domingo, 5 de diciembre de 2021

El frasco de perfume...

 

En medio de la tragedia, cuando uno solo tiene ojos para las heridas, cuando te parece que si algo no pasa la desesperación tomará cuenta de todo, y en medio de los respiros que regalan un y otro amigo, de esos que aparecen sin avisar y siempre para aliviar, llegó la carta de la donación para la iglesia.


Alguien vio lo que debió ver el ciego del camino, el que no podía ver. Alguien detuvo sus ojos por detrás del fuego y de la tempestad, y vislumbró más allá la esperanza.



Se llaman Ayuda a la Iglesia Necesitada y eso es lo que hacen, ayudar a los cristianos que sufren alrededor del mundo... Y tienen ojos para ver, más allá de las tinieblas del mal.

Si, en medio de una situación extrema  y crítica, en medio del drama humanitario que seguimos viviendo, de repente recibes una noticia así, entonces te das cuenta de la sorpresa del Dios del evangelio.

Hace años, cuando mis teorías tantas tomaban cuenta de mí, con indudables argumentos, yo mismo hubiera cuestionado la necesidad o incluso la verdad pastoral de construir una iglesia. Con muchas más razones en un contexto como este, donde la pobreza extrema, la falta de condiciones mínimas de habitación para muchos, la irrefutable prioridad de los servicios básicos inexistentes para vivir con dignidad, son claramente un desafío que sólo puede dejar de lado otras cuestionables necesidades, como puede ser una iglesia.

No puedo dejar de pensar en aquellas palabras de Judas, por el perfume de nardo caro que aquella mujer derramó en los pies de Jesús. Si algo está justificado, o incluso lo justifica todo, es dar a los pobres lo que este sistema sin escrúpulos les roba cada dia.

A mí esa respuesta de Jesus me duele. ¿Cómo es posible que diga eso? Que a los pobres siempre los tendremos con nosotros... Cuántos habrán justificado su modo de vivir con estas palabras... Enigmáticas, como tantas de las que dijo.

Es por la otra parte de la frase, lo de a mí no siempre me tendréis, lo que parece permitir entender que construyamos una iglesia y gastemos tanto en un perfume de nardo caro.

Ya suben las paredes, ya se adivina un poco lo que ella será... Paso instantes esperanzados en ella, porque la siento preñada de futuro... Como si ese monte de cemento estuviese gritando, allí en su quietud, como un profeta herido, a toda esta realidad terrible, que el mundo que viene es de Dios!

Cuando llegué a Mahate, la primera misión de la ciudad de Pemba, donde llegaron los primeros misioneros, y se instalaron en medio de un pueblo con ya mil años de tradición islámica,  mi comunidad era un pequeño resto de pobres de Dios, y con muy poca comprensión de las cosas de Dios... La misión tenía el título de casiparroquia, porque no llegaba a cumplir lo necesario y tras la devolución de las misiones, era apenas una comunidad de la gran iglesia de santa Maria Auxiliadora.

Me pedían los más próximos una iglesia, porque un garaje de la vieja casa de los misioneros nos servia de capilla. Pero al menos hasta pasar dos o tres años no necesitamos más espacio... Los domingos empezaron a llegar más cristianos porque las familias aumentaban ligeramente por vários motivos. Siempre respondí lo mismo. Piedras vivas necesitamos, no muertas...

Y fueron estas, las que, sin duda, el Espíritu fue llamando...

Tuve que construir un cobertizo grande para proteger del sol y la lluvia. Hoy llegan y se quedan fuera porque ya no hay lugar dentro...

Desde hace tres años, nuestras comunidades han crecido, ya son cinco, sobre todo con la llegada los hermanos del norte, huyendo de los ataques terroristas.

Pero si esta es una razón suficiente para la iglesia, para mí no es la principal. Quienes más me han convencido por dentro han sido los otros hermanos, los musulmanes. Y esta historia merece contarse.

Hoy muchos de ellos se acercan a nuestra iglesia y entran en el recinto y no tienen miedo. El miedo y el prejuicio son las peores amenazas de la paz. En estos casi diez años, la búsqueda de un espacio en el que pudiésemos encontrarnos, reconocernos y dialogar, ha sido una de mis mayores preocupaciones. Y solo después de los ataques y de la resistencia a la que someten los africanos a cualquier extranjero que llegue para quedarse, conseguimos encontrar ese espacio. Hoy y más últimamente llegan aquí los imanes y yo veo con gratitud que se sienten confiados, en estos tiempos en los que tan facilmente estigmatizamos.

La iglesia que se levanta es un testimonio del encuentro, la acogida incondicional y el diálogo. Y esto es lo que la convierte en una necesidad de primer orden. Esto es lo que en verdad la justifica.

Solo esta mirada puede entender que se gaste el dinero del frasco de nardo puro, y que se entienda que los pobres seguirán entre nosotros.

Lo que AIN nos ha dado es este frasco para que el buen olor del evangelio se sienta por todo el barrio... Y muchos, de cuantos oran en las siete mezquitas que nos rodean, pueden sentirlo. Saben que esta casa acoge, venda heridas, acompaña y cuida... Y eso huele bien...

Lo demás no tiene mucha importancia.

Pe Eduardo

Mahate, Pemba

2 de diciembre de 2021 



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