domingo, 16 de diciembre de 2012

Posos...y Café



Posos… y Café


Algunos se preguntan por qué estas líneas que escribo se llaman posos de café. Como el siete es un número de esos bíblicos se me ha ocurrido contar esta historia. 



En línea recta, hacia el oeste, donde el gran océano frío baña las costas… debajo de una Mulemba, un árbol sagrado para los lugareños, haciendo café sin moler en una lata. Hace ya unos años, más de diez. Sin este calor pero con la vida pendiente de un hilo, en medio de una guerra que siempre dejaba desazón en la taza. Así empecé a leer posos de café, como los adivinos. No es que hubiese, sólo hervíamos los granos del café, así nos servía para varias veces. Pero se confundían con otros posos, los de la vida, los que conversábamos y los que no, aquellos que no tenías más remedio que tragar y digerir, para que no se te tragasen ellos, aquellos otros que sólo Dios sabe cómo pasaban de largo sin herir más de lo suficiente, pero también los que, en un momento, nos hacían partir de risa, disfrutar de todo, olvidando esa soledad y esa amenaza siempre presente de la muerte.

Si no habéis probado nunca el café sin moler hervido en una lata, no sabéis lo que es bueno. 



Yo había traído conmigo mi café molido, de importación. Mis ideas bien construidas de lo que debe ser una persona, de Dios y la vida. Y por supuesto, mi café era el mejor de todos. Pero poco a poco dejó de funcionar mi cafetera, esperaba dar todo lo que había en mi maleta, pero me reservaba eso más mío, precisamente lo que esperaban que diese. Un día, en la maleta no quedaba nada, y ya no tenía café. En esos momentos te lo juegas todo. Había un cafetal extenso en mi casa, un café que no quería probar. Porque había que beberlo en una lata. Esa lata maltrecha de mi humanidad que no estaba dispuesto a tomar en mis manos. Pero, como siempre, Dios había puesto maestros en mi camino, los mejores. Había dos ingredientes básicos: una especie de “no tengas miedo” y otra de “es así como te amamos”. Hasta que no probé ese café no conocí de verdad el sabor de la vida. 




Hoy me pregunto por qué pasé tanto miedo. Tuve que buscar de nuevo el espacio y el tiempo en el que vivir, y no fue fácil. Con una lata maltrecha pero amada tuve que empezar a crear a mi alrededor nuevos encuentros. Mientras me decía a mi mismo me acostumbré al café de la lata y a sus posos, y me perdí muchas veces mirándolos. Aquello tuvo algo de cruz, o quizás mucho, pero también de vida nueva. El olor intenso del cafetal era un reflejo de la intensidad de mi vida, poblada cada vez más de tantos lazos, así sencillamente humanos, puros en su humanidad. Heridas y fracasos, pequeños triunfos y metas alcanzadas, caminos recorridos, con unos por el barro, empujando, con otros corriendo. A unos dejando, seguro de la firmeza de sus pasos, a otros levantando… posos, unos y otros, que permanecen en la hondura de mi ser y que han hecho que sea la persona que soy. 




Seguro que si intento explicar mejor porqué se llaman posos de café estos escritos os quedáis igual que al principio. Pemba tiene café, pero aunque no hubiera yo ya no llevaba conmigo. En la maleta puse tantos nombres como pude, de los que han seguido haciéndome este que soy. Pero ya no traje nada. Quizás por eso mis ojos se han abierto tanto y ven luz por todo lado, y la distinguen cuando es más intensa, y mis oídos oyen sonidos que casi nadie percibe, en el corazón de las personas, y en el tacto hay a veces una suavidad inexplicable… Quizás por eso todo me sabe bueno, y sobre todo si es poco. Debe ser el mar que deja un ligero sabor a sal en todas las cosas. Algo de sagrado tiene la sal cuando está en las lágrimas y en el mar, dijo un poeta. No es mal recuerdo de sus palabras: vosotros sois… la sal de la tierra. Y cuando camino a la Escuela el aroma de las flores, de la tierra o hasta de los árboles que se mecen me acompaña. Y siento que sólo puedo estar agradecido. Agradecido, el sexto sentido del corazón, por vosotros y por todos. Lo que hace que pueda celebrar la eucaristía y algo siempre se transforme, en mí y en aquellos que me rodean y he escogido, vosotros y todos.   




Pero hoy es el siete. Al seis le falta uno. También en esta historia. El siete es el sentido de Dios, el que un día estoy seguro, todos experimentaremos. Y será porque incluye los otros seis, y esos por lo menos ya los tenemos. Me da que tiene que ver con la compasión… es tan de Dios. Cómo me impresionan aquellas palabras de uno de los Padres de Oriente: “… y el que es de Dios intercede y suplica hasta por las serpientes”. No sé si habrá otro camino en la vida que todos podamos andar pero este es seguro.

No sé si con estas explicaciones he sabido dar razón de los posos del café. Lo que sé es que ya no sé vivir sin leerlos, hay tantos que a veces creo que no voy a dar abasto. Al final esto tan sencillo y pequeño debe ser infinito, como la vida, y si no es así el mismo Dios, a mí me gusta que lo sea.

Mi poesía se ha vuelto en estas líneas que siguen un poco atrevida, no es mía, es de Anne Marie Schimmel, y después de leerla sólo he podido guardar silencio. Digo lo de atrevida porque pensando en esto del sentido de Dios, me imaginaba que Él la recitaba para mí y para cada uno de vosotros:

Ya ves, lo intenté todo,

anduve todos los caminos

pero nunca pude encontrar a un amigo a quien pudiese amar más;

bebí en todas las fuentes, saboreé todas las uvas,

pero nunca probé un vino más dulce que tu.

Lei cientos de códices eruditos,

en cada letra sólo te veía a ti.

Borré la caligrafía con mis lágrimas

y la página resplandeciente se convirtió en tu espejo.

Escuché tu voz en cada soplo de brisa rumorosa.

La nieve, la hierba, sólo eran hermosísimos velos que cubrían tu rostro.

Me sumergí en un océano sin orilla,

las perlas luminosas sólo a ti te reflejaban.

Luego vino la tempestad.

El jardín de mi corazón tiritaba helado,

derramadas sus hojas.

Se hizo desierto                 

y nube yerma,

y silencio.

Y de repente, el Sol a Medianoche: Tu. 




Que toda tu desazón, Dios, no haya sido más que esta: encontrarme. Pero que haya sido precisamente esta… nada más, para estarte eternamente agradecido.

Posos de Café en Pemba 7, 13 de Noviembre de 2012

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