miércoles, 1 de mayo de 2013

Jesús Cristo




Jesús Cristo 





Cuando me he dado cuenta algo de muy adentro se me ha removido. Dibujaba en el suelo y pensé que sólo eran garabatos, sin demasiado sentido. Sus ojos chispeaban con aquella luz del atardecer en Upeponi, la playa virgen de Murrebue, uno de los barrios de mi territorio. En Makúa quiere decir Paraíso… y no creo que nadie les haya enseñado porqué una playa así es un paraíso. Hoy lo he visto de nuevo, como lo he ido viendo en cada persona con la que hemos compartido un tiempo en la playa. El cálido océano despierta una alegría genuina, la mirada se dispara al horizonte y se pierde en los verdes y turquesas, en los azules transparentes, y las arenas de un blanco deslumbrante han aprendido a ser como almohadas para los pies. 



Hemos ido de paseo pascual a la playa con los jóvenes. Horace es un tanzaniano que hace poco que conozco, porque al no tener lugar en ninguna escuela del barrio se tuvo que ir a Mieze, una de las primeras poblaciones del interior saliendo de Pemba. Desde que ha conocido la misión viene siempre que puede, y cada día me repite lo mismo, quiere ser como yo. Le digo que eso no es posible, que yo soy blanco… al parecer le da igual, porque sigue repitiéndolo cada vez que nos encontramos. Ya al atardecer, decidí andar un buen tiempo por la orilla del mar casi sin darme cuenta del espectáculo natural que me rodeaba. 

Pienso en mí, en mi ministerio, en todas mis sombras y también en mis pocas luces, y la verdad, no sé qué responderle. Acoger un deseo como el suyo, como el de tantos, es un desafío. Es un choque con la realidad, con ese tener los pies en el suelo que tantas veces nos decimos aquí y, de entrada, parece que no merece la pena el esfuerzo. Me pregunto hasta qué punto es sincero, pero en el fondo es por mi sinceridad por la que estoy preguntando. Si el amor es sin condiciones, ¿tendrá sentido hacer preguntas? Pero lo que de verdad me ha despertado ha sido verle escribir en la arena, con el dedo, esas palabras: Jesús Cristo.

Ya nos preparábamos para volver… había hecho un círculo en la arena y escribía con los dedos. Como si se pudiese entender el significado de esas palabras allí dentro, o como si yo pudiese comprender el misterio de su deseo, el de esa pequeña persona allí escribiendo. Horace no quiere ser como yo, quiere ser como Jesucristo. No quiere ser blanco… De nuevo, algo que no puedo controlar ni dominar, algo sagrado, se me está revelando. Se escapa de mis manos como la arena fina, aunque algo de ella se me quede pegado, una historia que se hará sin que yo lo decida, la historia de Dios…

Hay algo que ha visto en mí que ni siquiera yo soy capaz de ver. Por un momento he comprendido que su deseo es puro, verdadero. Ahora es mi vez de responderle, aunque no sepa muy bien cómo hacerlo. En uno de nuestros encuentros, de esos en los que no paran de preguntar, les pedí que dijesen el nombre de tres personas que habían sido importantes en su vida. Porque de esas personas tenemos la vida llena, cada uno de nosotros. Para las otras, para las que han sido o son importantes por otras razones tenemos mala memoria. Es bueno que sea así, porque cuando es así, podemos perderlo todo y seguiremos estando llenos. Horace lo dijo de nuevo: Jesús Cristo. Me levanté, lo abracé y le di un beso, y él, riendo, me lo devolvió.



No puede ser cierto si no es porque para él Jesucristo es como de la familia. Se hablan, se escuchan, se acompañan, se aman… y como los enamorados, se escriben los nombres por las paredes. Desde entonces no lo pierdo de vista, y si alguien bebe de la fuente queriendo beber toda el agua, ese es Horace. Ávido del amor, ávido del sentido, ávido de la libertad… Me da que Jesús debe escribir también su nombre por todas partes, posiblemente ahora, estará escribiendo también el mío. 


Y yo buscando entre pensamientos, profundas reflexiones, altas contemplaciones… olvidándome quizás de los pucheros, de eso de cada día, donde realmente se juega la verdadera vida. No me extrañaría que en algún recoveco Horace se haya encontrado con aquel niño que te pregunta el nombre: soy Horace, Horace de Jesús. ¿Y tú quién eres? –le habrá devuelto la pregunta: Jesús, Jesús de Horace –habrá respondido. 



Pascua es porque está vivo. Los jóvenes de la misión lo creen y lo viven, en medio de las mezquitas, en una cultura que nada deja sentir de su presencia, en la pobreza extrema de casi todos ellos. Una riqueza de humanidad, de vida, una presencia del Espíritu que llena todas las cosas, llama de luz y de calor –como cantan ellos- que nada ni nadie puede apagar, les mantiene erguidos, de pié y al pié de las demasiadas cruces que a veces les toca vivir.





Aquel mismo niño, a la orilla del mar, me confirma en esta actitud humilde y acogedora. Jamás entrará el agua del mar en ese hueco, porque no es posible comprender el misterio de cada persona. No hay preguntas en el amor, cuando este es de Dios, cuando es sin condiciones.



Posos de café en Pemba 34, 18 de abril de 2013.


1 comentario:

  1. Eduardo, tu Vida es una vida de continúa búsqueda y encuentro con Dios. Día a día sales a los caminos (como el pastor) y con tus 5 sentidos bien abiertos siempre encuentras a Dios. Lo encuentras en todo lo bello que te rodea, en la brisa del Mar, en las injusticias de Sebastian, en la Sonrisa de Guahicha, en el hermoso vuelo de la libélula, en los cantos y danzas espirituales de las gentes, en el dedo inquietante de Horace escribiendo sobre la arena, en la dura enfermedad del cólera, en los jóvenes celebrándolo la Pascua, en lo más Profundo de Tu Corazón y de Tu Alma... por que "Quieren ser como Tu" ¿qué mejor halago que este?... y para ellos es un deseo puro y verdadero y ellos no son los únicos ¿y sabes por qué?, porque ellos y muchas otras personas ven... vemos en Ti aquello que vamos buscando a lo largo de nuestro caminar, al Maestro... a Jesús.
    Hermano, a nadie le importa tu color, para Dios todos somos iguales y lo que realmente ven, vemos en Ti es tu Gran Riqueza de Palabras, de Sentimientos, de Espiritualidad, de Corazón, tus Actos y tu forma de Ser tan Humilde.
    Que ni nada ni nadie les apague la llama de la luz y del calor ni el ritmo de sus cantos. Y que todo esto les de las fuerzas para seguir luchando en el día a día.
    Un Abrazo, Majo y Maite

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