martes, 30 de julio de 2013

Luna de Julio




Luna de Julio 




Desde que ha empezado julio los días son, si cabe, más serenos. Es ramadán, la luna del ayuno. Aunque los musulmanes piadosos rezan todos los días cinco veces, en este tiempo la llamada de los minaretes convoca a todos los hijos de Alá, el Clemente y el Compasivo, para la oración, especialmente antes de la salida del sol, en Suhur, y antes de su caída, en Iftar. Se romperá el ayuno un poco después, en esa hora de luz en que el hilo negro se confunde con el hilo blanco. Hasta aquellos que no son muy asiduos a la mezquita visten el anzun largo hasta los pies y cubren la cabeza con el ozió, un pequeño y bonito gorro bordado.








"Su principio es misericordia, su medio es perdón y su final es la liberación del Fuego", dijo el Mensajero sobre la luna de julio. Los musulmanes saben que lo que importa en el ayuno es la vivencia de la misericordia, porque Alá es compasivo, pues sólo es posible ser un buen musulmán cuando “el principio, tu principio, es misericordia”. Pero si el comienzo es así no es menos importante el camino: “su medio es perdón”. Hay que enfrentar aquello que nos divide y separa, los odios y las violencias, los resentimientos y las querellas. Porque este camino conduce a la liberación del fuego, de todo lo que es malo y destruye. Pero es que, claro, apenas puede perdonar aquel que antes se ha sentido perdonado.

Seguramente habrá musulmanes, otras escuelas, que entenderán a Alá como un Dios violento o vengativo… Lo que yo puedo decir es que no son estos de aquí, y que no me separan tantas cosas de ellos.

Por toda la ciudad y sus barrios, niños, hombres y mujeres se visten para celebrar el mes en que el Libro Santo les fue entregado. Y todo en él se resume en misericordia. No sé si será muy popular esta visión del Islam, lo cierto es que es la que aquí se nos impone. Al parecer asoman por Pemba algunos líderes de un islam más integrista, o eso es lo que dicen. Quizás en un futuro todo esto cambie y el ambiente se vuelva menos tranquilo. Pero los makuas son un pueblo pacífico, como por lo general los africanos, amigos de la vida, de la naturaleza y de la convivencia. Del mismo modo que este carácter acogedor y sereno tan suyo me confirma el evangelio, también el ramadán lo hace. Yo necesito de ellos, como ellos necesitan de mí.

Pero los problemas, el hambre y la enfermedad, no parecen disminuir. Cuanta más gente conozco más son las necesidades que se me presentan y mayor la impotencia, la conciencia de saber que no tengo las soluciones, que lo único que tengo es la voluntad de luchar, de intentar encontrar algún camino. Vivo intentando trabajar en mí la mirada del samaritano y la escucha de María, la hermana, para que se haga posible ese encuentro con el mismo Dios, en él y en cada uno de estos hermanos de Mahate.

 

Cada día es una nueva oportunidad para aprender a vivir: que no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, que hasta en lo más doloroso tiene que haber un camino para volver, para renovar la vida. Y esto, lo confieso, me cuesta mucho creerlo.

 

A Faruk, un muchacho que hace escasamente un mes se desposó, le ha dejado la mujer. Dice que con él no tiene futuro y ha vuelto a la aldea de sus padres. Su pequeña casa, muy cerca de la misión, se cae a pedazos, pero él arregla algún que otro coche cuando aparece y así gana para comer. Este mes no ha tenido coches… Me pregunto de dónde sacan la fuerza para resistir…

A Emilda acaba de abandonarla el marido, el que la sustentaba a ella y a sus dos hijas pequeñas, por una llamada desconocida en el celular, un número de alguien que se equivocó pero que desató unos celos absurdos o simplemente sirvió de excusa. Ella sabe que tiene otra mujer, o quizás dos, pero no le importa. Ayer me mostró la violencia de su marido, las contusiones, las heridas… yo pensaba para mí que lo mejor era olvidarlo, dejarle ir, pero ella no quiere.

