sábado, 23 de agosto de 2014

De Herodes a Pilatos



De Herodes a Pilatos





Pero, ¿para qué me sirve a mí la ética?, nos preguntó el gobernador de
esta enorme provincia del Norte de Mozambique. Y añadió: yo solo tengo
dinero y lo que necesito son técnicos, nunca lo invertiré en nadie que
esté formado en ética. Un hombre adusto, demasiado seguro de sí mismo,
me pareció. Y para según qué cosas eso debe ser muy bueno. Y sin
embargo debe ser verdad que la peor ceguera es no querer ver: la
corrupción, el estupro, la humillación, las vejaciones, y tantos otros
nudos que tejen la red de este país.


Nos recibió en audiencia después de que en un encuentro fortuito le
comunicase al obispo que el ministro de educación iba a llegar de un
momento a otro con el objetivo principal de cerrar la escuela de
ética. Hacía días que se estaba preparando algo. Ya en febrero la
dirección provincial de educación se negó a recibirnos, sin ninguna
explicación. Desde el año pasado hemos estado preparando toda una
documentación exagerada para el ministerio de educación. Una parte
importante, quizás la que más, ya fue entregada. La escuela de ética,
la razón por la que fui a Mozambique, es una realidad muy pequeña,
parece mentira que suponga una amenaza, todavía no sé muy bien para
quien. Después de estos meses, ahora, en un futuro incierto, consigo
mirar con algo de esa indiferencia tan necesaria que constituye la
libertad. Más que darme respuestas a tantas preguntas dolorosas, he
pintado un icono: una raíz, minúscula, insignificante, sin ningún
poder aparente, que resquebraja una enorme montaña de roca, casi en la
base, se ve como despunta apenas un brote pero una grieta se abre,
cada vez un poco más, y la montaña se estremece, porque algo en su
interior ha decidido destruir su enorme y milenaria consistencia.
Hoy tengo la seguridad de que no hay en la tierra poder capaz de
exterminarla, por una razón muy sencilla, porque su poder no puede ser
sorprendido, porque nace de dentro, del secreto de la vida que una y
otra vez se abrirá paso en un mundo sembrado de muerte.
En estos momentos no sé qué será de mí, ni de la escuela, ni de tantos
proyectos que esta iglesia del norte, en medio de un Islam que va
despertando, todavía sueña. Al parecer la nueva Sunna musulmana, la
que pretende el nuevo imperio de los fieles desde Siria hasta Irak,
empieza a despertar a sus hijos e hijas allí donde el odio todavía no
había llegado. Alguien a quien consideraba un alumno sensato me ha
dicho: a usted el día de la resurrección Dios le preguntará por qué no
se hizo musulmán. Mi tolerancia, mi actitud dialogante, mi respeto y
comprensión, curiosamente, las interpretó como una voluntad oculta,
quizás cobarde, de conversión al Islam.



Le cité al místico sufí: quien
tiene la enfermedad que se llama Jesús ya no se cura. Pero los sufíes
no son verdaderos musulmanes, son filósofos, me dijo. Después de una
hora de intentar en vano encontrarnos nos despedimos. Supe que nuestra
religión cristiana contiene 55000 errores… pero no quise saber
ninguno. Y, resulta, que eso es lo que se dice por los minaretes, para
que todos lo sepan.


El señor que vende las patatas me abordó hace unos días: tiene que ver
esto, me dijo, señalando una pequeña televisión. Un musulmán recién
convertido del cristianismo demostraba a los oyentes, con pruebas
arqueológicas, que la resurrección de Jesús fue una mentira. ¿Usted
cree en Dios, verdad? Pregunté. Por supuesto, respondió. ¿Querrá Dios
que los hombres se odien y se maten unos a otros? Volví a preguntar. Y
me miró con un rostro que no sabría interpretar, pero no dijo nada.
Pienso que es muy posible que estos sentimientos que incitan al
rechazo, al odio y a la violencia, canalizen las frustraciones de la
miseria hacia cualquiera que no sea el único culpable: la injusticia
de un mundo en el que pocos tienen casi todo y la mayoría no tiene lo
indispensable.


Como no entender las reacciones del poder hacia la escuela de ética,
si resulta que en ella se apunta principalmente al verdadero culpable.
No me gustaría que, por estas líneas, algunos piensen que estamos
sufriendo una persecución religiosa. No es así. Pero la paz no es paz
si es solamente el silencio de las armas. Algunos amigos musulmanes
miran con tristeza a este despertar. Y en lo que se refiere a nuestros
conflictos, para bien y para mal, todo está mezclado, lo político y lo
religioso, lo étnico y lo cultural, y en la base lo más natural del
ser humano, los instintos de dominar y destruir que sofocan a sus
contrarios, los verdaderos instintos de amar y proteger. Quizás los
siglos que el cristianismo ha vivido le han llevado a una mayor
madurez, a un convencimiento más claro de la necesidad de la paz, y es
posible que esos siglos el Islam también tenga que pasarlos.


