Insaciable
A veces sientes un poder inmenso, apabullante. Sucede cuando ante ti se presenta alguien, esa persona que se ha hecho una con su búsqueda, con sus preguntas, porque sin querer y sin saber cómo, ha roto el dique que las contenía. Si no tienes cuidado toda esa agua se te lleva por delante. Tienes ante ti a alguien devorado por sus preguntas, insaciable, pero lo más increíble sucede cuando te das cuenta que no hay en esa persona ningún tipo de prejuicio, no hay fronteras ni barreras. Quiere, sencillamente, saber. Me parece entonces estar ante un tipo de pureza muy especial, una necesidad de saber “en estado puro”.
No puedo evitar relacionar esto con la pobreza, la misma que nos hace más hermanos, la misma que nos hace gratuitos. Seguramente es ella la que nos hace también puros. Sin quererlo parece que las libélulas me conducen siempre al mismo camino.
Por un instante te das cuenta del inmenso poder que tienes, porque alguien te entrega en un momento todas sus posibilidades, como el recipiente que ya no quiere esperar más a llenarse poco a poco, que ha despertado y quiere beber toda el agua de golpe. Justo en ese momento podrías retenerlo, hacerlo tuyo, apoderarte de él, someterlo incluso. Una decisión y ensuciarías esa pureza… Tienes que decirte a ti mismo que estás para escuchar todas las preguntas, aunque estas nunca terminen, tienes que mantener esa medida que sostiene al pequeño pájaro, sin sofocarlo, sin dejarlo caer. Cuando me encuentro en una situación así, como me ha pasado esta tarde, experimento algo sagrado, y esa reverencia hace que poco a poco me retire. Hoy he salido al paso: no he venido aquí para llenar vuestra vida con mis contenidos, sino para enseñaros a mirar con qué la estáis llenando cada uno, no quiero pensar por vosotros sino enseñaros a pensar, puedo mostraros lo que yo he conocido, su belleza y verdad, haceros ver que merece la pena el esfuerzo, pero cada uno ha de encontrar su camino.
Cuando escribo estas líneas recuerdo con cariño a tantos alumnos que ya han pasado por mis clases. Después de estos años enseñando filosofía he aprendido que si me pongo a comparar sólo estoy levantando muros, sin embargo hoy quiero hacerlo, por eso de la voz profética, de la necesaria llamada de atención que supone hablar convencido de algo. Aun a sabiendas de que puedes estar equivocado. Y, sobre todo, porque es algo demasiado obvio… estos de aquí son insaciables, pero ¿no estaremos matando esa pureza de ser en tantos otros? Cuando daba clases en mi país pasaba mucho tiempo derribando muros, prejuicios, falsas condiciones… no sé si al final aprenderán algo, pero al menos que haya menos protecciones, me decía. Quizás mañana lo tengan más fácil otros… Esto es lo que aquí no tengo que hacer, la misma vida, las raíces tan genuinas, la savia que recorre su libertad, lo han hecho por mí. Cuando se dobla la caña de la confianza entonces se entregan a ti, así, en estado puro, entonces son como un vendaval inesperado, una crecida o incluso una tormenta. Lo más laborioso es encauzar las energías… una emoción especial me embarga cuando casi soy capaz de vislumbrar un futuro lleno infinitas posibilidades. Hoy sé que no soy dueño de nadie, que ninguna vida me pertenece, y eso me deja sosegado.
Un amigo me escribió una vez, hablando de los de allí: ¿Quién les está cortando las alas a los jóvenes?, porqué reptan cuando deberían estar volando… a los de aquí todavía nadie les ha cortado las alas, pero eso no quiere decir que vuelen. Sencillamente, no saben. Habrá de todo, claro, comparar es levantar muros. Por lo menos, que nos demos cuenta que así se levantan, y que siempre es posible tirarlos. Pensándolo bien, encaja: no puede tener hambre ni sed quien se ha rodeado de muros y se ha llenado de cosas… de ahí sólo se saca aquello del “sarcasmo de los satisfechos”.

El calor es tremendo en Pemba. Es curioso cómo uno se habitúa a todo. Al ir o volver de la escuela, aunque no está lejos, suelo llegar con una sensación de pesadez, además de todo sudado. Pero una vez más parece que todo tiene que ver con esto de las protecciones. Vivir tan protegidos nos debe inmunizar para sentir los cambios y quizás eso también nos haga más ingratos. ¡Cómo se agradece la sombra de la higuera de la Escuela! No es como las de allá, pero la llaman así. Da igual, parece que está destinada a refrescarnos, además es tan inmensa que cabemos un montón debajo. No pretendo desdeñar a las pequeñas acacias o a los plataneros, ni siquiera al tropel de palmeras que protegen esta ciudad. A alguien se le debió ocurrir sembrar Pemba de árboles, seguro que su corazón debía ser como la higuera. Me da que pensar si no tendrá esa higuera algo que ver con todo lo que estoy escribiendo hoy. La sombra de un israelita sin doblez, la sombra de tantos israelitas: a lo mejor Jesús también vio en Natanael esa pureza que hoy encontré en Edvene.
Mientras camino y la tierra se mete en mis sandalias, siento la dureza del camino de tantas personas pero también el corazón se me vuelve cada día un poco más abierto a ese inesperado de Dios, una sombra, una brisa, una frescura que no sabes de donde viene, o quizás un israelita sin doblez esperándome bajo la higuera.
Posos de café en Pemba 6. 12 de Noviembre de 2012.
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