Nelson es un joven musulmán de 18 años, hace unos meses apareció en mi casa y me dijo que él quería ser cristiano. Su historia me recuerda cada día esta realidad en toda su dureza. Perdió a sus padres hace cinco años y a excepción de un hermano de su madre, que vive demasiado lejos para ayudarle, a nadie parece importarle. Ha pasado casi todos los años de su infancia vendiendo pescado por las calles de Pemba, sin poder ir a la escuela, sin ningún otro horizonte que el de sobrevivir. Después de estos meses y hasta que he encontrado una familia de la comunidad que se ha dispuesto a acogerlo ha vivido aquí conmigo. Hace una semana la policía lo sorprendió sin el documento de identidad. Dos días sin saber nada de él… le había dado 200 meticales para la escuela y se los quitaron, tuvo que llenar el depósito de agua de la escuadra, diez bidones de 20 litros, y sólo después de eso le soltaron y le dijeron que se diese por perdonado. Volvió extenuado, sin haber comido en días…

 

Tiene que haber una justicia para Faruk, para Emilda, para Nelson, para cada uno de ellos… “Su final es la liberación del fuego”: de lo que atormenta y destruye, de lo que es malo, de lo que mata el alma. Es la luna de julio y me uno totalmente al deseo de los hijos de Ismael, nuestros hermanos, y espero con ellos que después de haber andado el camino del perdón llegue el día de la libertad y la justicia, el día en que reine el amor en todos los corazones.


Posos de Café en Pemba 41, 8 de Julio de 2013


lunes, 15 de julio de 2013

Superarse



Superarse



Es martes, 25 de junio, día de la independencia en Mozambique. Hace unas semanas que intentamos organizar un equipo de fútbol y tras un par de partidos amistosos y bastante entrenamiento al parecer, hoy había que debutar y presentar al barrio oficialmente el equipo de la comunidad, que como en tantas otras cosas, se ha completado con jóvenes de las comunidades musulmanas vecinas. Grandes amistades... que no puede la religión destruir...


Quien conozca África sabrá por qué un equipo de fútbol merece unas líneas. Aquí no se trata únicamente de esa experiencia que aglutina diferencias con el objetivo común del juego y la competición. Es más, mucho más. Una pelota deshinchada, remendada, o incluso confeccionada con retales, pedazos de tela o quién sabe qué otras sorpresas es suficiente para organizar un partido con todos los que tengan dos piernas y puedan moverlas un poco... no les gusta jugar con esas pelotas, pero a falta de más la vida sigue con menos. Tampoco hay botas, ni camisetas para vestir que representen a tu equipo, así que se juega descalzos, con algo de ropa que no desentone demasiado. De campo sirve cualquier explanada, más o menos grande, interesa que se acerque algo a esos que se ven por televisión aunque haya que imaginar mucho. Lo que importa es jugar, no quien seas, como seas o de donde seas. Y sólo por eso merece la pena.

Esta vez había un balón que conseguimos comprar, un balón original, suelen decir ellos, y eso y la independencia atrajo a una buena cantidad de público al partido, en día tan señalado.
Tenia ante mi jóvenes fuertes, rápidos, dispuestos a ganar dándolo todo... algunos habían conseguido zapatillas de algún amigo, pero otros, descalzos, no remataban con menos fuerza... conseguimos que un equipo vecino nos dejase unos trajes, verdes y blancos y del Barcelona. Así que el partido comenzó con toda la solemnidad de uno de esos televisados. 



Esto del fútbol y la coca cola deben ser las únicas cosas para las que no hay fronteras. Por lo menos la presencia del fútbol en los barrios de Pemba así lo confirma y si aquí ejerce este efecto de unión de culturas, etnias y religiones tan claramente, desde luego merece su lugar... A otros niveles no sería tan absurdo que algo aprendiésemos de esto del fútbol, a más unir que separar, sabiendo poner los objetivos de lo que humaniza por encima de todo lo que nos distingue. 


