lunes, 17 de abril de 2017

Una silenciosa ola de misericordia...


Una silenciosa ola de misericordia…


Hace poco más de una semana que he vuelto a Pemba. Con el calor, algo menos fuerte de lo que un mes atrás dicen haber pasado, también he reencontrado tantos rostros amigos, hermanos, familiares ya todos ellos, y siempre alguno nuevo, en esta espectacular e inagotable cascada de vidas humanas que caracteriza a África.

Sí, la vida se prodiga en África, o no la hay o es de una abundancia desbordante… y donde hay mucha vida, también hay mucha muerte. Es como si todo en África tuviese aquel carácter de la demasía, de lo que sucede para dejarte muy claro que eres muy pequeño, y sin embargo es también este exceso de todo el que se impone al corazón y la conciencia y te hace aunque no lo quieras, contemplativo. Una y otra cosa están sin duda conectadas: ser pequeño y ser contemplativo.

Es víspera del domingo de Ramos y otra vez aquello que vivimos en nuestro día a día se nos impone y esta vez nos da ese tono de pasión y semana santa que ya estamos empezando, un tono que en tantas otras realidades se acoge apenas rutinariamente, sin que haya demasiada relación entre el altar y la calle… Pero para mí este año es más intensa esta celebración del dolor y la muerte que otros años.

Ya van cinco días desde que uno de los jóvenes de la comunidad me mostró un video corto que, al parecer, se está compartiendo por los teléfonos de musulmanes y cristianos de aquí y, me supongo, por tantos y tantos lugares que no somos capaces de prever. Muchas personas en África saben escasamente leer, pero eso no les impide saber hacer funcionar un teléfono y descargar un video. Los teléfonos son a la vez más complejos y más intuitivos, y personas muy sencillas, personas que pueden ser muy manipulables y a las que juzgar la realidad se les hace muy difícil, tienen un fácil acceso a contenidos de muy diversa índole y entre estos no faltan algunos de extrema violencia. Desde que intenté ver ese video y desde que me negué a seguir mirando, y hasta hoy, intento asimilar algo nuevo en la vivencia de la semana santa. Como si una experiencia del imaginario de repente se hubiese hecho real, como si una distancia que nunca creíste que algún día has de recorrer, te hubieses visto, sin querer, obligado a cruzar. Ese video ha sido para mí una especie de fuerza que me ha arrancado de un lugar en el que me sentía tranquilo, a un lugar de desconcierto y desazón, un lugar donde no es posible serenarse.

Hombres de blanco con barbas largas arrastran a más de una decena quizás de otros hombres vestidos de naranja, en una especie de cobertizo, mientras se oye canturrear en árabe (en una cantinela muy parecida a las recitaciones del Corán de las mezquitas, pero no puedo entenderlo…), uno a uno son como presentados a todos los que asistirán a estas imágenes, y uno a uno se les degüella, en una especie de sacrificio al que parecen estar invitando los hombres de blanco, ofrendas de sangre a un dios de muerte… no conseguí ver más allá de la primera escena, levanté mi mano para cubrir lo que me parecía demasiada violencia, demasiada crueldad, quizás demasiado sagrado. Porque si alguien puede hacer algo con esto, tiene que ser un Dios al que le hayan sacrificado de este modo.
Y de repente, me sentí lejos, muy lejos, de entender siquiera un poco el sacrificio de la pascua… comprendí que he sido puesto al pie de la cruz de estas vidas, y de todas las vidas que están siendo sacrificadas… y tengo que decidir si permanezco de pie, si supero esta prueba y me entrego a la consolación de cuantos se mantienen allí en la brecha de todas las heridas de este mundo, o me escondo para no ver, ni sentir, ni responder… y de repente también vi toda mi indiferencia, esa mirada que se aparta, que no quiere ver, y esas manos que se esconden, y ese rechazo del dolor, y mi amor, tan vacío y pobre.

Hoy, mientras escribo, no me asusta tanto lo que pueda desencadenar este tipo de mensajes, me asusta mucho más el pensar que pueda malograr mi vida, que todo esto suceda sin que me entere, escondido en mis agujeros, mientras muero. Entiendo un poco más qué significa que la muerte hay que escogerla. Aquellas palabras: nadie me quita la vida, yo la doy.

Antes de Ramos, cuando preparo las palabras de la pasión, ya no consigo leer de otro modo. Miro a mis vecinos y a casi todos los habitantes musulmanes de mi barrio y alrededores, la mayoría, y no puedo evitar conectar algunos mensajes, pero no quiero dejarme ir por ahí. Hay otros, entre ellos, que hacen buena su religión… porque así es, somos sólo nosotros quienes hacemos que una fe sea buena y merecedora de confianza. Sé que, a otros niveles, donde se juegan los destinos de las naciones, las tensiones se agudizan, las convicciones se manipulan y oscurecen. En medio de esta desazón y de tantas preguntas calladas, en medio del ruido interior, esta tarde nos hemos encontrado para celebrar el perdón. Tal vez unos cincuenta o sesenta cristianos nos hemos rendido ante la misericordia y hemos pedido al Espíritu que sople dentro de cada uno ese perdón para poder ofrecerlo a los otros. Mientras se acercaban, uno a uno, para recibir la bendición, muchos de ellos postrados en la humildad de la tierra, he sentido como se levantaba una ola, una ola callada, de redención y misericordia… y el viento soplaba. Y entonces, algo desde muy dentro y desde más allá me ha confirmado que este es el camino que está salvando al mundo.

Creo que nada puede parar esa fuerza de resurrección que palpita en las venas de la tierra, aunque no la sintamos, o sólo algunas veces. Y que de lo más hondo, poco a poco, en la medida de la ternura, todo se va transfigurando… hasta que su brillo y el nuestro ya no puedan distinguirse.

Os deseo una intensa Semana Santa de todo corazón


Eduardo A. Roca Oliver

Pemba, 7 de abril de 2017