jueves, 14 de noviembre de 2013

Cortar la rama




Cortar la rama



No deberías cortar la rama que después no puedes devolver a su sitio. Dicen que estas palabras se las dijo el Buda de la compasión a un asesino. No es poder creerse con la fuerza del filo que corta. El poder reside en saberlo pero no utilizarlo. Tú eres poderoso, por eso eres compasivo, dice la Sabiduría. 

La última aula de filosofía con los alumnos de primer curso resultó toda una experiencia. Se trataba de definir al ser humano y nuestro punto de partida fue su vulnerabilidad. Captó su atención poderosamente. El problema del hombre es su negación a aceptar que es frágil, vulnerable, que depende de los demás para ser y vivir. Y esta negación le hace caer en la trampa del poder. Si no fuese un poco pretencioso diría que este punto de vista caló profundamente porque es posible que lo aprendido por la mayoría de mis alumnos había sido todo lo contrario. De hecho alguno de ellos lo manifestó: ¿cómo es posible que nos identifiquemos con algo que niega las posibilidades de ser hombre? Pero las posibilidades son creadoras solamente si brotan de la aceptación de la verdadera fragilidad, de otro modo solo son poder y violencia. Intenté que comprendieran el juego entre ganar y perder la vida, ganar y perder el mundo, entre la autoafirmación que niega la verdad de la propia indigencia y la autonegación que la afirma. Aquello del “negarse y tomar la cruz”, es en verdad un afirmarse en la dependencia, la fragilidad y la indigencia, en Dios y en los demás. 

Pero lo mejor de todo esto fue cómo las consecuencias surgían espontáneamente: hay un negarse verdadero y uno falso como también un afirmarse verdadero y otro falso. La sencilla pero radical diferencia entre el amor y el poder. En este no es posible el amor… pues no es posible servir a dos señores. La paz reside en la conciencia aceptada de la propia vulnerabilidad, y su negación es la razón de cualquier violencia. 


Viene al caso todo esto. En pocos meses, por la proximidad de elecciones y la creciente insatisfacción ciudadana, así como por la palmaria injusticia del gobierno, la situación se ha vuelto inestable. En algunos empieza a percibirse el miedo. La amenaza de la guerra parece cernirse poco a poco. Las carreteras están dejando de ser seguras. La oposición política, maltratada por un gobierno unipartidista, reúne a los disconformes. Una acción represiva del gobierno les obliga a huir y a esconderse por el territorio nacional, fuera de control. Que se tome la justicia en las propias manos es solo un paso. Escarceos terroristas asumidos en algunas de las vías principales sólo están provocando que la tensión aumente.

¿Qué puede haber por detrás? ¿Es sólo la voluntad de poder de los dirigentes con miedo a perderlo? Hay quien dice que el juego profundo tiene que ver con las multinacionales… las verdaderamente interesadas en la inestabilidad del país. 

Aquí, abajo, rezamos porque la paz es preciosa. Han pasado más de veinte años desde que se firmaron los acuerdos y hace poco celebramos aquella fecha memorable, pero pocos parecieron importarse. Hoy la preocupación se va extendiendo y lamentablemente vuelvo a recordar aquellos primeros años de Angola. No había tráfico rodado, apenas se viajaba con vuelos militares, cargados de armas y municiones. En las misiones proyectiles destruían poblados y eliminaban los accesos. Recuerdo que nunca se alcanzaban objetivos militares, por lo menos en aquellos años, y sí muchos civiles: mercados, poblados, iglesias… como si la guerra entre partidos se hubiese convertido en una guerra de la muerte contra la vida, no importando qué vida. Familias enteras asesinadas, nunca sabrá nadie porqué motivo, sólo por la única crueldad de matar.

Es muy posible que tampoco aquí falte el alcohol, como sucedía en Angola, aunque no haya qué comer. Porque en medio de todo esto la pregunta por la responsabilidad es inevitable. 



 










Un proverbio africano dice que cuando dos elefantes luchan sólo la hierba sufre. El engaño de los que hacen posible la guerra es y será siempre su negación a aceptar que son vulnerables, el poder que les hace incapaces de ver que el mundo que nos ha sido dado para vivir es grande y en él todos cabemos. 


El mundo que vivo está poblado de vidas y rostros, de historias, de libertad y de amor. Saber que somos vulnerables nos hace necesitarnos, nos lleva a compartir y a agradecer las pequeñas cosas de la vida. Pero este camino también lo es de mucho sufrimiento y, a veces, es humano no quererlo. No es un escándalo decirlo con aquel que también quiso apartar de si este cáliz. Es, sí, la conciencia de ser vulnerables y la necesidad del amor que todo lo puede.




Sí, se trata de fe. ¿La encontrará cuando venga? Sólo podemos pedirla y, mientras tanto, intentar no cortar ninguna rama.

Posos de café en Pemba 48, 30 de octubre de 2013.





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