domingo, 9 de junio de 2013

Tantas cosas...


Tantas cosas… 



Son tantas las vidas que me dejan poso, tantas las personas que “con lazos de amor” se van atando, tantas las miradas y las sonrisas, tantas las palabras amables y es tanta la cercanía, que miles de páginas no podrían decirlas… sobrecoge, y siento el corazón que se expande hasta más allá de todas las fronteras.

Es esta sed de vivir vidas, cientos de vidas, miles de vidas… cada una de las que he llegado a encontrar, de las que me han encontrado, como si la posibilidad de cada encuentro me permitiese vivir cada vida como si fuera mía. Es la humanidad de mi corazón que se expande, se dilata, con el calor de cada encuentro. Y, si antes, había hilos que acababan, si me quedaba solo esperando… ahora me sacia cada sorbo, aun el más insignificante, y es como si todo me preparase a una plenitud ya cercana. Pero no la busco, cada encuentro es eterno, sencillo como las hojas de los árboles, y me basta la caricia del viento y su frescura. ¡Qué será de esa luz que todo lo transfigura, un fuego que no quema, un amor que no termina! 


 

Mis pasos siguen su camino, ni yo mismo sé hacia dónde, me basta este instante, lleno, colmado de vida. Y aunque a veces es agreste, de dolor transido, sigo, porque ya no tengo tanto miedo… 




No hay muros que derribar, vivir es cuerpo a cuerpo, y el balbuceo de mi abrazo o de mi beso, del estar así humildemente, se escucha. Pero no puedo responder si no es haciendo mío su grito herido unas veces de necesidad y angustia, de intensa alegría y esperanza, otras.

Hace ya unos domingos que celebramos fuera de la pequeña capilla, a la sombra de los árboles, porque la comunidad ha crecido. Para muchos es el descubrimiento de algo nuevo, donde antes no habían visto nada. Es la inmensidad del cielo estrellado, del mar o de la espesura, todo eso de Dios que no se puede contar, el don que a todos ha sido dado y que nadie podrá jamás reclamar como suyo. Sólo hay una vida pero en ella podemos vivir infinitas. Están llegando a la comunidad los ancianos que han pasado los meses de la lluvia en los campos, han recogido el maíz, y ahora esperarán a que pasen los meses de la sequía. Tienen el color de la tierra en sus cuerpos y sus mismos surcos en los rostros, contemplarles es sentir esa presencia que se impone como el misterio, como algo sagrado que ha permanecido en los fundamentos de la vida y la sigue sosteniendo.

El tiempo seco ha regresado y si los graneros no se han abastecido bien, la larga temporada que ahora empieza será dura. Y las lluvias este año, dicen, no han sido copiosas. Los ancianos me cuentan que no les duelen las lluvias, ellos dicen que Dios ya sabe. Les duele que no les paguen el algodón, el arroz o el maíz para poder pasar estos meses. También los alumnos de la escuela se indignan porque en las grandes empresas donde alguno tiene la suerte de poder trabajar su salario no pasará de doscientos dólares, pero los blancos, algunos de ellos, sólo por estar aquí, ganan hasta cincuenta veces más, por el mismo trabajo.

 


Pienso en aquellas palabras sagradas muchas veces: guárdalos porque no son del mundo… pero que yo pueda decidirme a seguirle y salir del mundo me ha sido concedido, a tantos y tantos, no. Mi vida y mi realidad estaban justificadas cuando llegué a África, nada justifica la situación de indignidad en la que viven estas personas. Se dice que los blancos pagamos la factura de serlo cuando llegamos aquí, y que el evangelio que trajimos no es verdad por lo que dice sino por lo que da a los que lo anunciamos, porque irremediablemente ha quedado unido a nosotros, a nuestra cultura y a todo aquello que no hemos sido capaces de dejar atrás; me consuela saber que Jesús también sintió lo mismo: me seguís por el alimento que perece… pero el evangelio no puede interpretarse, no podemos seguir anunciando algo que no creemos ni vivimos, sin ser capaces de asumir la sencillez que nos pide.

Que se restaure la justicia de este mundo quizás no sea posible. Podemos vivir sabiendo que no importa que no seamos ni podamos, que sólo importa que Él sea y pueda. Y mientras tanto, esperanza, sólo amante esperanza. Hasta que se diga la última palabra y los pobres puedan ser enaltecidos y colmados de bienes. Esto de los makúas es como lo nuestro cristiano: al Padre (tal vez) lo compartimos, pero la Madre es nuestra. Y es la Madre del tiempo seco, de la penuria y de la injusticia, la que canta a los humildes y a los pobres de la tierra. A veces, cuando me hace falta ver que hay alguien que no se despega de esto nuestro, me alegro y exulto con ella. 





Las ancianas makondes, algunas de ellas, conservan en su rostro las cicatrices de dibujos rituales. Una lámina afilada les recorría todo el rostro previamente dibujado cuando les llegaba la altura de pasar a mujeres, después la ceniza les cubría el rostro durante días. Cualquiera pensaría que así las desfiguraba pero cada una de ellas es una obra de arte. Con el tiempo esos dibujos permanecen de un color azulado. Una de ellas, la más anciana de la comunidad, con esos ojos ya nublados, cuando me acerco hasta ella porque ya no puede andar extiende sus manos nudosas para recibir a Cristo. Entonces me parece que se une lo más antiguo del mundo y lo más nuevo, y que esa unión sella el tiempo y lo protege, y siento la firmeza de este mundo que ya nada podrá destruir. 


Posos de café en Pemba 35, 18 de Abril de 2013.




1 comentario:

  1. "Cuando menos te lo esperas... la vida te ofrece a veces duras y otras veces sencillas, pero hermosas vivencias."

    Quiero resaltar una frase de tus posos de hoy que dice: "Mi vida y mi realidad estaban justificadas cuando llegué a África".
    Hermano, me has traído a la mente unas hermosas palabras que escribiste sobre África en tus posos de café nº 11, me parecieron auténticas y decían así: "Vivir aquí en África, es un acto puro, todo tiene el sentido de lo presente, del inmediato presente al que hay que sacarle todo su jugo, sin pensar en el mañana demasiado, como si no hubiera otra finalidad en la vida que la de Vivir sin más".

    Leo una y otra vez tus posos de hoy y aquí te dejo este texto de Bobín de su libro "Autorretrato con radiador":

    "Toda esa gente que veo atravesando ciudades desconocidas. Todos esos rostros, esas manos, esas espaldas, esos cuerpos que morirán antes o después que yo. Todas esas vidas extrañas las aprieto contra mí un segundo y todos ¡Sí! todos, hombres, mujeres y niños, me impresionan por su Valor de Vivir, simplemente Por Vivir. Todos me parecen mejores que yo, y ese pensamiento quizás sea extraño, quizás enfermo, en tal caso espero que esa Enfermedad sea incurable, por tanta dicha como me proporciona".

    Eduardo, dedico especialmente este texto a todas esas personas que día a día te están enseñando el verdadero sentido de la vida, a cada una de ellas que dejan un poso dentro de ti y que te hacen sentir, que tu corazón se expande hasta más allá de todas las Fronteras.

    "Y mientras tanto, Esperanza, sólo Amante Esperanza"

    Un Abrazo y Saludos de Majo. Maite

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