sábado, 16 de febrero de 2019

El otro mar



El otro mar

He sentido vergüenza otra vez y me he resistido a tirar una foto... En la explanada del centro de salud de mi barrio de Mahate... Cincuenta, sesenta, setenta madres y sus niños, algunos, los más, de pocos meses, esperando en el suelo, entre quejidos y lloros, casi sin fuerza algunos... Esperando a ser atendidos por un par de enfermeros...
Llevan una semana entera sin antimaláricos. No hay, dicen. El mes de lluvias y más calor... Y no se comprende.
A las 3 de la tarde mandarán a casa a los que no hayan podido atender, hasta mañana. Y los pobres callan, obedecen, y así poco a poco se hunden más y se ahogan, y mueren. A nadie parece importarle.
No hay medicinas y hay cientos de enfermos. Las personas dicen que el país está en crisis porque algunos de sus gobernantes se enriquecieron con el dinero que era del pueblo. Un escándalo más de tantos que hacen los ricos y lo llaman deudas escondidas. Sólo importa el dinero. Se cobrará algunos chivos, pero seguirán igual, los mismos, creyéndose superiores y herederos del poder de humillar que les dejaron los colonos.
Yo no sé si es una relación de causa efecto. Sé que en el barrio había una situación mejor hace cinco años. Hoy todo ha empeorado... la basura llena las calles y el hacinamiento de personas es un problema enorme de saneamiento básico. Las lluvias hacen el trabajo. Casi todos caemos enfermos...
Pero quizás yo estoy más abajo, más dentro de la vida de los de abajo, y me doy más cuenta de lo que ocurre... También esto debe ser cierto.
Hoy ha sido Abudo, tiene solo cinco años. Su cuerpo menudo está reaccionando a una infección como no es normal en un niño tan pequeño. Una semana y la fiebre no le deja. Su padre dice que sólo le queda Dios.
Un niño no debería sufrir así. No debería sufrir de ninguna forma. Cuando me atrevo a mirar de cara y desafío mi propia impotencia, hay algo muy profundo que se rompe, algo de lo que siempre busqué escabullirme, para no sentir ese dolor... Siempre quise quedarme arriba, atrás de la barrera, y sólo poco a poco he ido entrando a la arena, despojándose de más seguridades y miedos...

