domingo, 9 de junio de 2013

Cometas...




Cometas...




Un imperioso deseo de volar nos impulsa a todos, desde la más tierna infancia. El viento, las aves, el horizonte... nos hablan de él. Los más pequeños del barrio confeccionan cometas de su tamaño, con los restos de las bolsas de plástico que encuentran en los montones de basura. Hacer volar una cometa es volar un poco. Mientras se eleva, alta y victoriosa, sientes que una parte de ti también se eleva. Cuando una de ellas alza su vuelo es como un pequeño milagro, el silencio admirado la única respuesta. Así hablan los niños. Sorprende que algo tan sencillo, contenga tanto. Hemos nacido con un deseo de libertad y las cosas más sencillas lo contienen. Entristece ver cómo, al hacernos mayores, confundimos la libertad con tantas cosas...

Ando sumergido en este misterio, desde hace ya unas semanas. Pobreza, niñez y cometas, se me aparecen anudadas, y me pregunto cuánto de niño y de pobre me falta para poder levantar el vuelo.

Cada día aprendo más de mi gente del barrio, de todo un poco, pero la lección más importante es la de esta libertad, que vuela como una cometa mientras sonríe a la vida. Puede ser que ya esté volando y quizás no me dé cuenta. Desde luego, las cosas que importan son para ser vividas.

A los niños las cometas no les duran mucho, demasiado frágiles para soportar los vientos de Pemba, como demasiado frágil es también la libertad para el corazón humano. Quizás todas esas conexiones que tiene nuestro cuerpo son un reflejo de la necesidad que todos tenemos por encontrar ataduras. ¿Quién quiere libertad? canta Tagore, ¿No se ha atado él mismo? ¿Quién podrá desatarlo?...

Pero es más fácil no tener ataduras y poder escoger atarse, a tener que desatarse para atarse después de nuevo... y eso es lo que te da ser pobre.

Vivir aquí tiene mucho de inmediato, de cuerpo, de presente. Dar es darse, así sencillamente, porque no hay nada que pueda expresar lo que somos salvo nosotros mismos. Ser pobre es ser uno mismo. Con todo el peso de serlo, con toda la responsabilidad. Después de todo, cuando intentas vivir así, una especie de compasión se despierta, una generosidad natural en la acogida, entre las personas, y entonces todo tiene sabor de reino.

 
Esta tarde celebraba Pentecostés unas horas antes, con los niños y las cometas. Curioso que por todo compañero, tras su marcha, el maestro nos haya dejado el viento, el viento y el fuego… cuando las lluvias ya se alejan y las humaredas del fuego se levantan a lo lejos, aquí sabemos que la estación cambia, que vienen los meses de la sequia y los campos se disponen a descansar tras entregar generosos las cosechas. Los que tenemos la suerte de tener un pozo o una fuente cerca todavía podremos plantar alguna verdura. La vida es vida porque está cerca del agua. Pero todo dependerá de lo copiosas que hayan sido las lluvias… por toda África, esa ancestral veneración que profesan al fuego se hará sentir durante estos meses, porque todo se cubre de cenizas transportadas por el viento. Crece tanto la maleza que se explica, y está tan llena de vida la primera lluvia después del largo estío…

 

Los jóvenes cantaban al padre de los pobres… de mi corazón se apoderaba una inquietud, mientras miraba sus rostros y escuchaba. ¿Quién puede querer una vida así?, la dependencia y la inseguridad, el esperar paciente las cosechas… sabiendo que no bastarán para pasar los días, que no habrá para todos ni se podrá vender lo suficiente para cubrir las otras necesidades… No… sólo si al levantarse las personas encuentran sus posibilidades, si nadie se las ha arrebatado, si el viento sopla y disipa las brumas aunque no escatime el vuelo ni el esfuerzo, sólo si es por algo que merece la pena, se puede querer esta vida. Pero nada indica que esto sea posible, que realmente importen cada una de estas personas, ni tan siquiera, y quizás menos que a nadie, a los suyos. ¿Cómo puedo juzgar sus comportamientos? No estoy aquí para ello, sino solo para leer con ellos la palabra que salva, para escucharla con ellos, para tratar de seguirla con ellos. Sí, sencillamente para vivir con ellos, cada momento, cada instante, donde palpita la vida, esta que aquí se haya transida de dolor y esperanza. Aunque la cometa de nuestra vida se rompa pronto… África te enseña el enorme poder que tiene la vida: el de reconstruirse, el de levantarse de nuevo, el de salir adelante aunque ya no quede nada.

 




Ya en la fiesta del Espíritu, en ese canto de la tierra que nacía de muy adentro y se apoderaba de todo, llegó a mi corazón el respeto por todo lo creado… Es difícil que siga respetando a la naturaleza quien ya no depende de ella. Ahora que muchos prefieren lo artificial de la vida… no es lo mismo, pero lo que nos ata a ella sigue siendo lo más profundo de nosotros y dejamos de ser humanos cuando lo olvidamos. Esta es la humanidad que me seduce constantemente por estos parajes. Como una cometa…


Posos de café en Permba 37, 19 de Mayo de 2013.


Tantas cosas...


Tantas cosas… 



Son tantas las vidas que me dejan poso, tantas las personas que “con lazos de amor” se van atando, tantas las miradas y las sonrisas, tantas las palabras amables y es tanta la cercanía, que miles de páginas no podrían decirlas… sobrecoge, y siento el corazón que se expande hasta más allá de todas las fronteras.

