domingo, 16 de febrero de 2014

Hechiceros




Hechiceros 


Visten largos ropajes, del color de la tierra roja, como si de ella emergiesen. Cubren el rostro con grandes máscaras para que nadie pueda reconocerlos. Llevan en una mano un trozo de espejo y en la otra un manojo de raíces desconocidas. Y así invaden casa por casa para descubrir a aquellos que supuestamente han acudido a malas artes para beneficiarse, eliminar a sus enemigos o sencillamente para permanecer vivos en una edad más que cuestionable. Dicen que tienen el poder de desenmascarar a los hechiceros “sucios” y sus artimañas no importa lo escondidas que estén, pero la verdad es que después de estas dos semanas de “intenso trabajo” por todas las casas del barrio han robado mucho dinero de los más pobres y han desaparecido.

El resultado: una decena o más de ancianos a los que han acusado de permanecer vivos robando la vida de los más jóvenes o de los niños que han fallecido en su familia seguramente por enfermedad, provocando los accidentes de la carretera o hasta impidiendo que la familia pudiese progresar y permaneciese en la pobreza. Ahora se les ve con la mirada perdida, expulsados de la familia, condenados a morir de hambre, parias de una cultura que mata a sabiendas y cree ingenuamente que así se restablece un falso equilibrio. Porque el barrio sigue sufriendo el hambre, la falta de lo indispensable… y el cólera aparece de nuevo. Pero la conciencia de todos cree ahora que los culpables ya están pagando, y se siente tranquila.


He preguntado a la comunidad y todos inclinaban la cabeza. Los hechiceros exigían un valor para entrar en cada casa o su igual en platos, cubiertos, cazuelas, sábanas o lo que fuese. Nadie se ha negado. Tanto es el miedo que tiene atenazado a este pueblo. Algún anciano intentó defenderse y lo ha pagado con la locura. Sólo pagando una cantidad imposible podrá escapar a su maldición. Y así, madre Joaquina ha tenido que vender su casa para que su anciano marido vuelva a la cordura…

Lo peor, si cabe, es descubrir que las autoridades firmaron la carta que ha permitido a los hechiceros invadir todas las casas del barrio.

Cuando encuentras una realidad así todos los criterios de conciencia que has aprendido para interpretar y juzgar la vida dejan de servirte. Te preguntas hasta qué punto puedes llegar a ser comprendido, y si hay algo de lo que puedes llegar a comunicar que realmente llegue a alguna parte. Te das cuenta que ante ti hay un enorme foso y no eres capaz de ver sus límites. Sabes que no puede ser un poder real, pero eso no importa, porque todos lo han otorgado y creen firmemente en él. 



 
Mis palabras han intentado salir del evangelio y permanecer en él. “Por sus frutos los conoceréis”… he repetido una y otra vez. Y de los hechiceros sólo han salido frutos de muerte, de más miseria, de injusticia, de odio. Entonces, algunos parecen despertar, titubean y te dicen que es verdad, que en el fondo los africanos odiamos a los ancianos, que no pensamos, que nos hacen creer cualquier cosa… Pero yo me sigo preguntando hasta qué punto la palabra penetra como debería, como espada de dos filos. Y, si no lo hace, qué falta en mí, cuál es mi responsabilidad…

Hasta la insinuación de intentar hacer algo por esos ancianos les ha parecido escandalosa… Cada día encontraba a casi todo el barrio, cientos de personas, ante la puerta de una casa, porque el hechicero estaba dentro. Esperaban que alguien fuese atrapado para desatar la violencia, el sentimiento contenido de la venganza hacia alguien que pueda explicar el porqué de tanta miseria.

Desde mi cuarto pienso en cada uno de estos ancianos, en el terrible miedo y en la congoja que debe oprimir sus almas. Pienso en Aquel que sufrió ese mismo destino y sólo me queda ponerles, a cada uno en sus llagas. 


Me dicen que ya se han ido, se desplazan a otros barrios de la ciudad, para seguir robando y matando. Pero es el poder que todos les han concedido el que roba y mata. Me descubro a mí mismo con un dolor que soy incapaz de disimular hablando a la comunidad, incapaz de saber cómo situarme ante esto. Ellos miran y piensan que no puedo entenderlo, que no soy uno de ellos. Al final, he decidido volver mi rostro, negarme a mirar, a escuchar, a hablar, sobre ellos. Como los tres monos de Gandi. He decidido mirar hacia otro lado, empujar para que todos vayan a la escuela, vivir tan sólo lo que puede dar frutos de más vida y dejar que caiga en el olvido de los tiempos una cultura que no abrazaré nunca.


Posos de Café en Pemba 51, 3 de febrero de 2014.