Pero dejadme que vuelva a la pequeña historia de la escuela.
Hace unos años, un obispo del sur, de gran corazón y sensibilidad
hacia los más pobres se propuso este sueño, profundamente evangélico.

Una escuela para formar alumnos más pobres, la intuición de la
libertad, del pensamiento capaz de mirar críticamente para ayudar a
crecer. El grito de alarma de un pueblo sometido a las más
contradictorias fuerzas del desarrollo y de la globalización, se
convirtió en el grito profético del centinela. Y la escuela empezó,
sin saber muy bien en qué quedaría, pero animada, ilusionada, al poder
generar un espacio de dialogo en libertad. Los acuerdos Iglesia-Estado
permiten que la Iglesia abra sus centros de formación, donde sea que
ella esté asentada. Toda África está sembrada de realidades misioneras
que han llevado y siguen llevando consigo, por todo lado, educación y
salud, unidas al Evangelio. A toda persona y a la persona toda, son
palabras que resuenan en el Evangelio de la Alegría.
Con el andar del tiempo, la escuela creció, aunque no lo hizo en
grandes dimensiones pero sí las suficientes para que se pudiese soñar
algo más: quizás una escuela superior que ofreciese una educación que
pudiese ser reconocida. Se fortalecieron sus contenidos, se adecuaron,
se añadieron. Cada paso que se daba se comunicaba debidamente a la
dirección provincial de educación. Incluso se pidió asesoramiento que
fue siempre respondido. Desde la sencillez, así lo creo, se siguió
caminando hacia delante, con confianza pero también con parresia.
Siempre hubo la conciencia de las muchas exigencias que constituir una
escuela superior conllevaba: dar la talla no es fácil para nadie, pero
en el fondo todo depende de la buena voluntad de quien se decide a
correr el riesgo y de quien puede sostenerlo si es preciso. La escuela
pidió entonces, en el año 2011, una protección especial a la
Universidad Católica de Mozambique, una afiliación, que por supuesto
también fue concedida. Mientras, la escuela intentaría responder poco
a poco a las exigencias del Ministerio para los centros superiores.
Pero algo sucedió en el entre tanto, o mejor, sucedía ya desde unos
años atrás. Aquí y allá Mozambique descubría su riqueza natural:
inmensas bolsas de gas natural, petróleo, piedras preciosas, rubíes y
oro, yacimientos vírgenes de carbón… un país que se consideraba
tranquilo por sus pocos recursos naturales, de repente despertaba la
codicia de las multinacionales. Y como ha pasado siempre con el ser
humano, la tentación de aprovecharse, del poder que solo habla el
lenguaje del dinero, germinó y creció en el corazón de los que tienen
en sus manos el destino de los pueblos. El discurso político se
enalteció, en muy poco tiempo se pasó de la preocupación por lo más
pequeño, lo micro, a lo más grande, a lo macro. 
Y la ilusión, el

fantasma, que provoca siempre la posibilidad del dinero, cegó los
corazones.
Y así, poco a poco, se va imponiendo el olvido de las personas.


La escuela también vio en su espejo, no sólo esta sino tantas otras
realidades, muchas de ellas silenciadas. El espíritu de la Justicia y
Dios nos hacen responsables. A quien mira de verdad no le es posible
volver la espalda. Pero se necesita una gran humildad para aceptar que
somos responsables del daño que sufren nuestros semejantes, y la
humildad no se entiende con la arrogancia del poder y del dinero.
Por esta razón y quizás por muchas otras que se pueden resumir en la
incomodidad o la amenaza de la conciencia, tuvo el obispo que
abandonar esta Iglesia. Pero él había dejado en la escuela una parte
de su espíritu. Porque el profeta siempre deja una parte al profeta.
El nuevo obispo recogió esa parte y sigue hoy haciendo profecía, y a
veces, sin saber cómo, el espíritu se multiplica.
La escuela siguió su marcha. Hoy, ya con dos grupos de finalistas.
Toda la documentación que fue exigida para que se abriese el proceso
de reconocimiento de la escuela se entregó al ministerio. Una carta de
presentación de la Directora Provincial de Educación la encabezaba. El
ministerio respondió pidiendo a la escuela que preparase nuevamente la
documentación según marca la reformada ley de enseñanza superior.
Entre diciembre del pasado año y enero del corriente el ministerio de
educación y la escuela de ética intercambiaron correspondencia. La
última carta que se mandó al ministerio pedía con humildad que se
revisase la documentación ya enviada y que se indicase lo que
estuviese faltando. No hubo respuesta. Con todo, se empezó a preparar
de nuevo la documentación siguiendo las indicaciones de la nueva ley
de enseñanza superior.