No me hubiese impresionado tanto el partido si no fuese por lo que vi al poco de estar allí. Con eso de la euforia por seguir el balón y esperar a que entre en la portería del contrincante no te fijas en detalles. El sol también pegaba fuerte. Mi sorpresa fue, al pitido del silbato, encontrarme con un árbitro minusválido, Sualim, un muchacho al que la polio dejó deformado, con una gran dificultad para moverse y andar, pero al que no se le escapaba una falta, un fuera de juego o tantas de esas reglas que se dicen en esto del fútbol... no podía correr y yo no podía creer lo que estaba viendo. Habían confiado a un disminuido el control del partido, pero lo más increíble era ver como todos le hacían caso. Puede parecer demasiado forzado pero me vinieron al corazón aquellas palabras: hablaba con autoridad y no como los escribas. A Sualim nadie le cuestionaba en el juego, parecía tener a todos convencidos... Mauri, el entrenador, me dijo al verme así sorprendido: es el único que sabe arbitrar, y todo el mundo lo sabe. Pensé: esto es genial… es la actitud de los hijos ante un padre disminuido, pero que es el único que sabe arbitrar, porque es el padre. Y en este contexto africano, con un ingrediente que quizás hemos olvidado: ese respeto y reverencia, esa escucha y humildad, de los que saben que tienen que aprender de la vida y que hay alguien capaz de arbitrar. Nosotros somos tus pies, tus manos, y hemos de llegar a ser tu mismo corazón… ¡Cuántos me llevan la delantera!

Desde ese momento seguí con la mirada a aquel joven, al que una minusvalía, de esas que en África condenan al desprecio y al ostracismo, no le había negado la posibilidad de existir sino que lo había llamado a superarse.
No entiendo mucho de fútbol, pero tengo claro que Sualim sabía lo que estaba haciendo a cada momento, y sobre todo que ese chico sería capaz de cualquier cosa en la vida.

Lo menos importante fue que nuestro equipo ganase por 3 goles. Esa vivencia de intensa comunión, en un partido de fútbol, ese respeto y la alegría de vivir que por doquier se hacía sentir, la presencia de Sualim, de algunos pies descalzos y un balón original, el estar juntos y hacernos una foto con el teléfono móvil, disfrutar unos y otros por una tarde maravillosa, eso sí es importante porque eso llena de un modo que nada puede hacerlo.
Al atardecer de este día siento que conozco algo más a este pueblo y la gratitud me encoge el corazón. Cuando experimentas estas cosas aprendes lo que es verdad y lo que realmente vale la pena, sientes que nada o muy poco puedes ofrecer, y que descender es el único camino. 



En medio de esta realidad tan dura, de tanta carencia y tanta posibilidad negada, juntos afirmamos la verdadera relación que hace humanos, cuando no hay cosas que nos desvíen de lo importante brota espontáneamente la necesidad de ser, el reconocimiento de lo que cada uno somos y podemos dar a los otros, y también espontáneamente el lugar de cada uno. Me supongo que algo así vivirían los discípulos del Maestro… y me pregunto si también ellos jugarían a la pelota.


Posos de café en Pemba 40, 25 de junio de 2013.




miércoles, 10 de julio de 2013

Historias...




Historias…




Haijai no tiene luz en los ojos, desde hace dos años. Pero su sonrisa desdentada, a sus ochenta años, es la más luminosa de toda su familia.

Este domingo me dediqué a visitar a mis vecinos. Lo tenía pendiente. Solo al final del día me di cuenta que todas las casas por las que pasé eran casas musulmanas... la verdad, ni me lo pregunté... Debe ser lo mejor, no preguntarse ciertas cosas, para que no se nos acumulen demasiadas omisiones.

 
Visité la familia de Amidino y de Nsafir, dos hermanos de nuevo, como dos tesoros. Hay algo de misterioso en esto de los dos hermanos. No son los primeros dos que me fascinan... No sé si será por la parábola... que a Jesús también le llamaron la atención. Debía saberlo bien, llevaba algunos pares siempre consigo. La semana pasada nació el primer hijo de Amidino y Rosa, su primera suerte, como dicen ellos. Un hijo es una suerte, es bonito pensarlo, sobre todo cuando es tan difícil que muchos salgan adelante. Hace tiempo que Amidino y nsafir no saben de su padre. Su madre, una makúa alta y elegante, extraordinariamente hermosa, pasa casi todo el tiempo en el campo, les visita los fines de semana y trae todo lo que ha conseguido para comer el resto de los días, como casi todas las mujeres tiene que compartir a su marido con otras y por lo que me pareció ya ha renunciado a él. Ahora ellos, como pueden, cuidan del abuelo ciego y se cuidan el uno al otro, se tienen, y eso es lo que importa. Amidino tapiza sofás, Nsafir arregla tuberías. Aquí y allá donde les sale un trabajito, donde les llaman, consiguen salir adelante. Amidino tenía un interés especial en que yo le diese el nombre a su hijo y así lo hice... después de unos días me decidí por Ismael, un nombre nada ajeno al islam pero que no tengo oído por aquí. Les gustó, al parecer a toda la familia, y por supuesto ahora tenía que conocerla. 


