sábado, 12 de enero de 2013

La respuesta...




La respuesta… 



Uno no deja de preguntarse por la respuesta… Es posible que detrás de todas las preguntas sólo haya una, así como detrás de todas las respuestas, sólo una importe verdaderamente. Lo esencial es esto, que importe. Nuestro mundo ha sembrado la vida de las personas de respuestas, pocas, muy pocas son realmente importantes. Nos acompañan demasiados destellos artificiales, desaparecen al instante y esperamos otros… y, poco a poco, nos vamos perdiendo en preguntas que ya no importan. Y, lo peor, no nos damos cuenta de ello, de lo vacía que es la vida sin lo que importa, sin que importe, sin que los demás nos importen


Es Navidad. A lo largo de estas semanas de preparación hemos intentado despertar a lo importante: la necesidad de salvación, el deseo de justicia y de paz -inseparables-, la promesa de la tierra, la esperanza, el amor, el deseo de lo único que puede saciar el corazón humano. Hacer el esfuerzo de vivir desde aquí, desde lo importante, aunque el precio sea sufrir, es lo que de verdad importa y lo que permite descubrir al Dios que ha venido a nosotros. Pasamos demasiada vida con aquello que no importa, sin vivir verdaderamente. 


Cuando una mujer se dio cuenta de eso, de lo que importa, y fue capaz de acoger en su pequeño corazón humano todas esas cosas demasiado grandes, sus palabras abrieron la puerta a Dios y a la Vida: que se haga como tú quieres, que sea porque es tu voluntad y tú eres la respuesta. En ese mismo vértice de la historia, cuando todo empezó de nuevo, muchos han puesto su libertad, entregando su vida a la única respuesta: en tus manos confío mi espíritu, porque tú eres la respuesta.

Que toda la respuesta de Dios haya sido un niño, la humanidad de un niño. Nos hemos inventado las respuestas porque no es fácil creer en esta: si no os hacéis como niños no entrareis en el Reino de los Cielos, el que no se haga como uno de estos… Sólo los niños lo dicen: hágase en mí conforme a tu voluntad, en tus manos confío mi espíritu. Esperamos que caiga fuego de lo alto y nos solucione los problemas, pero la respuesta es un niño. Todas las respuestas están en él, y están en mí y en nosotros, cuando nos volvemos como niños.


Ayer, después de pasarse el día en la cama, incapaz de levantarse por causa de la bebida, M. me dijo: lo he pensado, durante todo el día, y quiero volver a nacer como un niño. Es sacerdote, VIH positivo, demasiado tiempo demasiado solo. Sólo ha cometido un error: buscar respuestas donde no las hay. Desde que fuimos a buscarlo he rezado para que busque de nuevo, la única respuesta. Es navidad, quizás la gracia de ese niño sea también la suya, y la mía, y la de todos nosotros. 
 

Cuando la miseria y el sufrimiento son tan intensos, la desesperación es la última salida. Antes creía que aunque Jesús hubiese entrado en el mal y en la muerte, nunca desesperó. Pensaba en tantas y tantas personas desesperadas porque han perdido incluso la posibilidad de Dios, pero estos días leía a Merton y me quedé largo tiempo en un parágrafo de una meditación sobre la esperanza:

"Los que todo lo abandonan por buscar a Dios, saben bien que Él es Dios de pobres. Decir que es Dios de pobres y Dios celoso, es lo mismo que decir que es Dios celoso y Dios de misericordia infinita. No son dos dioses: uno celoso, a quien se debe temer, y otro misericordioso, en quien se deba poner la esperanza... El Señor de toda justicia es celoso de Su prerrogativa de Padre de la misericordia, y la expresión suprema de Su justicia es el perdón de aquellos a quienes nadie fuera de Él habría perdonado. He ahí por qué es, sobre todo, Dios de los que pueden esperar contra toda esperanza. El ladrón arrepentido que murió junto con Cristo, pudo ver a Dios en donde los doctores de la Ley habían probado que era imposible la pretensión de divinidad de Jesús. Sólo el hombre que ha tenido que enfrentarse a la desesperación está realmente convencido de que necesita misericordia. Los que no quieren misericordia, nunca la buscan. Es mejor encontrar a Dios en el umbral de la desesperación, que arriesgar la vida en una complacencia que nunca ha sentido la necesidad de perdón. La vida sin problemas puede, así como suena, ser más sin esperanza que aquella que siempre está al borde de la desesperación".

Hasta la desesperación es la posibilidad de Dios. “Tengo que volver a nacer como un niño”…

 



Lo que M. sabe es que nada de lo que yo tengo puede salvarlo, nada de eso necesita, a quien él necesita es a mí, a nosotros. Las puertas de Dios y de la Vida se abren cuando los que saben que pueden esperar contra toda esperanza dicen esas palabras, las palabras de un niño: aquí estoy, para hacer tu voluntad. Cuando eso sucede ya no hay vida ni hay muerte, hay sólo eternidad, sólo infinito. La salvación anhelada se realiza; la tierra que nutre, donde las raíces se hunden para que nada pueda arrancarte, te es entregada; la justicia y la paz brotan y crecen y dan fruto, sin haberlo esperado; el deseo de ser amados más allá de todo se colma y el corazón encuentra su reposo…


 
La respuesta es el Dios hecho niño, la respuesta es que cada uno nos hagamos niños… en África lo que más abunda son los niños. Es posible que por eso la llamen el continente de la esperanza. Los adultos nos estropeamos haciéndonos creer que necesitamos lo que tenemos de los demás. Pero ser niño es vivir sin dejar que esto suceda, vivir diciendo: en tus manos confío mi vida, a ti te necesito, tú eres la única respuesta.
 

Posos de café en Pemba 17, 26 de diciembre de 2012.



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