sábado, 25 de septiembre de 2021

Con Sheik Bacar

Me estoy dando cuenta que el mal que realiza la pascua no es tanto la violenta muerte de Jesús, sino sobre todo toda muerte de lo humano, de la bondad, la verdad y la belleza del mundo... Es el mundo de quienes no aman... Lo que está en juego no es simple, no es algo sin importancia, no es una única vida, sino la misma posibilidad del bien.

Desde este lado, afirmar la esperanza es lo más heroico que puede hacerse...

Aquello que leo en los profetas y los salmos... Mirad cómo matan al justo! Debe ser el mismo rostro del mal y sólo más allá  es posible pensar la esperanza...

La guerra, el hambre, la enfermedad,..., La muerte, el resultado.... Porque, como dice el Corán, el mal no se pudre, pero el bien no se olvida. Las dos frases las dice juntas mi amigo el imán Bacar, en árabe.

Parece que hay una advertencia sobre el mal, recordándonos que a lo largo de nuestra historia nos pisará los talones, y con la misma fuerza de siempre, volverá una y otra vez a asediarnos... Me lleva a pensar que no debe ser muy evangélica la vida que contra el mal no luche. Y quizás nuestra comodidad nos encierra en un individualismo cada vez más indiferente hacia el mal, sin darnos cuenta que también lo es hacia el bien.

Y, al mismo tiempo, hay una respuesta. Como si hacer el bien fuese levantando un muro que el mal no puede franquear. Un muro que ya hemos levantado y que, mientras avanza la historia, va creciendo y venciendo al mal. Si este no se pudre, el bien no para de crecer... Hazlo, parece decir, para que no se olvide.

Debe ser la santidad una memoria que no olvida el bien, ni lo olvida ni se olvida de practicarlo. Y quien no olvida el bien que ha recibido vive en un agradecimiento permanente.

Por eso cada vida levanta su muro... O se olvida del bien.

Es difícil situarse en la esperanza cuando se vive en estas situaciones extremas, pero sobre todo cuando se ve que podría ser diferente y por razones incomprensibles se te ha privado de esta posibilidad.

Esta mañana ha venido el señor Nakade, hace más de un año que huyó de Bilibiza, a unos 40 km de aquí, con su mujer y sus hijos, cuando los terroristas llegaron tan cerca de Pemba. Su aldea pertenece a Quissanga, la zona próxima a Pemba, al otro lado de la bahía. Como todos los que huyeron había dejado sembradas la mandioca y las legumbres, el sustento de la familia. Pero hace dos meses que las autoridades del país afirman que ya  es seguro regresar a esta zona. Aún con miedo, su mujer dejó a los niños con su padre y se aventuró a ver si encontraba algo en los sembrados. La semana pasada un grupo de terroristas la mató con otros cinco... Los encontraron degollados.

Esta mañana el señor Nakade tartamudeaba, sin acertar a decir algo coherente, pero en un gesto de dolor que lo decía todo. Para él lo mas importante que yo debía saber es que su mujer era su esposa, que no me quedase con una idea equivocada, pensando que era solo otra mujer... Todavía no sé cuántos niños ha dejado atrás. El señor Nakade me dice que no es católico, pero no sabe dónde ir...

La crisis de refugiados es tan escandalosa cuando sucede así, con el drama de la violencia, pero yo creo que es más terrible que eso, o por lo menos, no es eso lo más terrible. Porque donde el mal verdaderamente triunfa es cuando su afilada hoz no hace ruido. Y casi cada día desde hace ya unos meses alguien refugiado, ancianos y niños sobre todo, muere en el silencio cómplice de una situación a la que nos estamos acostumbrado... Y que lamentablemente se normaliza. Esta semana son ya tres días seguidos... no es la lejanía de sus casas y tierras, es el desvalimiento de volverse gente sin nombre, dependientes de un poco de ayuda de quien sea, enfermos sin remedio, sin tener en verdad donde reclinar la cabeza... Y ¿para qué vivir en un mundo así?

Me pregunto cuánta muerte aguantan los ojos... Y en esos momentos sólo consigo callar.

Después es como el Gólgota, sólo algunos lloran, muchos vuelven su rostro, se niegan a ver... yo tengo que decir algo, porque todos esperan, y miro a mi corazón y les digo lo que sale, que es bueno vivir dando para que no te duela tanto la muerte...

No recuerdo qué noche oscura atraviesa el alma después de que Dios se ofusque y parezca que todo se tambalea. Pero sí que sé que si estoy aquí, es porque tengo la misión de encender antorchas y mostrar caminos, dando la espalda al mal que quiere confundirme hasta que pierda la esperanza... Y sé que no puedo hacerlo solo.

Por eso, ayúdame, le digo, y derrama otro poco de tu gracia, cada día...

