jueves, 27 de diciembre de 2012

Yuma



Yuma


Cuando ya me decía a mi mismo lo mucho que echo de menos la Navidad de mi tierra, el frío y el calor familiar, el ritmo tan especial que nos hace caminar entre celebraciones, intensas y profundas, alrededor de un portal de Belén más imaginario que real, pero aún así lleno de ese espíritu mágico que tanto me gusta, aparece Yuma.



 En una tierra de musulmanes y en el trópico, desde luego no viene mucho al caso un portal de Belén nevado. No sé si Yuma es musulmán, pero seguro que a él eso no le importa mucho. A mí siempre me gustó "ver la Navidad", no tanto por los artificios a los que estamos acostumbrados en estas fechas, sino sobre todo por esa cadencia del tiempo que prepara a vivir algo maravilloso y lleno de esperanza en la noche santa.
Hoy, Yuma traía la Navidad y si no hago el esfuerzo de acercarme a él, hubiera pasado de largo.


 



Yuma es un disminuido que vende postales artesanales que él no puede hacer (aunque una y otra vez me repetía que sí al principio), sus manos y su cuerpo se balancean constantemente, su hablar no es demasiado claro, pero tiene la mayor sonrisa que he visto por aquí hasta el día de hoy. Me ha dicho luego que es su hermano el que hace esas filigranas de postales, mientras él callejea para venderlas, pues de eso viven. Con mi ridícula imagen europea le he dicho que las tiene que poner en una bolsa de plástico para que no se ensucien tanto y así vender más. Pero se me ha echado a reír, con una risa limpia. Como si fuese eso lo que a él le preocupa, vender más. A veces me caigo del guindo yo solito.




Es muy raro ver disminuidos en África, son algo así como una maldición familiar. Por eso Yuma es el mejor regalo de Navidad que podían hacerme, sobre todo porque para que un disminuido como él se sitúe de ese modo, desprendiendo felicidad por todos lados, en medio de esta realidad, es necesario que tras él haya mucho amor. En mi corazón he dado gracias a quienes lo habrán arropado, abrazado, cuidado y amado así como él es… ¡cuánto me gustaría conocer a ese hermano suyo! De camino a la Escuela me ha venido siguiendo y dándome la mano, con ese gesto puro del amor, que es y basta, me ha preguntado que dónde trabajo, que mañana me encuentra de nuevo, que le va a decir a su hermano que haga postales para que las vea con él… Gracia tras gracia… y me ha dejado de un lleno, como si el mismo Dios me hubiese estado dando la mano y riéndose todo el rato, o mejor, porque el mismo Dios me estaba dando la mano y se reía todo el rato.





Todo esto venía al caso por la Navidad, por ese deseo de verla y sentirla, así por fuera, si esto se entiende. Yuma la llevaba en una postal, un nacimiento, tres estrellas en lo alto, una palmera, uno ve a la sagrada familia en camino, por el desierto, pues hasta eso es posible reconocer en ese trabajo confeccionado con trocitos de hojas secas. Seguro que él no entendía mucho lo que llevaba encima, como cuando Dios hace de las suyas con nosotros… a él todas las postales le parecían bonitas. Y si todo es bonito, ¿por qué empeñarnos en ver lo que no lo es?

Una postal un poco sucia, en manos de un disminuido callejeando sin que nada ni nadie se fije en él, menos aún en el misterio que lleva estampado en el bolsillo de la camisa sucia y harapienta. Por un momento he vuelto a ver más allá de todo, ¿dónde sino iba a hacerse Navidad? ¿bajo esas luces que llenan nuestras calles o esos árboles que brillan tanto? Por un momento he visto brillar a Yuma, y todas las calles que estos días lucen de colores y todos los árboles de Navidad no le hacían ninguna competencia, su sonrisa iluminaba como la estrella de aquella noche, o como todas las estrellas, y su cercanía, sin ninguna barrera, me ha dicho: no hay otro misterio de comunión entre Dios y la tierra que éste que ahora estás viendo.






Dios, no sé si estaré alguna vez a la altura de todo esto que me concedes ver…



Me he traído la postal de Yuma. He visto que la Navidad sigue su paso, humildemente, aunque no la reconozca. Sé que la verdadera Navidad sigue creciendo, fue sembrada un día y su fecundidad inagotable es infinita, pero siempre por debajo, por donde no nos gusta ir, por donde nos sentimos demasiado vulnerables. También en mi hay miedos de estos, aunque hoy haya menos…

Ha empezado el adviento. He intentado despacharme con este Jesús que no amenaza: levantaos, alzad la cabeza, la libertad está cerca… De pié y al pié de la Vida, aunque esta esté de camino por el desierto, aunque crea morir, aunque esté crucificada. Vivir de pié, como las que esperan al pié de la cruz, porque saben que la liberación está cerca. Incluso si la oscuridad o las tormentas nos hacen perder de vista la luz, la libertad, el reino. Vivir sacando fuerzas de flaqueza, levantándonos cuando todos caen, dando esperanza en la desesperación de tantos, encendiendo la llama que muchos han apagado.




La promesa de Jesús es para la libertad y no para la muerte, aunque se nos escapen esas palabras, no nos creáis. El Evangelio está preñado de esperanza, no hay nada en él que juzgue, nada que encierre, nada que condene a la muerte.

Yuma lo sabe. Pero ya no le importa. Está más allá de lo que quizás estaré yo algún día. El es uno de esos anawim de los que habla la Biblia, un escogido. Sueño en vivir una día su vida, vender postales hechas por mi hermano, para comer y nada más, y aunque estén sucias. Y que la Navidad se haga sin darme cuenta, porque así es como se hace, cuando se vive sólo por vivir, cuando se ama sólo por amar, con la sonrisa permanente, el cuerpo danzando continuamente, haciendo de cada encuentro una comunión donde Dios sea Dios y la persona ella misma.






Creo que Yuma ya no necesita estar de pié sino saltando de alegría, por un campo lleno de flores… ¿sería así San Francisco?



Lo que me ha quedado claro es que él será mi tercer icono, seguro, lo llamaré “el pobre de Pemba, el loco de Dios”.



1 de Diciembre de 2012 , Posos de café en Pemba 12



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