También estaba Dorita. Ardiendo de fiebre de nuevo. El lunes corrimos al hospital a urgencias. El médico no la miró. Tiene seis meses, un deseo infinito de vida... La tos y el llanto no la dejan, pero a veces se olvida y quiere jugar... Y yo no quisiera quererla tanto, para no sufrir así. No la miró, no la tocó, no le importaba nada, se limitó a escribir una receta y salimos de allí. Y entonces comprendes qué significa ser pobre, no ser ni significar nada... Y entonces entiendes la indignación de aquellos que han buscado el último lugar y gritan tanta injusticia. Entiendes porqué Jesús nunca bendijo a los ricos, sino solo cuando en su conversión se deciden a repartir su riqueza...
Desde hace unas semanas, me da vueltas por el pensamiento todo esto, y es como si estuviera hirviendo dentro de mí algo que no logro adivinar. Desde hace unos meses aquí en el barrio nos hemos convertido en una socorrida ambulancia. La puerta que aún les queda abierta a quienes han visto cerrarse muchas.
No existe la pobreza, en verdad no existe, existe la ambición y la codicia, el egoísmo que encierra el corazón y lo vuelve ciego. Existe el desprecio y la incapacidad de sentir el dolor del prójimo y de reconocerlo. Existe la fobia hacia los pobres... Y es como un mar, un otro mar, donde millares de personas mueren. Millares de niños caen en los pozos profundos de la injusticia, millares de mujeres no aguantan, no resisten más y se dejan hundir y ni siquiera una memoria ha de recordarles.
No hay un problema de medios, de recursos materiales, de dinero, en primer lugar, hay un problema de humanidad, de reconocimiento, de amor y compasión.
Pero las serpientes del poder y del dinero son enormes, hechizan hoy más que ayer, y sobretodo a los más pobres que, confundidos, no saben hacia donde van.
Jaime es un amigo pastor de una iglesia hermana. Ayer me contaba que no tenía que darles de comer a sus tres hijos, que lo poco que había conseguido se lo gastó en la enfermedad de su mujer y del más pequeño. Entonces me dijo que había ido a las minas y que rezaba para encontrar oro, o algún rubí, y que Dios bendice con dinero. Pero también me dijo que no consigue dormir bien, que su esposa le descubre llorando, lleno de miedo... Y yo le dije que por favor dejase de ir a las minas, que los dueños matan a los que encuentran, que Dios nunca nos bendecirá con dinero, que a los ricos les será muy difícil entrar en el reino, más que a un camello pasar por el ojo de una aguja. Le dije que aprenda a querer sólo el pan de cada día, lo suficiente para vivir con dignidad... Le dije que yo sólo quiero poder pagar la luz, el agua, la escuela, la comida de cada día... Que Dios sabe lo que necesitamos y que debemos confiar.
Se fue a casa con un poco de dinero que le di, con la esperanza de saber que buscaré algo para que pueda trabajar... Aunque ni yo sé dónde... Pero el poder y el dinero son serpientes muy grandes...
En Londres han decidido dar seis millones de dólares para indemnizar a los familiares de los que fueron a las minas y murieron perseguidos por la misma policía y por los ingleses que se quedan con el rubí... Hace unos años escribí que algunas excavaciones consideradas ilegales los dueños de la explotación habrían ordenado cubrirlas de piedras y tierra con sus motopalas sepultando a todos los que allí dentro estaban... Y muchas de esas tumbas rodean los kilómetros de tierra expoliada.
El dinero no puede hacer justicia...
Yo necesito otra fuente de perdón, o me perderé en el abismo de la venganza... Y hay cosas que sólo desde la cruz pueden perdonarse...
Sólo ahora empiezo a darme cuenta un poco de lo que es la cruz. Sólo ahora que mi vida se está vinculando a los pobres, que se están volviendo mi familia, y me duele lo que les duele a ellos.
Algunos me dicen que ahora parece que me está preocupando más el dinero, pero se equivocan. No vivo preocupado por tener algo mejor que en verdad no necesito. Vivo preocupado por pagar la luz, el agua, la comida de cada día, la escuela, la medicina, la ropa ... el pan, solo el pan de cada día... para los que son ahora mi familia.
Nada de esto sería un problema sin ambiciones, sin codicia, sin acaparar lo que es de todos, sin malgastar y sin el deseo egoísta de tener más.
Por eso no creo que la miseria que nos rodea sea real, creo que lo real es la codicia y la corrupción del corazón y por ello existe el hambre y la injusticia, por ello hay personas que se ahogan y mueren en los mares de la indiferencia.
Abudo y Dorita son sólo otros dos de los setenta, de los setecientos, de los millares... Y yo estoy aquí por ellos... Y me duele pensar en los que no habrán encontrado a nadie, y rezo para que todos encuentren a alguien, para que yo sea de nuevo el que encuentren otros... Y que pueda salvar sólo uno más...
Sólo uno más, arrancarlo a la muerte...


Hoy el doctor Muganga nos ha encontrado en el pasillo lleno de gente de urgencias y me ha preguntado y Abudo ha tenido esta gracia. Es un congoleño huido de la guerra que estudió medicina y por primera vez, en todo este tiempo, he visto al médico, tocar al pequeño y mirar preocupado, comprometerse con su pequeño paciente, y la esperanza ha vuelto a encenderse...
Y si hay un justo no la destruiré...
El fuego de mis entrañas se ha ido apagando... Las llamas han dejado un corazón roto.
No me cansaré de gritar el amor desde la azotea... Hasta que cambie algo de dentro, y se abra aunque solo sea una rendija... Y la luz vuelva a entrar... Donde nunca debería haber salido.

Posos..., 15 de febrero de 2019