No esperaba nada diferente, había una silla y tuve que ocuparla yo, todos se sentaron en la estera, en el suelo, cobijados por la vieja pared desvencijada de la casa de barro. El abuelo Haijai la construyó cuando todavía podían sus fuerzas y sus ojos se lo permitían. Sencilla, como todas las casas makuas, tres pequeñas estancias que sirven a la familia para refugiarse de la noche o albergar a los enfermos, porque la vida se hace siempre fuera, pero resistente a pesar de la ya oxidada chapa de zinc que la cubre.

Trajeron al abuelo y también otra silla. Se supone que éramos los más importantes. Entonces me explicaron que ya lo habían llevado a los médicos, a las iglesias, y que nada consiguieron, y me di cuenta de lo que esperaban de mí, ese milagro que no llegaba a los ojos de Haijai. Fue curioso, todos parecían esperarlo menos el abuelo. No es posible evitar esta sensación de ser alguien cargado de poder aquí en África. Recé en mi corazón mientras miraba sus ojos nevados y entonces Haijai me obsequió una inmensa y luminosa sonrisa, y como suelen hacer los ancianos empezó a contarme los años de su historia. Creo que esta es la luz que toda familia necesita: la luz de una historia, un hilo que conduce la vida y le concede sentido. Al final, siempre al final, el resultado es una luminosa sonrisa. 


Pensé que seguramente es buena esta ceguera, cuando hay más luz, cuando una historia ilumina y da sentido, porque la otra, la de los guías ciegos y los ayes de Jesús, es precisamente el no querer verla, esa historia del amor que ha venido a iluminar y dar sentido a la vida.

Pero claro, la historia te conduce y es un riesgo. Es el juego de la libertad y el abandono muchas veces a la voluntad del amor capaz de darse, sin esperar a cambio nada.

Tal vez en este tiempo que vivimos lo que más se esté destruyendo sean estos cimientos, los que permiten las historias de todas las personas y hacen que tenga sentido la vida, aunque para ello tengas que arriesgarlo todo. Y quizás el comprometerse por amor a vivir una historia y dejarse conducir por ella sea lo que permita la salvación.

 

Muchas son las historias que sigo pintando en mis iconos. Nadie ve en esa pared cremosa de mi oratorio todos los que contemplo, pero hay tantos y desprenden tanta luz que no me extraña que se queden ciegos.

Ha nacido el bebé de Cristina y Abene, después de un largo y duro esperar... se ha visto colmada su esperanza. Cristina sigue hospitalizada, ha necesitado transfusiones, ha necesitado vida. Aquí a nadie se las hacen si no se trae a los donantes, así que ha habido que buscarlos, pero no han faltado, y por eso he de volver a pintar ese icono, que ahora tiene mucha más luz que en Navidad, en pleno mes de Junio.

El suave invierno del trópico se cierne ya sobre nosotros, el viento se hace sentir, mas fuerte, más fresco, pero sopla a nuestras espaldas y nos empuja hacia adelante, siempre hacia adelante. 


Posos de café en Pemba 39, 10 de junio de 2013.


viernes, 5 de julio de 2013

Doce



Doce



Ya son doce… por doce… y un ‘por’ con puntos suspensivos. Hoy me gustaría que pudieseis verlos a todos y a cada uno, pero sobre todo, que pudieseis sentir lo que yo siento cuando están a mi lado, y cómo vale la pena el amor. O quizás, mejor dicho, cómo es lo único que vale la pena: amar, aunque ello conlleve siempre sufrir. Entiendo lo de la nueva creación, lo entiendo muy bien, la estoy viendo ante mí, cuando el amor toma las riendas y nuestras relaciones se hacen posibles. Mucho sufrimiento se mitiga, con el bálsamo del aceite y del vino, y se venda, y hasta se cura.

