De amor...
Dice Bobin, en un librito precioso que estoy acabando de leer, que amar es como nevar, un acto puro. Quien nieva es la nieve, quien ama es el amor. Aquí hay muchas cosas que se parecen a eso: el viento, las olas del mar, el sol... de esas cosas que son y basta, así puramente. Y, diréis: eso también lo tenemos aquí. Es cierto, en todas partes sopla el viento, llueve o nieva y sale el sol. La diferencia está en que no lo vivimos de la misma manera. Vivir aquí es, como dice Bobin, un acto puro. Levantarse, respirar, agradecer por un día más (y esto es algo que todos los que voy conociendo comparten), aprender, rezar, visitar a los vecinos o a los amigos, barrer o fregar los platos, ir a buscar agua... todo tiene el sentido de lo presente, del inmediato presente al que hay que sacarle todo su jugo, sin pensar en el mañana demasiado, como si no hubiese otra finalidad en la vida que la de vivir sin más.
La vida en África es tan real que no hay tiempo para perderse en ilusiones, de esas que en el fondo no son más que espejos que brillan mucho. Quienes conocemos los dos lados sabemos que los espejos se rompen muy fácilmente, pero la vida, cuando es vivida tan desde su realidad, es fuerte, muy fuerte, y es difícil que se rompa y puede soportar muchas, a veces demasiadas heridas. Y sin embargo, también es verdad que tanta "fidelidad a la tierra" a menudo ata los ideales con ese nudo del fatalismo. Pero no es posible sobrevivir sin algo que nos quede más allá, necesitamos creer y seguir esperando, en este adviento continuo que es la vida.
Hoy quería escribir sobre el amor, que es el que ama sin buscar ya nada, sino solo amar. Cuando me pregunto qué significa esta palabra en este contexto en que ahora vivo no consigo encontrar terreno seguro. Es una de esas palabras que has llenado de un contenido muy cultural, y cuando te acercas a lo diferente se resiente y te exige que la definas de nuevo. Me he dado cuenta que comprender esta palabra es comprender también a Dios y comprenderse a sí mismo y con uno mismo comprender todo lo humano. Es una comprensión que sostiene la identidad de un pueblo con su cultura. Creo que por eso es casi intocable, su negación es la negación de sí mismo, de lo humano y la negación de Dios.
Citando a santa Teresa, dice Bobin, “el tiempo ya no está para juegos de niños… resistíos en eso de si soy amado o no lo soy”... que amar es algo puro, que “aquello en nosotros que anhela ser colmado, en el fondo quiere ser obedecido”... palabras que resuenan en mi interior y confirman en mí la virginidad del amor. No se trata de que yo lo sea, se trata de que Él lo es. Se parece mucho a este vivir de aquí que nada más busca que solo vivir. Quizás el agradecimiento sea lo más parecido al verdadero amor.
Si las relaciones entre las personas y los pueblos son difíciles a lo mejor es porque amamos diferente. De aquello que es un acto puro hemos hecho nuestro propio teatro, lo hemos disfrazado de culturas y en muchas de estas no es posible reconocerse como persona. Lo que sé, y lo tengo comprobado, es que el amor reconoce al otro, sencillamente, puramente, sin más. Cuando el Amor ama, lo más genuino de cada uno nace, brota, crece… Puede ser que muy profundamente, bajo capas y capas de sedimentos acumulados mientras se ha ido dibujando la vida en la historia de cada uno y de cada pueblo. Pero poco a poco lo notas, cada persona se despierta cuando es reconocida, afirmada, y puede entonces creer en sí mismo y más allá de sí mismo.

Si quiero comprender a estas personas, al Dios a quien se dirigen, tengo que preguntarme cómo aman, qué es el amor para ellos… no pienso cambiar nada, no lo pretendo, se me va la vida en reconocer a cada uno, en despertar, y así puedo estar ante cualquier persona. Y, luego, retirarme poco a poco, hacerme atrás cuando me doy cuenta que asisto al nacer de alguien que ya no morirá. Porque solo morimos cuando todo lo que somos no es más que el ropaje con el que nos han vestido. Alguien lo dijo: la piel es lo más profundo de nosotros.

Es curioso, Bobin dice que santa Teresa es una libélula… me gusta. En mi hora de las libélulas ahora veo más si cabe.
Esta semana han empezado los finales… se acerca aquí el verano, lluvioso y caluroso, más todavía. Este Adviento del trópico no trae frío. Mis iconos casi están terminados. Cristina sigue postrada en la estera de un cobertizo, porque tampoco hay lugar para ella en la posada de este mundo. Algunos han sido escogidos para estar fuera del mundo y hablar al mundo del más allá. Hace días que no veo a Leandro, habrá encontrado algún atajo para su hambre y su sed. Yo sigo en este lado del icono, con los que miran, espero poder entrar algún día al otro lado, cada vez tengo menos miedo, cada vez me importa menos el precio que me cueste… Pero en este camino, al final, nada es por casualidad, sino por confianza y abandono. Mis alumnos me han dado una lección estupenda: ¿qué es eso del tiempo?, si sólo es algo que hablamos para entendernos, entonces es nada; no, no existe eso del tiempo, sólo existe la vida.
Posos de Café en Pemba 11, 29 de Noviembre de 2012.
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