Fronteras…
Mis clases ya se han vuelto familiares. Aquella formalidad de los primeros días se ha ido. Pero estamos mejor así, no cabe duda. Resulta que las cosas más esenciales son las más provocadoras: que si somos libres, que si hay destino, que si la muerte, que si somos negros, que si la vida… Hay muchos “que si” de estos que nos hacen hablar, romper esquemas, intentar creer en todo eso que la realidad parece negar constantemente. Me dicen que las clases se prolongan, cuando me he ido… con tantos “que si”. Lo del destino les trae de cabeza. ¿Cómo es posible que desde que vinieron los portugueses nunca nadie nos haya hablado de estas cosas?, ha dicho uno. Mis alumnos son, en su mitad más o menos, adultos y con familia a su cargo. No se me puede olvidar que esta zona conoció la fe allá por los años veinte del siglo pasado. Y no hacía tanto que habían llegado aquí los portugueses.
Demasiadas cosas, demasiado nuevas. Su cultura, como todas estas de por aquí, tiene fijadas muchas supersticiones, y cuando intentamos pensar se tambalean cimientos milenarios… Los más, se les nota, deciden permanecer en lo de siempre, y no complicarse demasiado la vida. Otros, un buen grupo, están decididos a encontrar razones para mucho de lo que viven cada día y han recibido de sus mayores. Estos suelen caer en el peligro de creer que pueden justificar ciertas cosas injustificables. Algunos, sin embargo, es como si se atreviesen a lanzarse desde lo más alto del trampolín sin miedo a lo que puedan encontrar y confiando que todas estas cosas tan nuevas les darán quizás un sentido diferente. Porque no es fácil, son cimientos milenarios, y de los del espíritu, una argamasa poderosa.
Ayer, domingo, pasamos la tarde viendo una película: “Disparando a perros”. Sólo cuando llevas un tiempo aquí puedes entender algo lo que no es posible entender de ninguna manera. Es de esas películas en las que te quedas poco a poco en silencio, porque la tragedia que contiene, la posibilidad de muerte que va apareciendo se agranda en cada plano. Como cuando visitas los barracones de Auzstwitz, un silencio responsable se apodera de ti y te hace meditar largamente en esta posibilidad de muerte que hay en cada una de nosotros. Uno se pregunta cómo es posible. Entre nosotros hay una hermana que escapó de Rwanda, escapó de aquello...
Lo cierto es que todavía estamos viviendo aquí, en Pemba, un acontecimiento que tendría que dispararnos las alarmas. Hasta los periódicos se han hecho eco de ello y sin rodeos: el pastor de la Iglesia de Pemba renuncia a su cargo, por divergencias tribales con el clero. Un hombre del sur, en el norte. Cada vez siento más tristeza cuando en cualquier ámbito de nuestra vida ponemos fronteras. No sé si hay algo tan injusto como las fronteras, pero qué lejos parece el corazón humano de ese reconocimiento en el que no se necesitan fronteras. Cuando las fronteras se confunden con la identidad todo es posible: Auztwitz, Rwanda…
Uno ve claramente cómo la ideología y ese sustrato cultural, tan falto de reconocimiento personal, que acompaña a estos pueblos, han hecho una mezcla que arde con la más pequeña chispa y que después es muy difícil apagar. Entonces es sólo el mal el que acaba apagándose a sí mismo, destruyéndose cuando ya ha acabado con todo.
En mis clases me detengo en esa pregunta decisiva del quién soy. Intento que la identidad que cada uno necesita se busque en esa pregunta y nunca fuera de ella: y no me resulta fácil decirlo porque sé muy bien cual mi misión, pero me da pánico pensar en lo que se encuentra cuando se busca esa identidad fuera de esa pregunta. Si lo que me hace ser quien soy está fuera de mí, eso será lo único que cuente y por esa bandera destruiré y negaré todo lo que sea diferente. Se tarda más o menos tiempo pero la violencia llega. No entiendo porqué habiendo descubierto que el auténtico camino para una humanidad nueva consiste en tirar muros, en deshacer fronteras, seguimos empeñados en volver a levantarlos. Si miro a Dios, si me acerco a todos los que, en todas las tradiciones, más se han acercado a Él, sólo veo corazones abiertos, sin barreras… me imagino que así debe de ser el autentico amor.

Quizás sea tarde para intentar reivindicar viejas identidades, conciencias de clan o purezas de raza. Al menos hoy me lo parece. Pero no es tarde para que continuemos tirando muros, para que hagamos juntos el esfuerzo de convivir, reconociéndonos unos a otros diferentes. Cuando estás tan lejos, cuando tu gente y tu cultura con las que te has identificado ya no te acompañan tan de cerca tienes que hacer el esfuerzo de crear una identidad nueva, apoyándote en aquello que te ofrece la vida y las gentes que te rodean. Uno acaba por volverse un poco ciudadano del mundo, haciéndose capaz de ser y vivir con cualquier persona, en cualquier lugar.
Pero ya lo dije, creo, en alguno de estos posos, nuestro lugar no nos viene dado, es aquel que hemos elegido. Y yo creo que todos los lugares del mundo pueden ser, al menos una vez, nuestra elección.
Posos de café en Pemba 10, 25 de Noviembre 2012.

No hay comentarios:
Publicar un comentario