Los doce lo empezaron todo, una historia de amor y libertad, nuestra historia. En cada comienzo siempre hay doce, por doce, por… y esta Iglesia llamada a ser pobre y humilde seguidora, mientras da testimonio de la Vida verdadera, se abre paso, poco a poco… Cada vez creo más en eso de que nos sobran los miles y nos faltan los doces. Doce, aunque titubeen y huyan muchas veces de lo que se les viene encima, con el alma de los que viven para superarse, para ir siempre más allá y más arriba, dejando brotar en ellos, en su pobreza, las posibilidades de ser y vivir desafiando el presente, llenos de la esperanza del futuro.


Estos son los nombres de los Doce con puntos suspensivos: Melchior, Angelita, Paulo, los hermanos Rajid y Said, Richard, Horace, Manuel, Mauricio, Silvio, Nito, Lembra y Filomena, Verónica, Joao, Miva, Nelson, Hassan, Fernando y Filomena, los hermanos Mario y Helena, Joaquim, los hermanos Amidinho y Nsafir, Farruq, Benedicta, Eduardo, Sebastián, Antonio, Victor, Anli, Faustino, Bertina y Teresa, Valeriano, Cristina, Judith, Emilda…

Y los reunió, y les confirió el poder de expulsar espíritus y de curar el mal y la enfermedad, y les dijo: id a las ovejas perdidas y anunciad el Reino, dad de gracia porque de gracia recibisteis…

No sé cuánto de Reino se extiende ya por Mahate, no soy propenso a los cómputos, pero sé que crece aquí y allí, y que las fronteras de las religiones o de las etnias no lo sofocan. Es su alegría la que me confirma cada día que algo está creciendo, aunque yo no lo vea. Es la certeza del corazón que sabe que no será defraudado y no necesita ver para creer en la promesa.


Cuando miro cada una de sus historias descubro casi siempre demasiado dolor y tristeza, injusticia de esa que nadie debería nunca haber sufrido. La presencia de Dios se ve en este día en el que en casa de Judith ha llegado algo de comida, después de dos o tres días sin tener nada, o en la recuperación del bebé de Emilda que ha pasado la semana con fiebre, vómitos y tos, o también en el hermano pequeño de Richard que después de un mes desaparecido ha vuelto a casa, o en el regreso a casa de la familia de Cristina tras estos meses de trabajo en el campo… Sólo Dios puede estar detrás de todas estas cosas, dicen ellos, porque escucha nuestras plegarias, porque confiamos en él, porque una y otra vez nos da fuerza para seguir adelante.

Quien tenga oídos para oír, oiga…

Lo que ha cambiado es la mirada, el poder descubrir un hilo que enhebra cada pedazo de la vida, aun los más dolorosos, concediéndoles un sentido. Es el poder ver aunque sea por poco tiempo más allá, hacia esa estrella que te dice que no morirás porque hay amor en tu vida. Aunque sea solo un instante, la confianza que allí nace ya no desaparece jamás. No hay más secreto que este, pero es todo y lo único necesario. Los doce… se han puesto en marcha porque esta estrella ya siempre iluminará sus vidas. De entre ellos, varios son musulmanes. Esta tarde Rajid decía, y yo no sé si sabía lo que decía: yo no soy cristiano, ni musulmán, yo soy persona. Venía al caso del ramadán que ya se acerca. Su presencia todos los días, su simpatía, su fidelidad y su preocupación por mí: ¿has dormido bien?, ¿tienes el corazón en paz?... me llevan a creer en la humanidad, como el único camino que de verdad importa. ¿Habrá sido el Espírito el que se lo ha revelado?

Hoy, mientras escribo estas líneas y miro a los doce… me vienen al corazón tantos doces que se quedaron atrás, por los caminos de mi vida. Y siento que todas esas vidas de algún modo también son mías. Es lo que te dan los años: amigos, hermanos… hasta el ciento por uno.




Hoy me sigo haciendo la pregunta del Evangelio: ¿quién dices que soy yo? No sé nada, sólo sé que eres el puro amor, y eso es lo mismo que no saber nada. Es la certeza de caminar confiando, sin ver, y la alegría que eso lleva consigo. Es el encuentro con cada uno de los doce, porque yo también soy uno de ellos, y quizás el más débil, pero soy el que no tiene otra cosa que dar, solo la confianza.

  
Posos de Café en Pemba 38, 25 de mayo de 2013.