Y callo y respiro...

 Mahate, 23 de Septiembre 2021





domingo, 19 de septiembre de 2021

Primicias...

Primicias...


Después de meses desafiando lo inevitable, cavando en este desierto sin esperanza, en busca de alguna razón para creer que alguien o alguna medicina podría curarle, que talvez seria diferente, y quizás Dios le ayudaría, le permitiría esa oportunidad imprescindible, la que siempre se les niega a los pobres,... uno de mis animadores de la misión, Faustino, ya no aguantó y ayer lo enterramos.

 

Me dicen los médicos que quizás un tratamiento de quimioterapia a tiempo y una cirugía podría haber cambiado el desenlace. En estos meses hizo tres viajes a Nampula y en el último, cuando dos médicos coreanos iban a operarle, un cirujano de aquí dijo que el estado en el que le dejaría la intervención exigiría una atención clínica diaria, y que es difícil que una familia pueda soportarlo...

Faustino vivía en una casa sin luz ni agua corriente. Con su mujer y una gran familia... Empezó entonces a aceptar su situación... Cada semana he ido a llevarle leche, sémola y fruta...

Lo único que conseguía comer.

 

La pobreza es muerte. Quizás esto lo tendríamos que recordar más insistentemente a quienes creen en ciertas nociones idílicas. Y es muerte, porque es injusta, porque no es posible que muchas personas no tengan lo necesario, ni en alimento ni en salud, ni en educación... si no es porque algunos tienen demasiado.

 

Sólo habla de pobreza quien no es pobre, y se atreve a dar tantas soluciones para algo que no ha vivido... porque la pobreza es muerte y es también silencio. Después de estos años ya no tengo soluciones, solo intento responder a cada uno que llama, cada día, a mi puerta.

 

Hace dos semanas llevé al cirujano del hospital a un joven que tiene que sufrir una intervención delicada. Nos hizo volver el viernes de esa semana para realizar la operación, pero cuando llegamos él no estaba en la lista. Volvimos a casa, la semana siguiente fuimos varias veces al hospital, y el jueves iban a internarlo ya, pero de nuevo no estaba su nombre en la agenda. Escribí al cirujano, porque yo tengo el privilegio de tener su número, y pidió perdón... El lunes volveremos... ¿Cuántas veces deben volver los pobres?

 

Quizás es mi edad, mi situación más vulnerable y sensible, pero me duele cada vez más esta muerte, y tengo miedo de que vuelva mañana, y de quién será... Por lo que sea me alejo de la indiferencia y me acerco de la indignación, y sobre todo de la impotencia, de esa cruz que misteriosamente vence el mal del mundo.

 

Es la muerte mi maestra, en estos días, la que me hace entender, donde no conseguía. Gracias a ella empiezo a comprender un poco más, pero también a preguntarme y me da miedo...

 

Entendí que Jesús muere todas las muertes... Y que eso es porque tiene la medida de Dios... Pero no consigo imaginar cómo puede soportar tanto dolor... cómo se puede sentir tanto, y continuar sin aniquilarse. Cuando pienso en las muertes injustas de tantas vidas, incontables no sólo por ser tantas sino sobre todo porque no cuentan.

Porque el dolor de Dios está lejos de ser únicamente el de un cuerpo crucificado...

 

Entendí que el dolor es el del amor llagado, aquel que la compasión informa a nuestra consciencia. El dolor inconsolable de la madre que llora por los hijos... Ese grito desgarrador por el hijo único. Y luego, yo me encuentro horrorizado, al ver a tantos... Y veo que no puede ser gratuito para Dios, no, el precio de su sufrimiento...pero tiene que haber una puerta por algún lado...

Es la única manera de poder vivir esto.

Como la  resurrección de Jesús... que El ha Resucitado todas nuestras resurrecciones, hasta que se realice en nosotros... Y todo se consume.

Y si es verdad, y Jesús ya ha resucitado nuestra resurrección, como primicias, quizás sólo precisemos cambiar nuestra colocación... Pensar que encajamos en El, como partes de su cuerpo, no tanto por su muerte sino sobre todo por su resurrección. Quizás es eso lo que significa que llevamos en nosotros la semilla de la resurrección... 

De cualquier manera no hay otro relato capaz de desafiar la muerte de esta pobreza, como este de la resurrección, ningún otro que sea capaz de mantenernos aquí, contra toda esperanza. 

Septiembre 2021




viernes, 10 de septiembre de 2021

De mis encuentros con Sheik Bacar

 

De mis encuentros con Sheik Bacar



Mientras le hablaba de mis problemas con algunos de la comunidad, de esos que nunca faltan, Sheik Bacar me contó esta historia...

Moisés bajaba del Sinaí y se encontró al diablo con una cesta de pan.

