sábado, 2 de noviembre de 2013

Surcos...



Surcos…



Se queda en silencio, quizás sometida a tantas veredas cruzadas, aquellas que surcan su rostro, demasiado visibles, demasiado cercanas a la memoria de tanta vida, y aquellas otras invisibles que permanecen en sus pies encallecidos, después de años de andar descalza por todos los caminos. También el viento ayuda a que los surcos permanezcan, los endurece, los consagra. Sus semillas han llegado a Mahate, y también aquí marcan la tierra.

Ella ha caminado distancias inconmensurables y mientras, ha ido surcando la tierra. Lo que no sabía es que la tierra le regalaba un surco, por cada uno que ella con su voluntad inquebrantable hacía. Y ahora ya no hay piel lisa en su cuerpo. Madre Joaquina es una vida retribuida. Pero algunos, con la piel lisa, sólo ven en ella la vejez que acerca la muerte.


Ella sabe que el sol de su vida llega a su cenit, ha decidido sumergir en el agua de la vida todo su cuerpo arado, para que las semillas plantadas durante tantos días germinen y ella pueda retirarse al descanso de aquellos que no sentirán vergüenza. Cuando la he mirado, pequeña, enjuta, con su pobre vestido blanco, acercarse al altar, he visto la riqueza de la vida. He pensado que me hubiese gustado llegar al bautismo como ella, después de arar mi tierra. Ella puede ofrecerlo todo, no tiene necesidad de ofrecer únicamente lo que te ha sido pedido de antemano, y ahora el bautismo podrá fecundarlo. A madre Joaquina no le atraen las profundas enseñanzas, ella ha muerto todas las muertes y ahora vive para el agradecimiento. No entiende que algunos no crean en Dios, aunque eso tampoco importa, dice, porque sabe que Dios sí cree en cada uno de nosotros. Porque Dios solo sabe amar, como usted dice, ¿verdad padre?

Madre Joaquina ha convertido las estepas en tierra fértil, ha transformado los desiertos en manantiales, sierva pobre de su Señor, ha hecho sólo lo que tenía que hacer. 




Cuando miro su vida se me aparece un inmenso desierto y mientras ella camina, sin darse cuenta, a su paso crece la hierba verde. Es tu santidad, Dios, ¿Qué más puedo esperar? Sé que en la comunidad ella no me entiende, pero una sonrisa permanente ilumina los surcos e confirma la palabra, es la sonrisa que permanece en los agradecidos. 








Muy lejos, mientras las hojas del otoño amarillean y el sol se esconde en todas las cosas, alguien sube. El sueño del pobre la conduce. Como la oruga que sabe adónde llegar para empezar su metamorfosis. Para ella el árbol está alto, muy alto, y es entre las hojas que no mueren o quizás en el recoveco de las viejas piedras orantes, donde esconderá su vida. También ella ha surcado la tierra, y los mares, y ahora hiende la montaña, pero, en su sueño, quiere volar, y el cielo aguarda su llegada. Allí, en el recoveco de las encrespadas rocas, en la cima del árbol de la vida, puede otear el horizonte, las ensenadas y los pasos de tantos hermanos y hermanas que ha dejado atrás, porque no se ha ido, sólo mira desde otro lado, como sólo Dios mira. 


La oruga trasluce los bellos colores de la mariposa. En su seno alberga la vida. Montse, amiga y hermana… vestirás la seda de la compasión y del amoroso silencio. Ahora, convertida en madre, espera con la mirada de Dios a los que seguimos surcando la tierra. 
Siento que las madres me guardan, de lejos acompañan mis pasos y corren a levantarme si caigo. A todas, a mis madres, el agradecimiento.

 
Hace mucho soñé que yo también subía, que llegaba a la piedra fría de aquel que había dado a luz a la pobreza. Mis manos querían penetrar en su misterio, pero la fría losa se resistía y se resiste todavía hoy. No puedo apropiarme de lo que es pura pobreza, el don de las madres del mundo, la fecundidad de todo lo creado. Pero el amor no me deja, no todavía, hay zonas de mi cuerpo sin arar, tierra a mis pies que no he surcado. Sólo después, el cielo. Entre tanto, una y otra vez, volveré a sus pies, agradecido, sin pedir nada, sólo esperando. 





Entrevés el horizonte, los caminos que la luz muestra, te amedrentas… tienes que pensar que nada de eso importa, sólo otro surco, otra marca en la tierra, y la esperanza de saber que así se va arando tu vida. Estés donde estés, aun el cemento se hiende, y bajo tus pies hay siempre camino. Es difícil surcar sin arado esta tierra, pero nada resiste al filo de la cruz, del amor atrevido, sin condiciones, capaz de atravesar desiertos y montañas… aquel que echa mano al arado y mira atrás… el que quiera seguirme que tome la cruz… 







Así cambia la historia, así te conducen las madres, aun sin saberlo.


Posos de café en Pemba 45



 

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