Cometas...
Un imperioso deseo de volar nos impulsa a todos, desde la más tierna infancia. El viento, las aves, el horizonte... nos hablan de él. Los más pequeños del barrio confeccionan cometas de su tamaño, con los restos de las bolsas de plástico que encuentran en los montones de basura. Hacer volar una cometa es volar un poco. Mientras se eleva, alta y victoriosa, sientes que una parte de ti también se eleva. Cuando una de ellas alza su vuelo es como un pequeño milagro, el silencio admirado la única respuesta. Así hablan los niños. Sorprende que algo tan sencillo, contenga tanto. Hemos nacido con un deseo de libertad y las cosas más sencillas lo contienen. Entristece ver cómo, al hacernos mayores, confundimos la libertad con tantas cosas...
Ando sumergido en este misterio, desde hace ya unas semanas. Pobreza, niñez y cometas, se me aparecen anudadas, y me pregunto cuánto de niño y de pobre me falta para poder levantar el vuelo.
Cada día aprendo más de mi gente del barrio, de todo un poco, pero la lección más importante es la de esta libertad, que vuela como una cometa mientras sonríe a la vida. Puede ser que ya esté volando y quizás no me dé cuenta. Desde luego, las cosas que importan son para ser vividas.
A los niños las cometas no les duran mucho, demasiado frágiles para soportar los vientos de Pemba, como demasiado frágil es también la libertad para el corazón humano. Quizás todas esas conexiones que tiene nuestro cuerpo son un reflejo de la necesidad que todos tenemos por encontrar ataduras. ¿Quién quiere libertad? canta Tagore, ¿No se ha atado él mismo? ¿Quién podrá desatarlo?...
Pero es más fácil no tener ataduras y poder escoger atarse, a tener que desatarse para atarse después de nuevo... y eso es lo que te da ser pobre.
Vivir aquí tiene mucho de inmediato, de cuerpo, de presente. Dar es darse, así sencillamente, porque no hay nada que pueda expresar lo que somos salvo nosotros mismos. Ser pobre es ser uno mismo. Con todo el peso de serlo, con toda la responsabilidad. Después de todo, cuando intentas vivir así, una especie de compasión se despierta, una generosidad natural en la acogida, entre las personas, y entonces todo tiene sabor de reino.
Ando sumergido en este misterio, desde hace ya unas semanas. Pobreza, niñez y cometas, se me aparecen anudadas, y me pregunto cuánto de niño y de pobre me falta para poder levantar el vuelo.
Cada día aprendo más de mi gente del barrio, de todo un poco, pero la lección más importante es la de esta libertad, que vuela como una cometa mientras sonríe a la vida. Puede ser que ya esté volando y quizás no me dé cuenta. Desde luego, las cosas que importan son para ser vividas.
A los niños las cometas no les duran mucho, demasiado frágiles para soportar los vientos de Pemba, como demasiado frágil es también la libertad para el corazón humano. Quizás todas esas conexiones que tiene nuestro cuerpo son un reflejo de la necesidad que todos tenemos por encontrar ataduras. ¿Quién quiere libertad? canta Tagore, ¿No se ha atado él mismo? ¿Quién podrá desatarlo?...
Pero es más fácil no tener ataduras y poder escoger atarse, a tener que desatarse para atarse después de nuevo... y eso es lo que te da ser pobre.
Vivir aquí tiene mucho de inmediato, de cuerpo, de presente. Dar es darse, así sencillamente, porque no hay nada que pueda expresar lo que somos salvo nosotros mismos. Ser pobre es ser uno mismo. Con todo el peso de serlo, con toda la responsabilidad. Después de todo, cuando intentas vivir así, una especie de compasión se despierta, una generosidad natural en la acogida, entre las personas, y entonces todo tiene sabor de reino.
Los jóvenes cantaban al padre de los pobres… de mi corazón se apoderaba una inquietud, mientras miraba sus rostros y escuchaba. ¿Quién puede querer una vida así?, la dependencia y la inseguridad, el esperar paciente las cosechas… sabiendo que no bastarán para pasar los días, que no habrá para todos ni se podrá vender lo suficiente para cubrir las otras necesidades… No… sólo si al levantarse las personas encuentran sus posibilidades, si nadie se las ha arrebatado, si el viento sopla y disipa las brumas aunque no escatime el vuelo ni el esfuerzo, sólo si es por algo que merece la pena, se puede querer esta vida. Pero nada indica que esto sea posible, que realmente importen cada una de estas personas, ni tan siquiera, y quizás menos que a nadie, a los suyos. ¿Cómo puedo juzgar sus comportamientos? No estoy aquí para ello, sino solo para leer con ellos la palabra que salva, para escucharla con ellos, para tratar de seguirla con ellos. Sí, sencillamente para vivir con ellos, cada momento, cada instante, donde palpita la vida, esta que aquí se haya transida de dolor y esperanza. Aunque la cometa de nuestra vida se rompa pronto… África te enseña el enorme poder que tiene la vida: el de reconstruirse, el de levantarse de nuevo, el de salir adelante aunque ya no quede nada.
Ya en la fiesta del Espíritu, en ese canto de la tierra que nacía de muy adentro y se apoderaba de todo, llegó a mi corazón el respeto por todo lo creado… Es difícil que siga respetando a la naturaleza quien ya no depende de ella. Ahora que muchos prefieren lo artificial de la vida… no es lo mismo, pero lo que nos ata a ella sigue siendo lo más profundo de nosotros y dejamos de ser humanos cuando lo olvidamos. Esta es la humanidad que me seduce constantemente por estos parajes. Como una cometa…
Posos de café en Permba 37, 19 de Mayo de 2013.