ganar terreno cada dia a quienes no se cansan de sembrar esperanza...

Cuán cerca esté de nosotros, es algo que, siento, tendremos que vencer cada día...

Pero también es verdad que por más profunda que sea su herida,

más intenso será el amor que venda y cura.

Pe Eduardo

25 de enero de 2022 

 



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