Pequeñita, como una muñeca, dormida en el regazo de su madre, acariciando con su sueño este mundo de claroscuros. Con tan sólo unos días respirando el aire salado que el calor ya ha empezado a regalarnos. Jonelcy ha sido presentada a los vecinos, y como la moneda perdida, la abuela no dejaba de contagiar alegría... Alegraos! Sí, alegraos conmigo! Porque encontré la moneda perdida!
La abuela Isabel creía que no vería una nieta, de sus tres hijas solo le habían llegado niños... No se sentía completa sin una niña, como la mujer que perdió una moneda.
Barrió toda la casa, mientras levantaba al cielo avemarías, una y otra vez, cada día, hasta que Dios le ha hecho esta misericordia.
Nos adentramos en las calles del barrio de la Hacienda, como lo llaman, por sus calles sin asfaltar, secas y polvorientas en este tiempo de cacimbo. En una intersección, la del Tudo muda, esperé a la hija pequeña de la abuela Isabel para guiarme hacia dentro. El color de una casa o su tamaño, o una frase pintada en otra, o un viejo baobad, incluso la chatarra de un camión, se convierten en África, en esas referencias fundamentales que necesitas para orientarte, donde no hay calles todavía... Con el tiempo, como el Tudo Muda, acaban siendo la única referencia para localizar los lugares y llegar a ellos sin perderte inexorablemente. Para quien no vive aqui es mejor no adentrarse en las barriadas enormes de las ciudades africanas.
No sabia muy bien a qué iba, pero le prometí a la tía que estaría presente y celebraría con ellos. Fue una sorpresa encontrar a las amigas y vecinas de la abuela Isabel en el patio de su casa en construcción... Las había llamado para celebrar que había encontrado su moneda perdida, y me había llamado a mí para bendecirla.
El patio estaba preparado, con las esteras, un bidón usado de aceite que había de servir de batuque, una pequeña mesa, una capulana nueva de flores que se lanzaban al aire, y un papel pequeño con los nombres de la abuela, la hija y la nieta. Pensé en este pedazo de historia de vida, de la abuela a la nieta, como si el universo estuviese hecho de infinitos pedazos como este, llenos de bondad y agradecimiento.
Yo había preparado las lecturas del domingo, aunque era sábado, pero alguien había buscado otras, y no eran las del día.
Tres lecturas que tenían que proclamar la historia de la pequeña Jonelsy, como una bendición que quedaría inextricablemente unida al nombre africano que acababan de imponerle, juntando los nombres de dos antepasados...
Me conformé con las lecturas que habían escogido y quedé maravillado, otra vez, por lo que hace el Espíritu entre los pobres.
Isaías hablaba de aquel en quien se puede poner la esperanza. Me pareció una bendición poderosa para Jonelsy, mirándola se me antojaba como una pequeña semilla, tan vulnerable, con el único empuje de la abuela Isabel, una brisa suave y fresca en el atardecer, bajo un cielo tranquilo y bello. En esta esperanza Jonelsy tiene que encontrarse, ser presencia de buena nueva de libertad y sanación para los corazones heridos. Casi nada en la bendición de un nombre.
Pensé que se nos olvidan los relatos de bendición y nuestros niños crecen sin los deseos puros de bien y bondad que nuestros antepasados nos legaron...
El salmo que dos vecinas cantaron era una invocación al cayado del pastor que sosiega y sostiene, lo estaban poniendo en manos de la pequeña, pidiendo para que nunca se suelte de él, porque solo en él se encuentra fortaleza.
Entonces la abuela y las vecinas abrieron el cielo en la tierra, con una danza de ofrecimiento en la que la pequeña Jonelsy de tan sólo unos días era introducida en el ritmo poderoso de África, como un prelúdio de las millares de danzas que ella misma hará a lo largo de su bendecida vida.
Una a otra las vecinas se pasaban a Jonelsy, ofreciéndola a la fuente de la vida, al ritmo de un canto de resurrección. Y recordé que la historia de Dios la hacemos nosotros.
Danzaron sin descanso hasta que la abuela la puso en mis manos y yo me uní al canto, a la danza y a la alegría.
Sentí que no puede haber oscuridad que no sea vencida con la pequeña luz de una niña, aunque no lo parezca, aunque sólo se acumulen sombras y se olvide la esperanza.
Que precisamente en estos contextos de muerte y persecución, lo paremos todo, nos juntemos, no para escondernos sino para celebrar el milagro de una niña pequeña, eso es la profecía, la del hijo que se nos ha dado, y la mayor presencia del poder de Dios en la tierra, sembrado, en los vientres de nuestras madres de África, donde no lo esperan en absoluto.
Siento que las palabras susurradas al oido de Jonelsy, las de la abuela y la madre, y las de cada uno de nosotros, mientras danzamos al atardecer, cuando el sol se ha quedado sin defensas, tienen el poder del Espíritu que todo lo llena, renueva y purifica... Y una calma misericordiosa recorre mi cuerpo y mi alma...
No tengo nada más, terror del mundo, solo una hija pequeña que se nos ha dado, y te vencerá, en la oscuridad de la noche o en la llama ardiente del día.
Pe Eduardo
Mahate Pemba
Mozambique
26 de setiembre de 2022
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