Me he visto como una madre, con su pequeño a la espalda, abriéndose camino en la espesura de calles desconocidas, en una ciudad ya lejana en la memoria.
Pero una angustia me tomaba cuenta, en la tensión de la búsqueda o quizás huyendo, no sé decirlo.
Y al dar un paso, por el camino angosto, las zarzas arañaban mi piel y ese cuerpo pequeño.
Había algún amigo en el camino que me apuntaba hacia donde seguir... Y luego, desaparecía.
Se oía el llanto, el llanto profundo de la madre que llora su hijo muerto...
Y mi espíritu, inundado de sombras y sollozos.
Fue la nube de mi sueño.
Quizás es el miedo a lo que está sucediendo, el terror que no formulo, que se conecta quizás con lo que más dolor puede provocarme. No es lo que vendrá, es lo que hay, lo que tengo que enfrentar hoy mismo.
Y no sé si hay mañana, si acabará un día esta noche interminable, no sé si vale la pena...
Si este camino conduce a alguna parte...
Y entonces, subo contigo, para escapar a la niebla, a la cima de mis pensamientos.
La luz brilla sólo en la oscuridad. Tiene que ser el día tenebroso para que más se distinga el brillo de las blancas vestiduras... Porque si el día es claro la luz nos confunde. En las sombras, las que siempre proyectamos, nunca estamos. Son una parte del movimiento y de la vida, del tiempo y del silencio, pero nunca somos nosotros.
Y yo necesito decírmelo muchas veces, pero sobre todo cuando la luz se esconde.
Es el dolor de los pobres, el que no me deja, el que, a veces, parece estar colmando el vaso, que casi se derrama... Y a veces, no sé qué hacer con ello.
También es mi mayor miedo, que mis decisiones o acciones hayan conducido al sufrimiento a quienes se han encontrado conmigo, y a quienes veo y con los que convivo en esta etapa de mi vida. Y en el examen me lo pregunto... Que no haya llevado a nadie de estos pequeños al angosto camino por el que las zarzas hieren.
Y entonces rezo para que la gracia me proteja y no haga látigos y no azote a nadie con los jirones de mis frustraciones... Rezo para que mi vulnerabilidad no se apodere de mí y me haga perder el juicio, y no sepa a dónde voy. Rezo para no olvidar el amor que me dio razones para seguir cuando todo ya estaba perdido. Pero sobre todo rezo para que esa luz que espera a manifestarse, cuando se revele plenamente ese hijo que somos, no se tarde, y yo no me resista, para que no sea en vano mi vida, y que no me asuste si cada día algo más se quiebra de este cuerpo si entre tanto algunos calientan sus corazones y despiertan sus almas...
...Aunque mi corazón angustiado no lo vea, porque la luz confunde en los días claros, y sólo si las tinieblas son densas, esa que escapa de las grietas y de los pedazos rotos, se aparece como un milagro.
Las experiencias más duras son como cimas de transfiguración, aunque quizás nos hemos vuelto algo ciegos para los destellos del alma. Quizás no vemos más allá de la piel, demasiado ensimismada, olvidados de lo Interior y lo íntimo, de la fuente de luz inagotable... Qué puede sentir este niño pequeño?
Pero su corazón es un rayo de luz que gana brillo...
Y un día ya no habrá trozos rotos que la enturbien...
Y sentirá el poder de ser un elegido.
Por esto, solamente, creo que es verdad
que hay que hacerse de nuevo pequeños.
Mahate, 13 de marzo de 2022
Pe Eduardo
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