domingo, 2 de diciembre de 2012

Jonás


Jonás
A ti te escupió aquí la ballena, como a Jonás. Aunque quieras no puedes irte… Me lo ha dicho un amigo. Los amigos son así, te dicen las cosas que no quieres oír. Y te las dicen en el momento exacto.
Hace unos días que me pregunto si este es mi lugar. No es que lo dude, pero me lo pregunto. Ya ha pasado mucho tiempo desde que descubrí que no somos nosotros los que escogemos los lugares en la vida, más bien nos escogen ellos. Porque el lugar de tu vida eres tú mismo, tú mismo puedes hacer de cada lugar el tuyo. Es un pequeño secreto: tienes que escogerlo. Sin embargo me lo he preguntado.
Hago algo que me gusta mucho, tengo lo necesario, incluso más si bien lo pienso, las personas han empezado a entrar en mi vida, ya veo horizontes a lo lejos, y siento que puedo volar. Pero en el fondo, lo sé, tengo que escoger este lugar. Aunque tenga que moldearlo, igual que dejarme moldear por él. Escoger el lugar en la vida es lo que entiendo por obediencia. Si me pregunto a quien obedezco me viene en seguida esta respuesta: a mi fe. Es ese algo que no puedo cambiar porque toda mi vida sólo tiene sentido en torno a ello.
Me he subido a la terraza de la Escuela, quería hacer unas fotos del mar. Al final sólo he hecho un par de los niños jugando al balón que había en el campo. No se puede hacer una fotografía del mar, es demasiado inmenso. ¿Cómo será Dios? Me quedo embelesado a veces mirándolo, despierto y me descubro sin saber qué me ha pasado, porque es como si el tiempo se hubiese parado, y entonces ya no sé nada. Otras veces intento volver a ver aquella ballena que saltaba en alta mar el primer día que fuimos a dar un paseo. Sólo tenías que esperar un poco y allí estaba, tan lejos que era apenas una trucha saltando en un riachuelo de montaña, tan cerca que no era capaz de imaginar sus dimensiones.



¿Por qué me habrá dicho mi amigo que me escupió una ballena? No sabía que vimos una… tiene unas cosas Dios...

Hoy en el mar había un velero, estaba lejos pero la vela blanca llena de viento le conducía. Se movía lentamente, acompasado, y me perdí en su ritmo. Quizás la fe es algo así, dejarse llevar por el viento. Lo único que tienes que hacer es mover el timón, acercarte al puerto o alejarte, o simplemente disfrutar del mar, de sus olas y de esa canción que canta eternamente, quizás lo único importante sea saber adónde vas. Esto también debe ser obediencia. En seguida he recordado un texto de Nouwen, un autor que me gustaba leer, cuando describe la fe como eso que hacen los trapecistas. Dice que se quedó con la boca abierta cuando un amigo trapecista le explicaba su secreto: el que se lanza no hace nada, se suelta sin más, espera que el otro le coja, este es el que hace la fuerza, el que tiene que estar atento, el que no puede fallar. Pero el que se lanza confía ciegamente en aquel que lo cogerá. Si el que se lanza busca agarrarse y hace fuerza puede partir los brazos del que está esperando para cogerle. Nuestra vida consiste en eso, en lanzarnos, sabiendo que Dios estará siempre atento, que él es quien hace la fuerza al cogernos, que no nos caeremos.


Algo parecido debe ser esa barca movida por el viento o estar dentro de una ballena hasta que esta decida escupirte en aquel que puedes escoger como tu lugar en la vida. Sólo una palabra: fe. La de Jonás es una fe metida a presión. A veces tenemos necesidad de algo de violencia, esto del Reino es para violentos dice el Evangelio. No sé si será así, pero después de oír esas palabras no se me ocurrirá volver a preguntarme si este es mi sitio…

Es impresionante la luz en estos países. A la gente le gusta mucho el amanecer, porque el día llega y se van las tinieblas, la oscuridad. En estas culturas donde la noche no presagia nada bueno se entiende. Pero a mí la luz del atardecer, a eso de las cuatro, me parece la coda final de una sinfonía que ha durado todo el día. Como si en ese momento la luz alcanzase un clímax, como si lo diese todo de sí misma. Mires donde mires está todo como transfigurado, las piedras, las hojas, el agua, la tierra… espero que llegue esa hora todos los días y me dejo llevar por el éxtasis de todo lo que me rodea. Y me imagino que un día, todos nosotros, con todas las cosas, explotaremos de luz, transfigurados.


Posos de café en Pemba, 7 de Noviembre de 2012

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