jueves, 28 de octubre de 2021

Con Sheik Bacar, 5. Lucman

 Con Sheik Bacar, 5. Lucman

Había en tiempos del Rey David, un sabio llamado Lucman, respetado y amado por el pueblo. Cierto día Lucman aconsejaba a su hijo, sobre los principios con los que tendría que orientarse en su vida para ser un buen creyente en Dios.

El primero de los consejos decía así: No confundas a Dios con ninguna otra cosa de este mundo, ni lo asocies con nada más.

Cualquier asimilación de Dios, de su Santidad, a algo de nuestro mundo es una idolatría. Ni el poder, ni el dinero, ni la fama, pueden usarse para llegar a Dios... Y Bacar, mientras me cuenta la historia, dice, es un gran pecado reducir a Dios, olvidarse de que Él no tiene medida y que no existe otra actitud religiosa fuera de este continuo sentimiento de pequeñez ante su majestad. Y me pregunto cómo es posible que alguien grite el nombre de Dios para matar a otros.

El segundo consejo pedía parecido: no te confundas a ti con nada ni nadie de este mundo, ni te asocies con nadie ni nada que le pertenezca.

Yo tenía una idea diferente de la identidad musulmana, tantas veces asociada a la umma, la comunidad orante que, ante Dios, se somete como un solo cuerpo. Sin embargo, el consejo del sabio Lucman parece querer decir que Dios tiene reservado un camino de Santidad para cada uno y de un modo incomparable.

Supongo que hay todavía mucho más en el islam que no sé o no entiendo bien.

Los consejos del sabio Lucman a su hijo continuaban enumerando pequeñas cosas unidas a actitudes deseables para los creyentes del islam. Por ejemplo, nunca acabar el alimento ofrecido, porque es una señal de prodigalidad. Y así, en tantas cosas de la vida se comporta el creyente con humildad, ciertamente la virtud más característica de los santos... ningún cristiano sentirá ajenas estas palabras.

Recuerdo haber escuchado de otro maestro del islam una explicación de la yihad, el sacrificio del infiel, que solo le es permitido al que ya ha vencido todas sus pasiones, porque sólo así puede Dios aprovechar ese sacrificio. Vencer las pasiones es la gran misión del buen creyente musulmán. Y solo la humildad es posible en ese camino, porque muy pocos llegan a ese estado que les permitiría, impasibles, sacrificar al infiel. Mientras nos domine alguna pasión tendremos que vivir humildes y renunciar a cualquier violencia. Pero cuando hayamos vencido las pasiones, ¿habrá lugar para la violencia?

Cuando pregunto a quien estuvo secuestrado por yihadistas el porqué de su violencia, todos responden lo mismo. Odio, un odio enconado a sus enemigos, la peor de las pasiones.

Por eso los grandes sabios musulmanes dicen que matar al otro nunca está justificado, porque nadie llega nunca totalmente a dominar sus pasiones.

Después de contarme su historia del sabio Lucman me quedé pensando en los dos mandamientos que Jesús dice al doctor de la ley que son la síntesis de toda la ley y los profetas. Y me parece que el parecido es notable en el primero, y que el segundo debe tener que ver con aquello de como a ti mismo. Que no te asocies a nadie ni a nada es amarse a si mismo, respetarse, Jesús dice, para amar al prójimo.

Que no asocies a Dios con nada es sin duda lo del con todo tu corazón y entendimiento y con todas tus fuerzas y voluntad. 

Porque si fuese algo menos que el todo, entonces pasaría a ser algo que se puede medir, y eso sólo es posible si Dios se asimila a cualquier cosa del mundo.


Es fácil decir tantas cosas del islam. Ese enemigo del liberalismo, han sentenciado incluso algunos especialistas. Sin embargo, no lo parece cuando uno escucha los consejos del sabio Lucman. Suena a libertad y autonomía que sólo Dios puede llenar...


Bacar suele amenazar a los que nos buscan aquí en nuestro pequeño centro interreligioso, les dice que yo me haré musulmán. Tengan cuidado, dice sonriendo. Ambos sabemos que ese paso sería un fracaso de nuestra misión, tanto de mi lado como del suyo, porque necesitamos dejar testimonio de que convivir es posible. Pero él sabe más de mí, aquello que decía el sabio sufí: quien tiene la enfermedad que se llama Jesús ya no se cura. Y yo estoy enfermo.

Padre Eduardo, 18 de octubre de 2021