Así estaban las cosas cuando la escuela recibió la noticia de su
inminente cierre. Cerca de 80 alumnos en pleno curso, mucha esperanza
invertida, un espíritu de libertad, amenazados a quedar en nada.
Durante este tiempo, el Centro de Investigación y Observatorio Social
que anima la escuela había realizado algunos estudios importantes: uno
sobre tráfico de seres humanos, otro sobre el asedio sexual en las
escuelas por parte de los profesores, jornadas pedagógicas dedicadas
al tema de la democracia en África, varios seminarios y debates sobre
la realidad social del país… temas todos ellos de la realidad
presente, sobre los que se hablaba con datos reales, oyendo también a
diferentes autoridades académicas. Pequeñas piedras que quizás al caer
de lo alto de la montaña pudieron provocar que otras mayores se
soltaran… pequeñas y sencillas verdades de una pequeña escuela. O
quizás algo que crece humildemente, y resquebraja la roca…
Con la noticia del cierre, llamamos al Magnifico Rector de la
Universidad Católica. Teníamos la confianza de la afiliación. Se
personó, juntamente con el Director de la facultad de ciencias
sociales y políticas a la que teóricamente estamos afiliados, y tras
una larga reunión para concluir que el ministerio nunca había recibido
ninguna documentación de la Universidad por olvido, dejadez o no sé
qué pensar, y que, por tanto, de hecho, la escuela no existía
legalmente, se decidió que la misma Universidad asumiría la
responsabilidad de deshacer el entuerto, consciente de su compromiso.
Durante varios días yo no era capaz de entender todas las cosas que
estaban pasando. Hoy estoy convencido de que existe una voluntad
política contraria hacia la escuela y de que lo que se está queriendo
cerrar, en este caso matar, es al Espíritu de libertad, del evangelio,
que anima y ha animado siempre su existencia. Pero además no sólo
desde fuera, sino también desde dentro.
Si esperaban que el espíritu que el profeta dejara caería en el
olvido, no podían estar más equivocados. La escuela se ha vuelto en
una carta de presentación para el nuevo pastor de esta Iglesia, y no
renunciará a ella sin luchar mucho. No lo haremos.
Inmediatamente la Universidad Católica nos puso a trabajar, a preparar
de nuevo toda la documentación… las exigencias para la enseñanza
superior se sitúan con la nueva ley muy por encima de nuestras
posibilidades. Por supuesto que prácticamente ningún centro superior o
universidad las cumple, pero tampoco ninguno de ellos se ha vuelto
incomodo como el nuestro. Quiero decir que nuestro lenguaje no ha sido
en su tónica beligerante, sino antes bien un lenguaje de dialogo,
desde la profunda convicción de que es posible caminar y crecer juntos
hacia un mundo más humano y justo. Pero eso al parecer no importa. No
le importa al gobernador, no le importa a la directora provincial de
educación que despachó el pasado año toda la documentación pero que
hace unas semanas se atrevió a decir que ella no tenía noticia de la
existencia de ninguna escuela de ética en la provincia, delante del
obispo y mío.


Desde hace un mes intentamos que el ministro de educación nos reciba
en audiencia, para poder presentarle la escuela. Al parecer el próximo
día 25 podrá ser. La universidad católica está intentando que la
escuela pase “formalmente” como una facultad más de su currículo. La
verdad es que ahora nos interesa salvar la escuela. Lo que en mi
interior guardo es, simplemente, la fuerza para negarme a permitir que
la escuela deje de ser para aquellos que menos pueden.
Tenemos todo aquello que nos han exigido, salvo lo que nuestra
realidad pobre nos impide asumir.



Al final, si es de Dios, no importa
quién se esfuerce en llevarnos la contraria, porque no es posible
luchar contra Dios y salir ganando, salvo cuando en el amor el mismo
Dios se inclina ante el ser humano. Pero para eso el amor tiene que
ser mucho. Y si mi poco amor sirve de algo será para que su gracia más
y más se manifieste.


Hace tiempo que no escribía unos posos de café, durante este tiempo me
costaba verlos. He vuelto a verlos hace poco, sólo cuando he podido
empezar a separarme, a mantener cierta distancia, quizás cuando he
sabido salir del agua en la que he permanecido sumergido.
Todo, sí todo, es gracia. Y si el amor no soporta el silencio, por
ello os pido disculpas, el silencio madura la espera. Todo será para
que el fruto de estas amargas raíces sea muy dulce a nuestros labios.




Posos de café en Pemba 53. Agosto de 2014.