Al verlo, Satanás hizo ademán de huir de tan grande adversario. Pero Musa, como es conocido Moisés en el Islam, lo detuvo y preguntó: qué llevas ahí?

Pan, dijo el diablo, obediente.

No tiene buen aspecto, respondió Musa, y preguntó: ese pan de colores te facilita el trabajo?

Había en la cesta panes negros, verdes y rojos.

A regañadientes, el diablo respondió:

Los panes negros son los que más se comen, dijo, son los panes de la envidia... pero esos se los doy a las personas de Dios, a los sacerdotes, pastores, imanes y rabinos, lo comen en abundancia, y se matan entre ellos, es mi mejor arma contra los creyentes.

Los verdes son los panes de la ambición y la codicia, y esos tienen mucho éxito entre los comerciantes. Con solo un poco se olvidan de vosotros, los santos y los profetas, con rapidez, no necesito esforzarme mucho.

Los panes rojos se los voy a dar a comer a tu pueblo, dijo el diablo, son los panes de la falsedad y la mentira. Verás cómo alaban a Dios mientras roban y matan, cómo se visten de verdad los que vencen con la mentira...

Y Moisés, cargado con aquellas grandes losas de piedra, mientras descendía del Sinaí, sintió un peso enorme de repente, y rezó en silencio, pidiendo un pan que bajase del cielo para vencer al mal sobre la tierra.


Para quien no toma cuidado, comer de estos panes acaba decidiendo su vida, y lamentablemente, malográndola. Pero es que además es muy fácil descuidarse... Y sin darte cuenta estás comiendo un pan que te enferma. Darse cuenta de lo mal alimentados que están otros es fácil, cuesta mucho más reconocerlo en uno mismo.

Me han vuelto al recuerdo aquellas palabras sobre la compasión... Quien no reza por las serpientes todavía no ha llegado al amor de Dios... O cuando el cestero le dijo al monje que pedía a Dios ocupar el lugar del castigo de los pecadores... O aquel otro que no quiso entrar en el paraíso hasta que todos estén dentro y ningún ser humano se quede fuera...

Y hay algo de esta compasión que se nos escapa, algo que es de lo más íntimo de Dios...

Cada día me voy haciendo más consciente de la historia de salvación que tengo que vivir, encarnándome aquí, muriendo aquí, resucitando... Esto no lo veía tan claro, como ahora... Encerrado aún en el juicio de mi corazón. Sin descubrir la libertad de los últimos... el pan que levanta y colma de bienes.

He pasado mucho tiempo sufriendo por una dignidad que me parecía la tienen que dar los otros, quienes siguen expoliando y descartando a los pobres, por cualquier motivo... Y he perdido tantas oportunidades de experimentar el gozo de la vida, entre los pobres. Porque yo mismo pensaba que esta no es una vida digna...

La humanidad es digna porque es una experiencia de Dios, donde está, en cualquier parte, no porque responde a nuestra medida.

Estos espíritus que somos haciendo una experiencia encarnada... tienen la misión de realizar una historia de amor en el tiempo y el espacio que les han dado.

No hay nada más allá, nada sube a Dios sin la carne de la historia.

Esto que vivo un poco me hace exultar de gozo, porque comprendo la gracia que se me ha dado...

Y vivirlo, profunda y contemplativamente, es toda mi misión.

Este pan bajado del cielo, es el que Moisés pidió y Dios hizo llover para su pueblo, es el pan que tengo en mis manos pobres y llenas de llagas...

Ahora sé que quien come de él ya no tendrá hambre.

Aunque no lo parezca, la historia de estos olvidados del mundo, es la historia de Dios...

Septiembre 2021 



Las cadenas de Yuma

 

Las cadenas de Yuma

En el silencio del atardecer llegué al patio de su hermana. Desvencijado, con varios niños jugueteando aquí y allá. Más hacia dentro, bajo el mango, echado en el suelo, encadenado un pie al robusto tronco, estaba Yuma.

Desde abril que le volvió la locura. No lo atarian si no lo destrozase todo cuando se pone así. Pero ya lleva dos semanas, y su hermana vino ayer a pedir de nuevo ayuda.

Cuando está bien, suele ganarse la vida vendiendo pescado, yendo y viniendo a la playa, comprando a los pescadores o vendiendo para ellos, y sacarse un plato de comida.

Pero últimamente casi no comía, solo bebía, ese aguardiente barato que tienen los pobres.

No es la primera vez que le pasa. Desde que estoy aquí es la cuarta o la quinta, ya no lo recuerdo bien.

La primera vez me arrancó la matrícula del coche en uno de sus delirios. Como siempre ante el regocijo de niños y mayores que le siguen por todo lado, sin que nadie se atreva a acercarse a él, tocado por los espíritus...

