Me estoy dando cuenta que el mal que realiza la pascua no es tanto la violenta muerte de Jesús, sino sobre todo toda muerte de lo humano, de la bondad, la verdad y la belleza del mundo... Es el mundo de quienes no aman... Lo que está en juego no es simple, no es algo sin importancia, no es una única vida, sino la misma posibilidad del bien.
Desde este lado,
afirmar la esperanza es lo más heroico que puede hacerse...
Aquello que leo en
los profetas y los salmos... Mirad cómo matan al justo! Debe ser el mismo
rostro del mal y sólo más allá es
posible pensar la esperanza...
La guerra, el hambre,
la enfermedad,..., La muerte, el resultado.... Porque, como dice el Corán, el
mal no se pudre, pero el bien no se olvida. Las dos frases las dice juntas mi
amigo el imán Bacar, en árabe.
Parece que hay una
advertencia sobre el mal, recordándonos que a lo largo de nuestra historia nos
pisará los talones, y con la misma fuerza de siempre, volverá una y otra vez a
asediarnos... Me lleva a pensar que no debe ser muy evangélica la vida que
contra el mal no luche. Y quizás nuestra comodidad nos encierra en un
individualismo cada vez más indiferente hacia el mal, sin darnos cuenta que
también lo es hacia el bien.
Y, al mismo tiempo,
hay una respuesta. Como si hacer el bien fuese levantando un muro que el mal no
puede franquear. Un muro que ya hemos levantado y que, mientras avanza la
historia, va creciendo y venciendo al mal. Si este no se pudre, el bien no para
de crecer... Hazlo, parece decir, para que no se olvide.
Debe ser la santidad
una memoria que no olvida el bien, ni lo olvida ni se olvida de practicarlo. Y
quien no olvida el bien que ha recibido vive en un agradecimiento permanente.
Por eso cada vida
levanta su muro... O se olvida del bien.
Es difícil situarse
en la esperanza cuando se vive en estas situaciones extremas, pero sobre todo
cuando se ve que podría ser diferente y por razones incomprensibles se te ha
privado de esta posibilidad.
Esta mañana ha venido
el señor Nakade, hace más de un año que huyó de Bilibiza, a unos 40 km de aquí,
con su mujer y sus hijos, cuando los terroristas llegaron tan cerca de Pemba.
Su aldea pertenece a Quissanga, la zona próxima a Pemba, al otro lado de la
bahía. Como todos los que huyeron había dejado sembradas la mandioca y las
legumbres, el sustento de la familia. Pero hace dos meses que las autoridades
del país afirman que ya es seguro
regresar a esta zona. Aún con miedo, su mujer dejó a los niños con su padre y
se aventuró a ver si encontraba algo en los sembrados. La semana pasada un
grupo de terroristas la mató con otros cinco... Los encontraron degollados.
Esta mañana el señor
Nakade tartamudeaba, sin acertar a decir algo coherente, pero en un gesto de
dolor que lo decía todo. Para él lo mas importante que yo debía saber es que su
mujer era su esposa, que no me quedase con una idea equivocada, pensando que
era solo otra mujer... Todavía no sé cuántos niños ha dejado atrás. El señor
Nakade me dice que no es católico, pero no sabe dónde ir...
La crisis de
refugiados es tan escandalosa cuando sucede así, con el drama de la violencia,
pero yo creo que es más terrible que eso, o por lo menos, no es eso lo más
terrible. Porque donde el mal verdaderamente triunfa es cuando su afilada hoz
no hace ruido. Y casi cada día desde hace ya unos meses alguien refugiado,
ancianos y niños sobre todo, muere en el silencio cómplice de una situación a
la que nos estamos acostumbrado... Y que lamentablemente se normaliza. Esta
semana son ya tres días seguidos... no es la lejanía de sus casas y tierras, es
el desvalimiento de volverse gente sin nombre, dependientes de un poco de ayuda
de quien sea, enfermos sin remedio, sin tener en verdad donde reclinar la
cabeza... Y ¿para qué vivir en un mundo así?
Me pregunto cuánta
muerte aguantan los ojos... Y en esos momentos sólo consigo callar.
Después es como el Gólgota, sólo algunos lloran, muchos vuelven su rostro, se niegan a ver... yo
tengo que decir algo, porque todos esperan, y miro a mi corazón y les digo lo
que sale, que es bueno vivir dando para que no te duela tanto la muerte...
No recuerdo qué noche
oscura atraviesa el alma después de que Dios se ofusque y parezca que todo se
tambalea. Pero sí que sé que si estoy aquí, es porque tengo la misión de
encender antorchas y mostrar caminos, dando la espalda al mal que quiere
confundirme hasta que pierda la esperanza... Y sé que no puedo hacerlo solo.
Por eso, ayúdame, le
digo, y derrama otro poco de tu gracia, cada día...
Y callo y respiro...
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