martes, 11 de octubre de 2022

El lujo de la silla


El lujo de la silla

A veces me despierto en la realidad y veo mi cara de tonto por encima de tantos prejuicios de europeo acomodado que sigo manteniendo...

La encarnación es un despojamiento, no es una ascensión... Y aunque lo sabes, no acabas de creerlo, y no es fácil vivir sin asideros.

Creces en el triunfalismo, en la constante tensión hacia lo que está más arriba, y buscas huir de la humildad de la tierra...

Luego te das cuenta que en esto del evangelio no tienes donde reclinar la cabeza... Ni los nidos de los pájaros podemos esperar.



   Me miran con aquellos ojos, con aquel rictus incomprensible, de quien no entiende nada de lo que dices o haces... Pero haciendo un esfuerzo para entender. Por decir que podríamos sentar a los jóvenes en las esteras en el suelo sin terminar de la iglesia nueva, mientras hacemos la oración por la paz.

Pienso en cómo me gustaba de joven sentarme en el suelo, en tantos encuentros... Ahora sé que siempre había una silla para mí. Pero si nunca hubiese habido sillas en mi casa, me seguiría gustando sentarme en el suelo? Seguramente preferiria sentir aunque fuese sólo un corto espacio de tiempo qué significa sentarse en una silla.

Por eso me miran extrañados, despues de tantos años y parece que llegué ayer, y todavía no conozco África.

Hoy, quien más quien menos también en África tiene una silla, dicen. Pero no es verdad, en las casas más pobres solo hay esteras, quien puede tenerlas...

Cómo no van a querer una silla para cada uno, los que pocas veces han disfrutado de una...

De nuevo mis esquemas se imponen, y son tan míos que no consigo distanciarme. Quisiera que todos entendiesen lo sensato que es lo que yo pienso, y en ello se va mi energía... infructuosamente. No me doy cuenta de cuán importante es suspender tu juicio y abrirte al otro, a la experiencia del nuevo nacimiento... Porque es así, en el encuentro con cada uno ganamos o perdemos la oportunidad de nacer de nuevo.

Es importante lo de los prejuicios, a veces son una lepra y es esencial que me dé cuenta de ellos y que no pare de caminar...

Sólo puedo pedirselo a Dios, darme cuenta de mis prejuicios y de mi ingratitud. Son el asidero que nos hace sentir un suelo firme. No te das cuenta pero es la enfermedad la que consigue que las atenciones de los demás te afirmen en la devastación de tanto sentido de nuestro mundo. Al fin y al cabo lo que importa es que yo sea alguien para los demás.

Y quizá sea esto lo que hace que hasta la lepra me sirva de algo, aunque sea al precio de quedarme ciego para siempre, de vivir enfermo.

Darse cuenta es aceptar la dependencia que te constituye, la radical indigencia de ser recibido... porque sólo la gratitud expresa lo mas genuino de la humanidad. Esta dependencia es la salud, la salvación... ahora me doy cuenta que tanta autosuficiencia se construye de prejuicios.

Cada dia tengo que volver a los pies del maestro, para decirle gracias por curarme también hoy, por hacerme vivir en el recuerdo de lo que me salva en verdad, por hacerme reconocer la maravillosa libertad de mi fragilidad y mi dependencia... la libertad de ser un hijo...

Poder sentarme, junto a los demás, para pedir paz, perdón, pan y amor, es lo único que importa. Y hacerlo cada dia, después de otro trecho de camino, cuando llega la hora del merecido descanso, hasta que los pies, aunque sea a pasos lentos, vuelvan a ponerse en marcha.

Pe Eduardo

Mahate, Pemba

10 de outubro de 2022 




 

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