Entonces y con un vaso de leche caliente le puse unas gotas de medicina que una religiosa me había dado. No tardó en mejorar y volver a la normalidad. Pero nunca dejó esa otra cadena de la bebida, y más tarde de otras drogas... Lo que fuese con tal de olvidar esta miseria. Poco tiempo después dejó el tratamiento y otra crisis apareció. Más violenta que la anterior, Yuma pasó a ser un peligro. Lo llevé al hospital, cuando ya no tenía más medicinas, pero nadie se atrevía a tocarlo, el mal de espíritus es contagioso...

Conseguí que volviese al tratamiento, otras tres veces... Siempre en el mismo círculo...

Nadie quiere hacerse responsable, nadie hacerse cargo... Sólo parece preocuparle a su hermana, y a mí... El enfermero de psiquiatría me advirtió que no lo acogiese en casa porque después yo tendría que asumir las consecuencias. Y es difícil tomar una decisión así...

Yuma es uno mas, otros son Helena, Mussa, Ana... Y los que deambulan casi desnudos por las calles de Pemba, de los que todo el mundo tiene miedo. Alguien ha escrito de los locos de África...

Mis amigos consiguieron enviar un frasco de medicina para Yuma. En correos esta vez la policía de frontera nos hizo abrir el paquete, pero nos dejaron ir sin decir nada... Porque ese medicamento tenía que llegar a Yuma. Y no hay puertas cerradas para el que mueve la historia desde abajo.


Hoy es el tercer día que Yuma está tomando su medicina. En su locura es como si supiera que ese es su remedio, el único que puede librarle de la cadena del mango.

Hoy ya conseguía distinguir mejor lo real de lo imaginario. Aún habla algo inconexo, mientras intenta un discurso normal, en las pausas, se precipita hacia ese mar de la locura, pero luego vuelve... Y cada día mejora un poco.

Quizás mañana podamos soltarle la cadena...

Hace años en una campaña de Cáritas por los ancianos, en Roma, el cartel decía algo así:  si hubieses sido anciano nos habrías enseñado a serlo... Y eso forma parte de la soledad de ellos, pero más lejos aún, mucho más, están los locos... A ellos tenemos que llegar más todavía. A ellos y a esa parte de nosotros que es como ellos...


En Mahate soñamos que un día estas personas tengan un lugar donde estar, donde tratarse y vivir sin que su dignidad sea olvidada. 




El Reino...



La escena final de la película "La misión" es silenciosa.

La verdadera vida, se intuye al final, está más allá, está donde ellos se dirigen. Y permanece oculta, prohibida para nosotros, los telespectadores. Permanecemos con la mirada perdida, con el gusto amargo de la muerte injusta, nos gustaría una continuación, hacia el paraíso soñado... Pero el director nos la prohíbe.

Quizás con la intención de gastar un último cartucho. Una desesperada última oportunidad, para que pensemos... Y cambiemos la dirección de nuestras vidas.

Pero quizás esto sea algo que yo deseo, únicamente eso, un deseo desesperado cuando ya no hay remedio.

Se podría pensar que muchos no seguirán río arriba en aquella barca, engañados por  nuestras  promesas vacías, e intentarán llegar una y otra vez a nuestras costas. Pero muchos más, los que han conocido la verdadera vida, podría ser que estén escondidos a nuestros ojos... Que estén lejos de nuestra calculadora comprensión y que a nosotros se nos esté privando de la verdadera vida.

Se podría pensar y podría ser...

Es justo preguntárselo:

No hay otra posibilidad?

Una parte de África muere nuestra misma muerte. La muerte del océano de la indiferencia. Pero es posible que muchos vivan, más allá de donde somos capaces de ver y medir, más allá de lo que pretendemos y esperamos usar.

Entonces, no hay ya ninguna posibilidad?

Tan solo intuyo una respuesta.

Para mí, la de intentar cada vez que llego a África subirme a esa barca y adentrarme un poco más hacia la verdadera vida. El precio es el de desprenderme de todo...

Para otros, no lo sé muy bien, pero quizás hacerse costa, para que puedan llegar aquellos que todavía no han comprendido el engaño y han sobrevivido al océano. Pero hacerse costa es renunciar a lo propio, abrirse a lo otro sin cesar... Sin poder cerrar nunca ese puerto conscientemente abierto y sin poder evitar que lleguen los otros... Sin la libertad de poder decidir quién será el que llegue...

Es posible que así, manteniendo esa actitud, una vez que nuestros pies hayan llegado a su destino, se abra ante nosotros la puerta de los benditos del padre...

Puede ser que sea tan fácil como esto. Puede ser que sea tan difícil... Todo está en la manera que escojamos para mirar al mundo y a los demás. Es esta mirada la única dificultad, el único obstáculo...

Pues allí está el reino, allí está el tesoro, dónde están nuestros ojos y nuestro corazón.