Es esta sed de vivir vidas, cientos de vidas, miles de vidas… cada una de las que he llegado a encontrar, de las que me han encontrado, como si la posibilidad de cada encuentro me permitiese vivir cada vida como si fuera mía. Es la humanidad de mi corazón que se expande, se dilata, con el calor de cada encuentro. Y, si antes, había hilos que acababan, si me quedaba solo esperando… ahora me sacia cada sorbo, aun el más insignificante, y es como si todo me preparase a una plenitud ya cercana. Pero no la busco, cada encuentro es eterno, sencillo como las hojas de los árboles, y me basta la caricia del viento y su frescura. ¡Qué será de esa luz que todo lo transfigura, un fuego que no quema, un amor que no termina! 


 

Mis pasos siguen su camino, ni yo mismo sé hacia dónde, me basta este instante, lleno, colmado de vida. Y aunque a veces es agreste, de dolor transido, sigo, porque ya no tengo tanto miedo… 




No hay muros que derribar, vivir es cuerpo a cuerpo, y el balbuceo de mi abrazo o de mi beso, del estar así humildemente, se escucha. Pero no puedo responder si no es haciendo mío su grito herido unas veces de necesidad y angustia, de intensa alegría y esperanza, otras.

Hace ya unos domingos que celebramos fuera de la pequeña capilla, a la sombra de los árboles, porque la comunidad ha crecido. Para muchos es el descubrimiento de algo nuevo, donde antes no habían visto nada. Es la inmensidad del cielo estrellado, del mar o de la espesura, todo eso de Dios que no se puede contar, el don que a todos ha sido dado y que nadie podrá jamás reclamar como suyo. Sólo hay una vida pero en ella podemos vivir infinitas. Están llegando a la comunidad los ancianos que han pasado los meses de la lluvia en los campos, han recogido el maíz, y ahora esperarán a que pasen los meses de la sequía. Tienen el color de la tierra en sus cuerpos y sus mismos surcos en los rostros, contemplarles es sentir esa presencia que se impone como el misterio, como algo sagrado que ha permanecido en los fundamentos de la vida y la sigue sosteniendo.

El tiempo seco ha regresado y si los graneros no se han abastecido bien, la larga temporada que ahora empieza será dura. Y las lluvias este año, dicen, no han sido copiosas. Los ancianos me cuentan que no les duelen las lluvias, ellos dicen que Dios ya sabe. Les duele que no les paguen el algodón, el arroz o el maíz para poder pasar estos meses. También los alumnos de la escuela se indignan porque en las grandes empresas donde alguno tiene la suerte de poder trabajar su salario no pasará de doscientos dólares, pero los blancos, algunos de ellos, sólo por estar aquí, ganan hasta cincuenta veces más, por el mismo trabajo.

 


Pienso en aquellas palabras sagradas muchas veces: guárdalos porque no son del mundo… pero que yo pueda decidirme a seguirle y salir del mundo me ha sido concedido, a tantos y tantos, no. Mi vida y mi realidad estaban justificadas cuando llegué a África, nada justifica la situación de indignidad en la que viven estas personas. Se dice que los blancos pagamos la factura de serlo cuando llegamos aquí, y que el evangelio que trajimos no es verdad por lo que dice sino por lo que da a los que lo anunciamos, porque irremediablemente ha quedado unido a nosotros, a nuestra cultura y a todo aquello que no hemos sido capaces de dejar atrás; me consuela saber que Jesús también sintió lo mismo: me seguís por el alimento que perece… pero el evangelio no puede interpretarse, no podemos seguir anunciando algo que no creemos ni vivimos, sin ser capaces de asumir la sencillez que nos pide.

Que se restaure la justicia de este mundo quizás no sea posible. Podemos vivir sabiendo que no importa que no seamos ni podamos, que sólo importa que Él sea y pueda. Y mientras tanto, esperanza, sólo amante esperanza. Hasta que se diga la última palabra y los pobres puedan ser enaltecidos y colmados de bienes. Esto de los makúas es como lo nuestro cristiano: al Padre (tal vez) lo compartimos, pero la Madre es nuestra. Y es la Madre del tiempo seco, de la penuria y de la injusticia, la que canta a los humildes y a los pobres de la tierra. A veces, cuando me hace falta ver que hay alguien que no se despega de esto nuestro, me alegro y exulto con ella. 





Las ancianas makondes, algunas de ellas, conservan en su rostro las cicatrices de dibujos rituales. Una lámina afilada les recorría todo el rostro previamente dibujado cuando les llegaba la altura de pasar a mujeres, después la ceniza les cubría el rostro durante días. Cualquiera pensaría que así las desfiguraba pero cada una de ellas es una obra de arte. Con el tiempo esos dibujos permanecen de un color azulado. Una de ellas, la más anciana de la comunidad, con esos ojos ya nublados, cuando me acerco hasta ella porque ya no puede andar extiende sus manos nudosas para recibir a Cristo. Entonces me parece que se une lo más antiguo del mundo y lo más nuevo, y que esa unión sella el tiempo y lo protege, y siento la firmeza de este mundo que ya nada podrá destruir. 


Posos de café en Pemba 35, 18 de Abril de 2013.