jueves, 24 de enero de 2013

Bautizados




Bautizados 



Hay días en los que creo conocer la felicidad. Todo parece confluir para que lo haga, lo único que experimento en mí es una gran abertura, lo demás me viene dado. Son días, como el de hoy, en los que los acontecimientos me deslumbran y abren como un surtidor la alegría que hay en mi vida. De repente todo sale bien, todo es un regalo, me encuentro con las personas que han ido llenando mi soledad en estos primeros meses y con las que se ha establecido algo muy especial, hago los encargos que me toca hacer y en todos los lugares las personas se alegran y se produce ese reconocimiento tan necesario para sentirse en casa. Me pregunto por qué no pasará esto todos los días, me doy cuenta que soy yo, lo que yo llevo conmigo, lo que me hace mirar de una u otra manera. Cuando estoy así me da que tengo como una enfermedad, la de enamorarme de todo el mundo. Como si en cada persona y en cada vida fuese capaz de ver todo lo que apasiona a Dios y por lo que estaría dispuesto a dar su vida: ese misterio de libertad que somos cada uno y que nos puede llevar hasta el mismo infinito.
 
En ti he puesto mi complacencia”, es como decir que te amo y mi amor te provoca para que juntos nos amemos tanto que ya no exista la muerte. ¿Qué sacrificio es ese que hace quien ama tanto? No, nada es costoso al amor que se ha hecho fuego porque nada le importa sino solo amar. Alguien ha leído esas palabras de Dios a Jesús cuando decide echar mano al arado sin mirar atrás y ha creído ver en él la promesa de Abraham en su hijo amado ofrecido en sacrificio: “ofréceme a tu hijo a quien amas…” Pero a mí me resuenan las palabras no dichas: sí, entrégame al amado, para colmarle del amor y así pueda levantarse y ni la misma muerte pueda limitarle. Alguien lo dijo, preciosamente, “tú no morirás porque yo te amo”


Cuando miro a cada persona, enfermo de amor por ellas, creo que podría decir esas palabras: “en ti he puesto mi complacencia”, y siento que hay en ellas algo muchísimo más poderoso que la muerte. Entonces pienso que bautizarse debe ser esta experiencia de la libertad por la que decides asumirlo todo, amarlo todo, en el barro de tantas contradicciones, echando mano al arado sin mirar atrás, porque algo te dice por dentro que tu destino es esta felicidad que puedes sentir algún día y que entonces se volverá permanente.

¿Cuántos de nosotros nos estaremos perdiendo la vida, mirando atrás o demasiado preocupados? ¿Cuántos viven hasta las últimas consecuencias dejándose bautizar por la realidad que han escogido, aun sin saberlo? Si por algo es apasionante el amor es por esta llamada constante a vivir radicalmente, desnudos y sin dobleces, sin pretender el absurdo de comprarte algo de esa felicidad que se entrega sin medida cuando vives así. 


Al final de la tarde las palabras duras, radicales, de un amigo me han recordado que a veces yo también miro atrás y que me falta mucho para entrar en la radicalidad de esta vida. Asusta adentrarse en el barro de la vida, es cierto, pero permanecer seguros por miedo, acomodados, es un flaco servicio al bautismo que un día recibimos. Debe ser verdad que a algunos, Dios les pide ser testigos de su amor desde fuera, para decirnos a los de dentro que no estamos tomándonos en serio lo que somos. 




Pero no hay más secreto que el que esconden esas palabras: tú, mi amado, mi felicidad. Y experimentar esto es, sin duda, lo que nos permite vivir hasta las últimas consecuencias la vida que nos ha sido dada. Quiero pensar que así lo hizo Jesús, enfermo de amor, incapaz de escatimar nada de sí mismo por cada uno de nosotros. Por eso su bautismo nos llama a cada uno y nos provoca.

 




El curso ha empezado con fuerza en Pemba. Poco a poco nos vamos enredando en las pequeñas cosas de cada día y sin quererlo las que hay por preparar ya son demasiadas. Mi pequeña comunidad de Mahate se ha reunido hoy después de las vacaciones para comenzar la marcha del nuevo curso, en humildad y en amor podría decir. Leíamos el texto del Bautista, cuando dice: no soy yo sino el que viene detrás de mí... Y en el fondo es una tranquilidad del corazón saberlo: sólo vamos a trabajar la tierra y sembrar para que él pueda recoger, a descubrir caminos nuevos en el barrio para que él pueda transitarlos, y sobre todo a aprender a mirar con misericordia, con los ojos de Dios, a cada persona. 



En las risas con los senegaleses de la tienda, en la pequeña que pasea a la anciana ciega y que hoy me ha mirado tan agradecida, en Yuma el de la sonrisa permanente, en los ojos de la camarera que me ha traído un café diciéndome sin hacerlo que ya soy de la familia, en los comentarios divertidos de los muchachos que venden el saldo para los móviles aunque sepan que no van a conseguir venderte uno, en nuestro siempre dispuesto cocinero Salati que es uno de mis mejores profesores de esta realidad, y en Timoteo, que me ha llevado a Mahate esta tarde… en Ana Bela, la secretaria de la comunidad, recién operada y aguantando como el que más, en Lourenço, responsable de jóvenes y cercano desde el primer día, y en Paulo que se pone en trance con el batuque, en la presencia anciana y callada de Estefania pero llena de ternura… en todos los instantes regalados de tan sólo una tarde, siento la posibilidad de dejarme bautizar, de coger el arado, de lanzarme de lleno, de no mirar a atrás, aunque me asuste o la prudencia me lo desaconseje. No quiero perderme vivir como si acabara de nacer de nuevo.

Posos de café en Pemba 21, 12 de enero de 2013.



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