Estrellas
Es tarde y una bruma se levanta del mar, he salido a la terraza. Todas las noches lo hago, necesito despedirme de las estrellas. Hoy brillan especialmente, pero están quietas, como esperando. Otras noches parece que están danzando al son de alguna música que solo ellas pueden oír. La bruma del mar quiere cubrirlas, vencer su presencia, pero ellas se resisten. Jirones de vapor que quisiesen apagar su fuego sin conseguirlo.
De niño tenía un amigo con el que compartía la belleza de las estrellas. Muchas veces nos sentábamos en la oscuridad de un banco, delante de mi casa y nos pasábamos el rato mirándolas. Hace años que murió, seguramente danza con ellas desde entonces. Aquella noticia fue mi primer dolor, de esos que desgarran por dentro quizás esa cosa que llamamos alma. Pero desde entonces las estrellas vuelven a hacerlo presente en mi vida, se han convertido en su sacramento. Todos los días cuando me arreglo la barba, las maquinillas de afeitar me devuelven a mi padre… las cosas, las personas, la vida, se vuelven sagradas cuando el dolor ha pasado por ellas.
Me venía al corazón aquel verso del poeta galés, Dylan Thomas: “sufrir la visión primera que prendió fuego a las estrellas”. Aunque no hubiese escrito ya nada, sólo por ese verso merecería ser llamado poeta. Si una frase dice lo que siento, si hay palabras que expresan el deseo de mi vida, son esas. Sufrir, sentir el dolor hasta que salga fuego, el fuego inagotable de todas las estrellas… porque todo es visión, hechura de luz, de Aquel que vio lo que había hecho y era bueno…
Nunca en mi soledad me había sentido tan conectado a todas las cosas, a todas las personas, y nunca las estrellas me habían hablado tanto.
Estos días, cuando entro en clase a las cinco todavía atardece, cuando salgo el cielo ya está poblado de estrellas. Son humildes, siempre están ahí, como esperando. Mientras la noche avanza más y más aparecen, siempre ha sido un problema de nuestros ojos el que no las veamos, pero ellas están ahí. Me he convencido que la vida de cada uno de mis alumnos también es así, en cada uno hay una luz encendida, quizás no la vea, pero está. Cada clase es como una noche en la que me adentro y cada día veo alguna más, una que ayer no estaba. Y cada día hay más luz que se resiste a la bruma. Son pequeñas cosas, porque las estrellas son pequeñas. Uno se acostumbra a mirar a lo pequeño y descubre que es suficiente para ser feliz. El sabor de lo poco, de lo sencillo, de lo pobre, alimenta más que lo mucho.
Aunque ya lo sabía, otra vez he tenido que aprender la lección, pero tengo a los mejores maestros. Lo mucho que traes contigo es indigesto porque es demasiado, la vida y la belleza se hacen saboreando lo pequeño.
Eres un Dios de las pequeñas cosas...
Hay momentos, en clase, en los que siento que se produce entre nosotros una conexión especial, muy profunda. Creo que es cuando escuchan con los ojos… me gustaría permanecer ahí, cuando casi toda mi energía se está entregando, cuando todo y todos a mí alrededor se han convertido en recipientes. Me gustaría que todo acabase ahí… pero después vuelve el tiempo y su cadencia, y siento de nuevo el peso del espacio, de la vida. Al salir es como si me hubiesen extraído unos buenos jeringazos de sangre. A veces hasta necesito parar, en cualquier sitio, y esperar que vuelva el resuello que se me ha ido. En el fondo, nada de esto puedo controlarlo. Es la palabra que se apodera de mí y me arrastra mientras se dice. Sí, hay algo del escriba que saca del arcón lo viejo y lo nuevo. Pero es siempre ella la que va tejiendo su verdad, como quiere, cuando quiere, sin esperarlo casi siempre.
En esos momentos, aunque no sé decirlo, la luz se hace más intensa, un poco más y casi todos cantamos el mismo canto…
Hoy también me ha pasado mientras predicaba el evangelio de la viuda. La de las dos monedas. Hablaba de la mirada de Jesús, que no ve como nosotros, podía sentir la escucha de cada uno de los presentes, y entonces se ha ido la luz de la Iglesia, nos hemos quedado en una densa oscuridad, en total silencio… pero alguien ha dicho: siga, Padre. Y he seguido. No sé por cuanto tiempo, pero bastante, en la oscuridad, hablando palabras que, ahora creo, se podían ver. Sí, asombra este latido del corazón, tan al ritmo del evangelio. Vivir así, en gratuidad, en escucha y providencia, solo es posible cuando uno ha descubierto en lo poco que tiene lo poco que es y sabe que eso mismo es el mayor tesoro, es entonces cuando dar se convierte siempre en darse. Asombra la mirada de Jesús, capaz de ver el todo en lo poco que una viuda entrega al templo, diciéndonos una y otra vez que Dios es un Dios de las pequeñas cosas, cuando en ellas ponemos todo lo que somos.
Mañana voy a ir a una Misión, se llama Mahate, no lejos de la ciudad, será posiblemente mi lugar, además de la escuela. Esta noche duermo especialmente ilusionado.
Posos de café en Pemba 5, 10 de Noviembre de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario