viernes, 8 de marzo de 2013

Dos hermanos




Dos hermanos 




Un padre tenía dos hijos… y ellos eran los hijos que se puede desear tener. Amaba a los dos con un amor infinito, pero diferente, porque cada uno de ellos lo era, suyo, a su manera, diferente. Sentía por el primero una admiración intensa, por esa combinación de humildad y elegancia con que le había dotado la vida, por su franqueza y su entrega total a todo lo que le era pedido. El segundo, el menor, reía constantemente por lo insignificante, preguntaba por todo lo desconocido, insaciable hasta el cansancio, pero su ternura y su cariño eran nítidos, puros. Su padre le amaba especialmente porque se recordaba a sí mismo en todo lo que él hacía. 





Los dos habían crecido en la madrasa y muchas veces invocaban al Misericordioso, en éste su nombre preferido, y confiaban en Él, en las pequeñas cosas de cada día. Pero no se puede decir que fuesen fervorosos, aunque eso sí, no faltaban nunca a la mezquita cuando iniciaba el ramadán y guardaban el ayuno como los mejores musulmanes. Said y Rachid, sus nombres. Su padre había engendrado 33 hijos, de varias esposas, pero entre ellos dos había una especial relación, algo que les complementaba no sólo en lo que sabían hacer sino sobre todo en lo que eran el uno para el otro.

El primero de ellos llegó a mi casa para levantar paredes, pero no esperaba encontrarme. Un blanco es una imagen conocida en Pemba, como en casi toda África desarrollada. No es una novedad y la presencia de uno está mezclada de sentimientos encontrados: envidia, amenaza, admiración, desconcierto, poder, injusticia… todo eso que se puede sentir cuando alguien que no es de aquí vive mejor que la mayoría de los que si lo son. De entrada los africanos suelen pensar que somos una fuente de bienes y encontrar el medio para conseguir algo de nosotros es una de sus principales motivaciones. Lo sorprendente fue encontrar en Said a un hombre justo. La prueba, pedir poco dinero por la obra que le encomendábamos llevar a cabo. Ni un atisbo de querer sacar tajada del blanco… Cierto que el orgullo de algunas tribus les impide de entrada aprovecharse, evitando así el mostrarse en esa realidad de miseria que les ha tocado vivir. Pero no había orgullo en Said. Y nuestra relación empezó entonces, el mismo día en que nos conocimos.

El segundo vino de la mano del primero, en principio para hacer unas baldas de madera, una mesa y unas sillas. Más sabido que su hermano, con mayor dominio de portugués, más capaz de enredar por ello y con bastante desvergüenza para intentar sacar partido. No es que buscase aprovecharse, pero sí mantenerse cerca viendo cada día algún trabajo nuevo de su competencia del que yo presuntamente no me habría dado cuenta. Risueño y divertido, Rachid, fue sintiendo que cada día era un pequeño triunfo sobre este blanco que lo mantenía a su servicio porque se había ganado su confianza.

Del primero hoy recibo la muestra del mayor aprecio que puede recibirse entre los makúas. Comemos algunos días juntos y siempre me ofrece algo de la comida de su plato. El segundo suele llamar a horas que intuye que estoy solo y viene a verme, y si hay cena comemos juntos, y como si estuviese en su casa se levanta y recoge los platos, los lava y los seca y los coloca en su sitio, sin dejar de hablarme de su trabajo, su mujer o su hija pequeña.

No tardó Said en llevarme a su casa, presentarme a su esposa, Mariam, y a sus tres hijos pequeños. Sin una sola palabra en portugués, porque sólo hablan makúa. Pocos días después me llevó a conocer a su madre, el linaje que marca el clan y dispone de los hijos. Al padre han de compartirlo pero la madre es suya. Entre los makúas las mujeres ostentan la autoridad de los clanes. Rachid, debiéndose a su hermano, no podía adelantarse y ha tardado más tiempo en presentarme a su familia. Cada día he sentido desvanecerse un poco más esa barrera que empezando por la lengua y siguiendo por la cultura se me hacía tan cuesta arriba.

Lo cierto es que yo no me he dado cuenta de cómo han sucedido las cosas, pero algún día pasado, si lo conversaron o no, no lo sé, decidieron escogerme. Y desde ese día sé que un padre tenía dos hijos… 




Es posible que no haya más secreto que este en la vida, escoger el amor, venga de donde venga, sea el que sea. Es posible que Dios sólo esté esperando esto: que le escojamos, un día, no importa si antes o después, aunque el tiempo que se nos pasa sin probar el amor siempre nos dolerá más tarde. Sí, como si de un amor incompleto se tratara, esperando al nuestro para poder decir de verdad: ahora somos felices. 





Pero esta historia no termina, apenas acaba de empezar. Adivino que ha de repetirse, porque las montañas siempre estarán separadas pero las personas se encuentran, como dice el viejo proverbio africano.
Me resuenan aquellas palabras inolvidables, esas que siempre se hacen realidad: “Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda” 



Posos de Café en Pemba 29, 27 de febrero de 2013.



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