domingo, 16 de diciembre de 2012

Instantes...


Instantes


Ayer hizo un mes que llegué a Pemba. Lo digo en serio, porque estoy tan sorprendido como todos los que estaréis leyendo estas líneas. Un mes es muy poco. ¿Por qué siento que el abrazo del mar que me rodea es tan familiar a mi vida? Y el viento ¿Por qué su caricia se ha vuelto mi lugar en tan poco tiempo? Y la tierra, el calor y los rostros, la danza y el ritmo, el silencio y la llamada a la oración desde los minaretes… la eucaristía y los montones de niños de esta mañana, los arrugados rostros ancianos, los jóvenes y su alegría…. ¿Por qué me parece que todo esto forma parte de mi vida como si así hubiese sido desde siempre? No sé si es correr demasiado, una serenidad interior se me ha apoderado y no deja que nada me revuelva. No, creo que no es correr demasiado. Debe ser el saber que estás en tu sitio, y vivirlo. Haber abierto el espíritu y haber dejado que todo, poco a poco, me confirme. Quizás también algo que me cuesta decir, algo que se me escapa, que no puedo evitar, el mirarlo todo y amarlo mientras miro…




En el instante se juega la eternidad… ¡Cómo es cierto! Joseilda, una misionera, lo decía el otro día: hay quien llega a cien años pero sólo ha vivido un día. Hay quien en poco tiempo sabe que lo ha vivido todo, y que lo que pueda vivir en adelante es sólo regalo, puro regalo. No es nada el tiempo, somos nosotros los que hacemos el tiempo, nosotros lo llenamos, de muerte o vida. Quiero seguir viviendo los instantes, ellos son eternos, aunque mis sombras a veces se revuelvan y me digan que todo pasa. No, yo sé que nada pasa, que cada instante, amado, mirado y sentido con amor, nos ata eternamente. No quiero contar el tiempo y abandonarme al sueño…
Hoy he descubierto que somos la higuera que florece, caminantes que se levantan del polvo, estrellas que brillan eternamente. La Iglesia estaba llena de brotes nuevos, los más próximos a mí, y eran incontables, más atrás hojas, unas enormes, otras pequeñas, pero muchas… me he preguntado cuántos frutos habrá. Pero esos sólo son del Señor de los Campos. Sí, como una grandiosa higuera. ¡Mirad! ¡Mirad la higuera! ¿O es que no tenéis ojos para ver? Me siguen resonando estas palabras del Evangelio. ¿Serán los ojos que miran y aman? Yo no conseguía ver otra cosa que esperanza en las palabras de Jesús, ¿cómo es posible que algunos vean sólo amenazas? Les he dicho que nuestro destino es volar, muy alto, que podemos desafiar todas las fronteras, pero hemos de levantarnos del polvo… cientos de ojos escuchando… y que al volar muy alto entonces brillamos, que nuestra luz se va haciendo más y más intensa hasta que un día, en paz, poblaremos juntos el firmamento y acabarán todas las noches… Y ellos han respondido, han cantado y danzado, vaya si lo han hecho, como deben hacer las estrellas allá en lo alto.
Por un momento, me ha parecido que todo el universo estaba ahí, entre esas viejas paredes de la Iglesia, conteniendo infinitas estrellas…


El dolor y la muerte, no son más que niebla. Se nos ha dado la esperanza, una palabra que guía nuestros pasos, una promesa en el pan compartido, y todo apunta a él, al que se mueve entre nosotros en la niebla y por eso tantas veces no acertamos. Se puede vivir de muchas maneras, hay muchas más razones aquí para entregarse al vacío y a la desesperación. Pero ellos no lo hacen, confían, conocen el otro camino y sin embargo siguen levantándose y brillando… a pesar de la niebla, una bonita palabra para decir fe. Se disipará, es lo que Jesús dice, se levantará la niebla y entonces veremos, volaremos y brillaremos. Las tres cosas, ¡cómo me gustan!
Cuando pienso en esto no puedo evitar sentirme abrumado por lo engreídos que somos. Recuerdo tantas conversaciones haciéndome sentir algo así como el derecho a estar deprimido… sin darnos cuenta de la inmensa gracia que es todo…

 Perdónanos, Padre de todas las vidas: por no saber encontrarte en lo más pequeño, Tú vibras en cada uno de los detalles y los colores de la vida; por no aprovechar la intensidad de los instantes y dejar que lo eterno se nos pierda en el camino; por el amor que no mira en nuestros ojos ni siente en nuestro corazón cuando nos das la vida para ello; por ahogarnos en un mundo sin alma, por seguir esperando sin querer dejarlo todo, sin pobreza; Tú que todo lo llenas, los ojos que escuchan, las olas del mar y el susurro del viento, Tú que todo lo amas, vacía nuestras vidas, haznos pobres, para levantarnos del polvo y brillar como las estrellas, para ser como la higuera que anuncia el verano, siempre brotando.


Después de todo, siempre estás esperando debajo de la higuera… no dejes que me suba a ella. Aquí abajo la vida es más que maravillosa. A pesar de la niebla.
Posos de café en Pemba 8, 18 de Noviembre de 2012.

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