miércoles, 6 de noviembre de 2013

Túneles de roja sangre



Túneles de roja sangre 




No hace mucho tiempo y no muy lejos de aquí, alguien encontró una pequeña piedra roja brillando al sol, mientras trabajaba en su campo. Pensó que aquel hallazgo era una gran suerte, o quizás hasta creyó que Dios le bendecía. Se decidió a seguir cavando la tierra, por el mismo lugar y por las cercanías. Y encontró más, otra y otra, y más otra. Bellas como sólo la naturaleza puede hacerlas aunque la mano del hombre no las hubiese pulido. Quizás no sabía que aquellas piedras podían hacerle inmensamente rico, o quizás sí. Pero si entonces no, hoy todo el mundo lo sabe. Como pequeñas hormigas, dispuestas a darlo todo, empezaron a llegar: jóvenes sobre todo, de todos los rincones del país y de los vecinos Malawi, Zimbabwe, Tanzania, Kenia y Somalia… las piedras que brillan al sol lanzaban su reclamo.

Poco a poco, los africanos, conscientes ya de su riqueza, excavaron túneles. Aquí y allá, sin demasiado orden, sin demasiada seguridad, se abrieron las minas. Pero con ellos llegó también la codicia.

La codicia no es una hormiga que sale de casa, de su tierra pobre, en busca de algo para sobrevivir, para vivir con un mínimo de dignidad. No, es más como una rapaz condenada a robar y devorar aquello que no le pertenece, aunque ella cree que sí. La codicia no sale de su casa pobre porque ella ya posee en abundancia, pero su sed y su deseo la dominan. No quiere rivales, sería capaz de despeñar una montaña o de hacer arder bosques enteros para destruir a las hormigas. 



No sé si alguien se hará eco de la flagrante injusticia que sufren cientos de personas, si algún periódico tendrá el valor de decirlo. Antes creo que la lápida que sepulta ya a tantas personas, la peor de todas, seguirá siendo el silencio. 

Las piedras rojas atrajeron al extranjero, y en poco tiempo las pequeñas bocas de mina abiertas por los africanos se han convertido en inmensas explotaciones. Kilómetros de tierra fértil confiscados, irrisorias indemnizaciones, la dura inmigración forzada, pero esta vez de la tierra de sus antepasados, la que les vio nacer pero ya no les verá morir. Ingleses, portugueses, italianos, canadienses, estadounidenses… quién sabe cuántos más, han encontrado aquí una salida quizás a su amenazado primer mundo.

Mientras, en nuestros barrios de Pemba, las personas miran sin poder reaccionar, sin comprender del todo lo que está pasando.



Algunos de los africanos que continuaron pensando que la tierra era suya y también las piedras rojas, decidieron seguir excavando un túnel de roja sangre. No eran africanos legales, ahora ellos estaban robando… alguna migaja del negocio que el gobierno y la multinacional de las piedras rojas habían pactado. Alguien decidió cegar aquel túnel y convertirlo en una tumba. Muchos de ellos tanzanianos, dicen, cuyos cadáveres nadie reclamará, nunca, pues el silencio, como una niebla, envolverá la injusticia hasta que no quede vida humana en la tierra. 

Hace unos años un garimpeiro, así los llaman a los buscadores de piedras preciosas, vino a pedirme que si podía ayudarle a reconocer billetes de euro, porque había encontrado una piedra verde y quería venderla. Con aquella ingenuidad del novato en África sólo pensé en servir. Alguien de una ONG con una cruz verde, del norte de Europa, empeñada en desminar una tierra sembrada de muerte, iba a comprarla. Yo, en medio, iba a ser la tapadera. La responsable mandó a alguien con una mochila llena de dólares americanos. Sólo entonces reaccioné y me fui de allí. Había visto y todavía vi más tarde, cuerpos mutilados por la misma policía, porque decían que las personas se tragaban los diamantes. Hasta los niños eran asesinados.

No sé cuál es la justificación que estarán dando las multinacionales para explotar las piedras preciosas. Quizás se refieran al desarrollo, les gusta mucho esa palabra. Si aquella ONG no tenía ninguna, puesto que su propósito era hacer el bien, si bajo la capa del bien es capaz de hacer tanto mal, porque ninguna piedra preciosa está limpia de sangre, para las multinacionales que nunca han tenido otro propósito que el de enriquecerse cualquier acción estará justificada, aunque sea la de cegar un túnel lleno de africanos.



Pero estas palabras que hoy escribo me duelen. Hubiese preferido permanecer callado, silencioso, contemplando al crucificado en todos los que han sido sepultados con Él, en el túnel de una mina de piedras rojas, porque sólo puedo sentir dolor y una pena honda. Y, sin embargo, he preferido hablar, hacer oír la voz de los que ya no la podrán alzar nunca más. Hermanos míos a los que muchas madres llorarán sin saber qué habrá sido de ellos. 

En este silencio diferente quiero esperar, por ese día en que todos los sepulcros serán abiertos, y no me importará entonces suplicarles a ellos, a los sepultados en la mina de piedras rojas, que me permitan entrar con ellos, porque sé que ellos nos arrebatarán de las manos el Reino. 


Posos de café en Pemba 46, 16 de octubre de 2013.




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